Javier Olivares. Guionista y productor ejecutivo. Licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Magister por el Instituto de Estética y Teoría de las Artes (Universidad Autónoma de Madrid). Guionista de El secreto de la porcelana, Camino de Santiago, Los hombres de Paco y Los Serrano, entre otras. Creador de Infidels, Kubala-Moreno-i Manchón, Víctor Ros, Atrapa un ladrón, Isabel y (con Pablo Olivares) de El Ministerio del Tiempo. Ganador del Premio Nacional de Televisión, de tres Ondas y siete Iris de la Academia de Televisión, además del Platino 2018 a la mejor serie iberoamericana. Creador de Ena (por estrenar en TVE) y de 33 Días, ahora en rodaje para Atresmedia.
Avance
Javier Olivares, creador, guionista y director ejecutivo, repasa la historia de la ficción televisiva en España. Los primeros éxitos de nuestras series llegaron en los años sesenta, cuando estas se estrenaban y vivían felices en TVE, sin la competencia de otras cadenas. La producción nacional vivió una segunda edad de otro en los noventa, con la llegada de las televisiones privadas y unas audiencias todavía irrepetibles. Fue una etapa más industrial que creativa, con títulos que alcanzaban la categoría de fenómenos sociales. En esa época, bajar de los dos millones de espectadores suponía un fracaso y las cadenas reaccionaban de inmediato cancelando la serie.
En la actualidad, desde la irrupción de las plataformas, en España se produce más que nunca, pero los títulos no gozan ya del respaldo masivo del público ni cuentan con el apoyo de las instituciones. En los países de nuestro entorno, como el Reino Unido, Alemania y Francia, las series se han convertido en una referencia cultural global y en un contrapeso a la dictadura de los algoritmos. Nuestra industria, en cambio, ha descuidado un tanto la faceta artística, mientras los creadores y guionistas son los grandes olvidados.
Pese al esfuerzo de unos pocos, la ficción televisiva sirve en un altísimo porcentaje de las ocasiones para alimentar a las plataformas. Las series en abierto son excepciones y nuestros políticos no se han esforzado por defenderlas, como ocurre en los países citados. El resultado son audiencias muy pobres y títulos en su mayoría de pago, desconectados de la sociedad. Se dice que la ficción en abierto ha muerto. El autor se pregunta si en todas partes ocurre lo mismo. «La respuesta es no».
En este contexto, el papel de la prensa tampoco ha sido el más constructivo posible, ya que exige a las series en abierto unos «resultados» que no pide a las plataformas, por otro lado oscurantistas con las cifras de difusión. El diagnóstico de Javier Olivares es que la ficción televisiva en España está pensada «solo para entretener», «es esencialmente industria y no cultura». Eso no significa que no se produzcan títulos de un elevado nivel, que suelen ser son vistos por audiencias minoritarias. Sus autores, más cinematográficos que televisivos, no llegan a sentir «el roce del público» y, por tanto, sus obras no producen ningún impacto cultural.
Artículo
Cuando todo era gratis y en abierto
La Historia de nuestra televisión comenzó un 28 de octubre de 1956. Ese día saltó a las ondas la primera emisión de TVE. Apenas han pasado algo más de 68 años (un tiempo vivible por un ser humano: el que esto escribe tiene 67) y sí: ya podemos hablar de Historia. Incluso estudiarla y analizar los cambios (vertiginosos) de la misma. En este caso, de una parte esencial del medio televisivo: sus series de ficción.
La primera fase se inicia ya en los años 60, cuando la televisión pública (y única) empezó una andadura cuyo nivel de producción y su calidad narrativa dejó obras incuestionables como Historias para no dormir, Curro Jiménez, Los gozos y las sombras, Fortunata y Jacinta, Anillos de oro, Turno de guardia… entre muchas otras, con creadores de la talla de Chicho Ibáñez Serrador, el gran Jaime de Armiñán, Ana Diosdado y, más tarde, guionistas, entre otros, de la talla de Antonio Larreta o Manolo Matji. Y con hitos como La cabina de Antonio Mercero, con la que España alcanzó su primer premio Emmy en 1973 (el segundo fue La casa de papel).
Sin embargo, esta primera edad de oro, si bien brillaba por su nivel artístico y su compromiso cultural (a veces —como en las adaptaciones literarias de sus telenovelas y su Estudio 1— de un riesgo impropio en tiempos de una dictadura), muchas de sus producciones eran inviables si lo que se buscaba era un balance económico aceptable. Y vivía tranquila, sin tener que competir con nadie por las audiencias.
Todo cambió cuando en 1990 empezaron a emitir las televisiones privadas. Aquí empieza una segunda edad de oro, más industrial que creativa. Pero que generó, valga la reiteración, el inicio y la consolidación de una industria de primer nivel, base de la actual. Y un nivel de competencia elevado, en un momento de alto consumo y que marca una tendencia clave: los programas más vistos son eventos deportivos y ficción. Solo hace falta ver los datos (proporcionados por Fórmula TV) de las series más vistas en España aún a día de hoy. A saber:
SERIE | CAPÍTULO MÁS VISTO | MEDIA DE LA SERIE |
Farmacia de guardia (A3) | 11.527.000 / 62.8 % | 7,5 millones / 48 % |
Médico de familia (T5) | 10.833.000 / 60 % | 7,5 m. / 43 % |
Hostal Royal Manzanares (TVE) | 8.784.000 / 51 % | 6,4 m. / 41 % |
Aquí no hay quien viva (A3) | 8.471.000 / 43 % | 6 m. / 33 % |
Los Serrano (T5) | 8.191.000 / 43 % | 5,3 m. / 28,6 % |
Cuéntame cómo pasó (TVE) | 7.251.000 / 51 % | 4 m. / 24 % |
Las siguientes en la lista son Ana y los 7 (TVE), Pepa y Pepe (TVE), Aída (T5) y Hospital Central (T5). Las series eran fenómenos sociales. Te montabas en el metro al día siguiente y escuchabas habitualmente repetir frases que habías escrito para el capítulo emitido la noche anterior. Y si bajabas de dos millones, estabas cancelado.
Como se ve, hay reparto de grandes series entre las cadenas privadas y TVE. Sin embargo, solo Cuéntame se revela como un high-concept más moderno (a la sombra de la americana Aquellos maravillosos años. Bueno, Hospital Central se miraba en el espejo, hasta en tramas calcadas con Urgencias / ER). Como también se puede observar, TODAS son series de larga duración, temporadas de 13 y 22 capítulos y sin apenas diferencias creativas entre lo público y lo privado. Cuéntame, por ejemplo, llegó a los 413 capítulos en sus 23 años de existencia.
Otro dato es que TVE compite hasta que deja de tener publicidad. Aun así, si hablamos de prestigio, premios nacionales e internacionales, consigue que —tras Cuéntame—, series como Isabel y El Ministerio del Tiempo aguanten el tipo. Hay una sucesión de directores que se debaten en competir con las mismas armas y narrativas que las privadas o plantear una diferenciación estilo BBC (esas dos series lo fueron) con lo meramente comercial. Se decantaron por lo primero y se fue cerrando un ciclo que dio paso a un cambio radical de las series, en el que vivimos. El motivo no fue otro que…
La aparición de las plataformas
En el año 2014, se estrenaban series como El Ministerio del Tiempo, Vis a Vis y La casa de papel… Series que querían dar un paso adelante en un universo en el que llegar ya a dos millones de audiencia era complicado. Ya no había abuelos ni chachas andaluzas. Los tiempos habían cambiado: las familias no se reunían juntas cada noche a ver la televisión de la sala. Fuera, las series se convertían en la primera referencia cultural a nivel global, anticipando lo que luego se convertiría en una industria nueva y potente. Y lo hacía con la autoría como sello incuestionable. Nuestra industria hacía tiempo que se había olvidado de ella y de que hacer una serie es algo tan sencillo (y tan difícil) como contar historias. Y cuanto más personal es la voz, el punto de vista, del que las cuenta, más alto llegan. En España, en cambio, el sello reconocible era el de la cadena o de la productora. Sus creadores y guionistas no eran citados (y a veces ni invitados) en las ruedas y notas de prensa.
También se olvidó de que la tecnología avanzaba y la sociedad había cambiado vertiginosamente: el concepto de «serie para toda la familia» no podía seguir siendo el mismo. Esencialmente, porque las familias ya no eran lo que habían sido antes y no veían juntas la televisión. La pantalla ya no estaba solo en el salón, sino por toda la casa. Las series se veían ya en los ordenadores y otros cachivaches que escapaban a las garras de los audímetros. Y todo empezó a quebrarse. Y apareció Netflix en el 2015. Y luego vinieron las demás. Muchas.
«Y ahora que está Netflix, ¿para qué tenemos que hacer series nosotros?». El día que escuché esta frase en un despacho de un ejecutivo de la televisión pública (no duró mucho), me recordó al «que inventen ellos», de triste memoria. Desgraciadamente, esa filosofía ha triunfado. Esencialmente en un hecho esencial: en España, más del 85 por ciento de la producción se hace, a día de hoy, para plataformas. Y se dice que la ficción en abierto ha muerto. La pregunta es: ¿en todas partes ocurre lo mismo? La respuesta es no.
Cerca de nosotros, en la propia Europa, la situación es bien diferente, aunque nunca se hable de ello. Porque en Europa, la ficción televisiva ha sido (por lo menos hasta ahora) motivo de alta política. En los años 80 el entonces presidente francés Mitterrand, ante la aparición de potentes canales privados (Canal+, La Cinq, TV6 y TF1) tiene la idea de crear una cadena cultural y educativa con vocación europea (La Sept). En 1986, se crea un grupo de trabajo (tras una cumbre Mitterrand-Kohl) con el objetivo de reforzar el peso de Europa en la comunicación audiovisual que, dos años después, se concreta en la creación del canal ARTE, cadena franco-alemana de servicio público.
Hace unos años, quienes se sintieron alertados por la supervivencia de la sagrada BBC fueron los políticos ingleses. Así, se llevó a cabo una comisión parlamentaria al respecto. El aumento de costes, la contratación de sus mejores valores por las plataformas (claro ejemplo es The Crown), describían una situación alarmante. Y reaccionaron con orgullo… Y con medidas fiscales, de promoción y de difusión… El resultado, viendo la producción de los últimos años, es que asistimos a una nueva explosión del British Drama, tanto por la BBC como la mejora de la ficción de la privada ITV. En abierto y en colaboración con plataformas. Ojalá en España hubiera esa sensibilidad hacia la cultura audiovisual televisiva algún día.
Epílogo
Los tiempos han cambiado, sin duda. Y muy deprisa. Y conviene mirar al futuro previniendo lo que puede pasar de ahora en adelante. No hace mucho, se dieron datos de una plataforma española. En ella, la serie más vista desde el día estreno más los 15 días siguientes había tenido 400.000 espectadores. Menos de la mitad que una serie que sería considerada un fracaso en abierto. Y se ha llevado y se llevará grandes críticas (lo merece: es excelente). Y también grandes premios. De las audiencias de plataformas extranjeras, poco sabemos. Sin embargo, cuando alguna serie española se estrena en abierto y apenas tiene un 10 por ciento de share, esta es la principal noticia. De las de las plataformas, no: solo se habla de su calidad, creatividad (muchas veces innegables)… pero nunca de su audiencia. Que muy grande no es.
En resumen, estamos haciendo a nivel industrial las mejores series, pero para verlas hay que pagar. Y así las cosas, como bien dice María Gómez Leyva (en su estudio «Plataformas en línea y diversidad audiovisual: desafíos para el mercado español». Cuadernos CIC / Universidad Complutense, 2019), «asistimos a la consolidación de una sociedad cada vez más desequilibrada y segmentada en sus consumos audiovisuales: televisión para los más desfavorecidos en los modelos abiertos tradicionales (TDT), servicios audiovisuales ‘gratuitos’ con publicidad para los jóvenes pobres más activos (YouTube), paquetes de canales de pago cada vez más abundantes y sofisticados para los pudientes (Movistar+), video on demand en todo tipo de redes para los ricos y activos (Netflix, HBO…); en definitiva, dosis desiguales de contenidos diferenciados que redoblarán las desigualdades sociales».
Y no es cuestión de que en abierto no se puede emitir calidad: la BBC demuestra lo contrario. Y la ZDF. Y las cadenas públicas del norte de Europa. O las francesas (públicas o no, pero en abierto), cuyas series estándar rondan el 20 por ciento de audiencia y se estrenan al año en abierto 30 temporadas (de estreno o renovación). Muchas de ellas las vemos en nuestra TDT cada noche.
No se trata de llegar al share de casi el 50% de Line of Duty en la BBC. Pero de ahí a que nuestra ficción en abierto sean series de fuera (muchas turcas) y series diarias (algunas excelentes, pero no ficción punta a nivel creativo) hay una distancia. Define un país cuyos dirigentes (de cualquier color político) han asumido que la ficción TV es esencialmente industria y no cultura. Que la tele es solo para entretener. Algunos creemos que no hay que conformarse solo con eso.
Resulta curioso, estamos haciendo a nivel industrial las mejores series —insisto—, pero nunca han sido vistas por menos público. No se funden con la sociedad porque no se emiten en abierto. Y cuando quien las crea no siente el roce del público, se convierte en auteur cinematográfico más que televisivo. Se dice que la última palabra de las series las dice el público. Aquí solo se oye silencio. Alegrémonos por la fuerza de nuestra industria (cerca de 60 series se producen al año). Pero no tanto por su impacto cultural. Porque sin público, no lo hay.
Hemos cambiado mucho en muy poco tiempo. Ahora hay que analizar si ha sido siempre para bien.
La fotografía que encabeza este artículo es una imagen de la serie El Ministerio del Tiempo, con Pere Ponce (en el papel de Miguel de Cervantes), Aura Garrido y Hugo Silva. Foto: RTVE