Rafael Puyol. Nacido en Gijón, en 1945, es catedrático emérito de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid, de la que fue rector (1995-2023). Actualmente es rector honorario de la UCM y presidente de UNIR.
Avance
Demógrafo de muy larga trayectoria, Rafael Puyol se ocupa en su último libro de las cuestiones de su disciplina que más preocupan al público interesado en ellas, aunque no especialista. Huyendo de los planteamientos ideológicos con que a veces se maneja la demografía, Puyol se atiene a criterios científicos y estadísticos. Entre la amplia variedad de asuntos tratados, destacan la «dramatización del crecimiento demográfico», y las migraciones. Rechaza la primera, sosteniendo que lo que hay realmente es una caída de la fecundidad; es decir, la población mundial va a seguir creciendo, aunque a un ritmo menor. En cuanto a lo segundo, es tajante: las migraciones son un factor de desarrollo tanto para el país de salida como para el de llegada, y los múltiples miedos que generan en las sociedades de acogida están casi siempre injustificados. No va a haber, por ejemplo, una «Europa musulmana», como algunos han profetizado. La inmigración hay que regularla, pero no impedirla.
Puyol se refiere también a algunos desafíos (mejor hablar de desafíos que de problemas, dice) como el que plantea la longevidad. Las personas mayores, cada vez más abundantes, si bien suponen más gasto social en pensiones, sanidad, etc., también presentan oportunidades tanto en productividad como en consumo. Centrándose en España, aboga por una política demográfica integral, dirigida a nuestros cuatro grandes problemas: baja natalidad, inmigración, envejecimiento y despoblación.
Artículo
Borges habló, a propósito de la democracia, del «abuso de la estadística». Pocas ciencias como la demografía se prestan a ese abuso. Como dice el autor de este libro, la demografía se usa para justificar planteamientos ideológicos o políticos. Ello hace tanto más necesario que se atiendan las voces de los profesionales de la materia. Rafael Puyol, con una dedicación de medio siglo a la demografía, autor de 22 libros y más de 300 artículos, presenta en este volumen ―dirigido a un público amplio, interesado, pero no necesariamente experto en la disciplina― un recorrido por los asuntos más sobresalientes relacionados con la población española y mundial. Son análisis y reflexiones sobre las cuestiones que, a juzgar por las preguntas que le dirigen en sus intervenciones, más preocupan a ese público culto no especialista. Y tratan de separar el grano de la verdad científica y estadística de la paja de los prejuicios, tan abundantes en este campo. Prejuicios como el de la explosión demográfica o el desbordamiento de la inmigración. Dividido en 27 capítulos breves, su lectura resulta tan provechosa como fácil.
Una premisa para entender, desde el punto de vista del tema tratado, el mundo en que vivimos es la llamada transición demográfica, el cambio ocurrido en los dos últimos siglos, consistente en la importante reducción de las (hasta entonces altas) tasas de mortalidad y fecundidad. La drástica disminución de una alta mortalidad, sobre todo infantil, y de una alta natalidad está detrás de muchos de los asuntos tratados en el libro. Asuntos como la presunta, y temida por algunos, explosión poblacional. Ha habido, dice Rafael Puyol, una «dramatización del crecimiento demográfico», sobre todo por parte de autores neomalthusianos que hacen lecturas catastrofistas del crecimiento demográfico para defender su reducción. Pero no hay tal. Ese periodo de cierta explosión poblacional, excepcional e irrepetible, ya ha pasado. También es evidente que no nacen demasiados niños. Al contrario, lo constatable, desde los años 50 del siglo pasado, es una fuerte caída de la fecundidad, debida al descenso de la mortalidad infantil, a los métodos de control, a la incorporación de la mujer y al retraso en la edad de concebir. Una caída que se mantendrá en los próximos años.
A vueltas con la inmigración
Cuestión polémica por antonomasia es la de la inmigración. Puyol sostiene que las migraciones son un factor de desarrollo tanto para el país de salida como para el de llegada, y que los múltiples miedos que generan en las sociedades de acogida están casi siempre injustificados. Dentro de los movimientos migratorios, están en aumento las llamadas migraciones medioambientales, las que se producen por la degradación del medio ambiente. Estas pueden ser forzosas, debidas a problemas graves como catástrofes naturales, escasez de recursos o aumento del nivel del mar, y voluntarias, motivadas por cuestiones menores, como la incomodidad por el calor. Todas seguirán en aumento y conviene prevenirlas y darles una cobertura jurídica específica, sostiene el autor del libro.
Abundando en la cuestión de la inmigración, Rafael Puyol recuerda que un informe de la ONU la considera imprescindible para sostener la población en los países desarrollados. Por lo que a la UE en concreto se refiere, cuya población va a caer en términos absolutos y relativos (se habla a este propósito de «invierno demográfico»), nuestras sociedades no pueden vivir sin los inmigrantes, que juegan un papel básico en ellas. Hay que regular la inmigración, no impedirla; y la UE, caracterizada por la baja fecundidad, el envejecimiento y la inmigración tiene pendiente definir de una vez por todas una buena política migratoria. Por ejemplo, Europa debe prepararse para acoger a la mayor parte de emigración procedente de África, un gigante demográfico que ha asistido a un gran aumento de su población en las últimas décadas (por la caída de la mortalidad infantil y la superación de los estragos del sida), y para el que, aunque aumente su nivel de desarrollo, la emigración seguirá siendo una válvula de escape.
Uno de los futuribles más preocupantes relacionados con la inmigración, un fantasma que recorre ciertos ámbitos occidentales es la posibilidad de una Europa musulmana, que la población de este origen llegue a superar a la originaria, con las consecuencias sociales y políticas que eso podría implicar (el francés Michel Houellebecq lo plasmó en una de sus novelas). Tampoco aquí Rafael Puyol se muestra apocalíptico. Rebate el tópico de que las familias musulmanas tengan más hijos; su fecundidad, en todo caso, está bajando. Las previsiones de crecimiento de la población musulmana en Europa son que alcanzará el 7’7 por ciento, poco más que el 6 por ciento que era hace unos años. La Europa musulmana no se divisa en el horizonte.
En cuanto a la apuesta por la natalidad en aras de evitar la inmigración, planteada por políticos como Viktor Orbán en Hungría y partidos como Vox en España, sostiene que se trata de un dilema reduccionista, y aboga por combinar las dos opciones: en pocas palabras, ni hostilidad a los extranjeros ni olvidarse de las políticas de ayuda familiar.
Este último es otro de los asuntos que destacan en el libro. Las políticas de ayuda familiar le parecen al autor «ideológicamente neutras y demográficamente necesarias»; útiles, aunque no milagrosas, de cara a la fecundidad. Y en todo caso, son los niños los que justifican las ayudas y no la modalidad de unión de los padres, en unas sociedades con nuevos y variados modelos familiares.
Jóvenes y viejos
El envejecimiento de la población (valga la expresión ya establecida; Rafael Puyol advierte que no envejecen las poblaciones, sino las personas) en los países desarrollados conlleva una serie de implicaciones importantes de las que se ocupa el libro. La vida saludable (no sedentaria y con buena alimentación) y una buena inserción familiar y social son los principales factores de la longevidad. Donde predominan, se da un alto porcentaje de población muy mayor, lo que la demografía llama zonas azules. Eso tiene una doble y paradójica cara: como hoy se es viejo más tarde, lo hay es una forma de rejuvenecimiento. En todo caso, el aumento de la esperanza de vida plantea riesgos y oportunidades. El principal de los primeros es el llamado edadismo, el prejuicio de mirar con recelo a los mayores por diversos motivos, especialmente el gasto que suponen en pensiones, sanidad o dependencia; así como su discriminación laboral. El autor del libro llama la atención sobre la necesidad de combatir ese prejuicio antes de que llegue a convertirse en gerontofobia. Los mayores, añade, suponen un desafío antes que un problema. Si bien son ciertos los gastos que generan, también son indudables las oportunidades que ofrecen tanto en productividad, por su conocimiento y experiencia, como en consumo (se habla ya, con expresión elocuente, de economía plateada).
Otra ventaja es que el envejecimiento lleva a sociedades más pacíficas; la pax geriátrica se añade a la economía plateada. Pues, si bien no todas las sociedades jóvenes son violentas, sí son jóvenes casi todas las sociedades violentas (entre las numerosas causas no inmediatas de la guerra civil española se ha señalado ―lo ha hecho el profesor Germán Rueda― el aumento de la población y, en concreto, el de la población joven). Los jóvenes tienen la ambivalencia de las lenguas, que decía Esopo. Pueden ser tanto un factor de progreso como de inestabilidad social. Y para que sean lo primero, y dado que no es factible reducir su número, la formación y la educación de este grupo de edad son esenciales.
De modo sintético, Rafael Puyol se ocupa de muchas otras cuestiones. Como el impacto de las dos últimas pandemias sufridas por la humanidad, sida y COVID-19, menor que el de otras del pasado, pero con efectos que permanecen; el (mal) reparto de la población mundial, el alargamiento de la vida; el prolongado proceso de urbanización; las políticas de natalidad en China y la India y su distinto efecto en su condición de potencias mundiales; la vigencia para millones de inmigrantes del sueño americano…
Por lo que toca a España, defiende la necesidad de una política demográfica integral, dirigida a nuestros cuatro grandes problemas: baja natalidad, que requerirá de ayudas por el nacimiento de hijos y para los hijos; inmigración, envejecimiento y despoblación. Y a nivel mundial, concluye que habrá un crecimiento bajo o moderado de la población, no un descenso. Es decir, vamos a ser más, pero menos de los que preveíamos. Y vamos hacia un mundo de ciudades y mayor concentración en una parte cada vez más pequeña del planeta.
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