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¿Qué socialismo?

Marx y Engels en el «Rheinische Zeitung»

Marx y Engels en el «Rheinische Zeitung»

José María Barreda. Expresidente de Castilla-La Mancha. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha. Este año ha publicado el libro Un militante de base en (la) Transición, en Catarata editorial.


Avance

Profesor de Historia contemporáneo (después del paso por la militancia política), el autor del texto hace una repaso acelerado por la historia del socialismo a partir de dos cuestiones centrales: el papel de la violencia, que desde sus inicios planteó la dicotomía entre revolución o reformismo, y el respeto a la libertad. Recuerda citas y anécdotas cargadas de significado como, por ejemplo, la escena en la que el político y diplomático Fernando de los Ríos, comisionado por el Partido Socialista para estudiar la posibilidad de su incorporación a la nueva Internacional, expresó su preocupación por la falta de libertades en una entrevista con Lenin. Este le contestó: «¿Libertad para qué?». También recuerda los lemas con los que PSOE y PCE concurrieron (y se diferenciaron) en las primeras elecciones de la Transición: «Socialismo es libertad» decía el primero y «socialismo en libertad», el segundo.

Después de 1945, la socialdemocracia consiguió innegables mejoras para los trabajadores, aunque, actuando en el parlamento, se perdiera la dimensión de partido revolucionario. En este punto, Barreda trae a colación dos nombres y dos enseñanzas: «Sería interesante recuperar y actualizar los planteamientos de Enrico Berlinguer cuando diseñó la estrategia eurocomunista partiendo de un partido “de lucha y de gobierno” capaz de criticar la realidad y de transformarla». Y evoca la experiencia de Salvador Allende en Chile, que enseñó que el avance decidido hacia una nueva sociedad no se puede hacer sin un apoyo social ampliamente mayoritario.

El siglo XXI viene con nuevas incertidumbres. Se busca, se necesita un nuevo sujeto político capaz de ofrecer alternativas y de superar los problemas que el comunismo no pudo resolver y la socialdemocracia tampoco ha superado. No vale ya la difusa clase obrera ni tampoco los indignados… «La organización para ofrecer una alternativa es imprescindible», afirma Barreda. Menciona aquí la apuesta de Nicolás Sartorius por una «democracia expansiva». Y concluye: «Es imperativo recuperar y potenciar la carga revolucionaria de la democracia que hoy tiene en el mundo como obstáculo fundamental la desigualdad brutal en el reparto de la riqueza».


Artículo

Hace casi cincuenta años que Norberto Bobbio publicó un sugerente ensayo en el que formulaba esa pregunta. Desde los primeros intentos de llevar a la práctica los planteamientos teóricos del socialismo «científico», se abrió el debate sobre cómo debería ser y qué procedimiento habría que seguir para conseguirlo. Dos modelos se enfrentaron leyendo de manera diferente El Manifiesto Comunista: el revolucionario y el reformista. Desde un principio, la cuestión de la violencia, «partera de la historia», se planteó como una cuestión trascendental. Pierre Vilar formuló que «el presente depende del pasado y el futuro no se hace a partir de la nada». Conocemos las consecuencias de la Revolución de Octubre y del control de los sóviets por parte de los bolcheviques y sabemos que, en Occidente, donde los partidos socialistas habían luchado por implantar el sufragio universal, no deseaban prescindir de la democracia y la libertad.

Tomado el poder por la fuerza y asediado por los países capitalistas, que temían el contagio revolucionario, la Rusia de Lenin se organizó dejando a un lado la libertad en aras de afianzar la revolución. La «dictadura del proletariado» se utilizó como instrumento imprescindible para la consecución del socialismo; desde entonces, los intentos de justificarla sacrificando la libertad para supuestamente conseguir la igualdad marcó los límites entre comunistas y socialistas.

«¿Libertad para qué?»

La «madre» Rusia se convirtió en el faro que iluminaba a los revolucionarios de todos los países. En 1919 se creó la Internacional Comunista, para «luchar por todos los medios, incluida la fuerza armada, para el derrocamiento de la burguesía internacional». Defendía la dictadura del proletariado como período transitorio hasta alcanzar el socialismo y condenaba la socialdemocracia como traidora de la clase obrera, incapaz de conducir al proletariado a la victoria en los países europeos. En su Congreso de 1921 se produjo la escisión entre socialistas y comunistas. En España es paradigmática la escena de Fernando de los Ríos, comisionado por el Partido Socialista para estudiar la posibilidad de su incorporación a la nueva Internacional, cuando expresó su preocupación ante Lenin por la falta de libertades y este le contestó: «¿Libertad para qué?». El PSOE terminó por no adherirse y se produjo una escisión. Significativamente, de los dos miembros del PSOE que visitaron Rusia uno, de los Ríos, permaneció en el partido socialista y el otro, Daniel Anguiano, participó en la creación del comunista.

La consigna de «¡Proletarios de todos los países, uníos!», es consecuencia del planteamiento marxista según el cual todos los trabajadores del mundo, que no «tenían nada que perder excepto sus cadenas», debían colaborar para conseguir la victoria sobre la burguesía y derrotar al capitalismo mundial. Pero muerto Lenin en 1924 y habiendo triunfado la revolución solo en Rusia, Stalin teorizó sobre las posibilidades de construir el socialismo en un solo país, que Trotsky criticó con firmeza. Antonio Elorza ha explicado cómo la URSS se cimentó en la represión generalizada y en el terror, aunque su faceta inhumana quedara eclipsada por el destello inmenso de una revolución que prometía un hombre nuevo y una sociedad sin explotadores. En todo caso, la revolución de octubre supuso una inmensa esperanza para el movimiento obrero de todo el mundo y se ofrecía como la alternativa a la sociedad capitalista.

En España todavía en los años 60 y 70 del siglo pasado la dictadura del proletariado estaba incorporada en la formación de la mayoría de los antifranquistas de izquierdas. El «informe secreto» de Kruschev durante el XX Congreso del PCUS en 1956 marcó una nueva etapa en la evolución del comunismo. Las invasiones de Hungría ese mismo año y la de Checoslovaquia en el 68 mostraron el rostro, nada humano, del «socialismo realmente existente». Cada vez era más evidente que en la URSS la dictadura del proletariado era la de la cúpula de un partido burocratizado que transformó la experiencia soviética en una dictadura contra los trabajadores, los campesinos y el conjunto de la población.

Mejorar la democracia

Las atrocidades de la URSS y su fracasada gestión devaluaron la revolución y pusieron en valor la reforma. La faz inhumana de la revolución la hace inasumible y el proceso de avanzar modificando progresivamente la sociedad capitalista se presenta como el único posible para ir construyendo el socialismo, consistente en mejorar la democracia. Ya Marx, en un artículo publicado en el New York Daily Tribune, constatando que el proletariado era la mayoría de la población, escribió que «el sufragio universal equivale al poder político de la clase obrera» e insistió en que su introducción «sería una medida socialista». Engels explicó que la utilización de la fuerza no era el único medio de hacer la revolución.

En Europa occidental, los socialistas, que habían contribuido a la instauración de la democracia, no estaban dispuestos a renunciar a ella. Y, en el anhelo de cumplir la «trilogía revolucionaria», junto a la libertad y la fraternidad, consideraban imprescindible la igualdad.

No invoco a Marx y Engels como argumento de autoridad, ha cambiado tanto el mundo, y el capitalismo, que no se trata de intentar estar de acuerdo con lo que escribieron en 1867, sino de plantear si ellos estarían de acuerdo con nosotros cuando analizamos la situación actual y proponemos medidas para construir el socialismo.

Hacia 1870, para referirse a las reformas sociales de Bismarck, los llamados «socialistas de cátedra» acuñaron el concepto de Estado Social o Estado de Bienestar, pero fue sobre todo después de 1945 cuando se popularizó en Inglaterra el Welfare State. Mientras demócratas cristianos y socialdemócratas trataban de construir en Europa Estados que ofrecieran «seguridad y tranquilidad desde la cuna hasta la tumba» a todos los ciudadanos, los partidos comunistas sufrían la crisis ideológica y organizativa de abandonar el leninismo, negar la dictadura del proletariado y plantear el acceso al socialismo por la vía democrática respetando el sufragio universal. La propuesta eurocomunista fue, en definitiva, una aceptación, no confesada, de la socialdemocracia. La cuestión de la «libertad» se planteaba en un primer plano: son muy significativos los lemas de PSOE y PCE ante las primeras elecciones de la Transición: «Socialismo es libertad» decía el primero y «socialismo en libertad» rezaba el segundo. En el PSOE, dirigentes como Indalecio Prieto se declararon «socialistas a fuer de liberales».

Para diferenciarse del «socialismo realmente existente» en el área de influencia de la Unión Soviética, Cuba y el maoísmo chino, se utiliza la denominación de «socialismo democrático» al comprometido con la construcción del Estado de Bienestar en el contexto de un Estado de Derecho, que no acepta que la mano invisible del mercado lo regule todo; por el contrario, la constatación de que su funcionamiento produce injusticias aboca al Estado Social a intervenir para corregir sus «errores» y lograr una sociedad más justa e igualitaria.

Las resoluciones del Partido Socialdemócrata Alemán del Programa de Bad Godesberg de 1959 supusieron la renuncia a la socialización de los medios de producción y la aceptación de la vía reformista. En dicho programa puede leerse: «La propiedad privada de los medios de producción tiene derecho a protección y estímulo, siempre que no impida la organización de un orden social justo. Las empresas medias y pequeñas, capaces de rendimiento, deben fortalecerse para que puedan resistir la competencia económica con las grandes empresas. La competencia mediante empresas públicas es un medio decisivo para impedir el dominio privado del mercado». El lema del SPD fue desde entonces: «Mercado siempre que sea posible, Estado solo cuando sea necesario».

En la actualidad, de las dos grandes tradiciones parlamentarias del marxismo: el leninista del modelo soviético y el de los partidos en la oposición en los países capitalistas que de hecho han actuado como formaciones, la primera es residual. La experiencia del comunismo tiene un principio y un final bien marcados en la historia contemporánea: tuvo su aurora en 1917 y su ocaso en 1989, con la caída del muro de Berlín, saludado, nada más y nada menos, como el fin de la historia. El comunismo conoció una época de gran auge en los años 30 con el acceso de Hitler al poder, al tiempo que la socialdemocracia vivía un período de gran desprestigio. Después de 1945, la socialdemocracia consiguió innegables mejoras para los trabajadores y muchos analistas señalan que esas conquistas sociales en Europa occidental se debían a políticas profilácticas para el contagio comunista.

Los socialdemócratas, actuando en el parlamento, han perdido su dimensión de partidos revolucionarios. Sería interesante recuperar y actualizar los planteamientos de Enrico Berlinguer cuando diseñó la estrategia eurocomunista partiendo de un partido «de lucha y de gobierno» capaz de criticar la realidad y de transformarla. De la experiencia de Salvador Allende en Chile aprendió que el avance decidido hacia una nueva sociedad no se puede hacer sin un apoyo social ampliamente mayoritario.

El socialismo en el siglo XXI

En el siglo XXI no podemos utilizar las viejas recetas de los tratamientos anticapitalistas. El mundo es otro, Europa es otra y España, incorporada a ella, también. Una primera evidencia se impone con claridad y es determinante: el proletariado, la clase obrera, llamada a ser la clase «redentora», ha dejado de ser claramente mayoritaria y, en todo caso, ha perdido peso y protagonismo en la sociedad. Se necesita un nuevo sujeto político capaz de ofrecer alternativas y de superar los problemas que el comunismo no pudo resolver y la socialdemocracia tampoco ha superado.

No basta la «indignación», un fantasma que recorre Europa y el mundo sin ofrecer esperanza y soluciones. La alternativa socialista hoy necesita grandes apoyos y consensos sociales para intentar llevar a cabo la transformación de la sociedad, pero para ello sigue siendo necesario una organización, llámese partido, movimiento o de otra manera, que construya uniones colectivas, pues la indignación individual resulta estéril. La organización para ofrecer una alternativa es imprescindible.

En el pasado reciente de algunos partidos progresistas ha habido interpretaciones más volcadas al liberalismo que a la socialdemocracia, concretamente la experiencia de Tony Blair y su Tercera Vía y la de Gerhard Shröeder y su Nuevo Centro, en las que se ponía el énfasis en la cuestión de la igualdad de oportunidades y la responsabilidad individual olvidando la imprescindible vertiente redistributiva y el hecho de que la lucha por la igualdad no se limita a ofrecer las mismas oportunidades. Además de no abordar la regulación de los mercados financieros. El simple deseo de «modernizar» la economía, que caracterizó a estas «vías», queda lejos del horizonte de una sociedad más justa.

Norberto Bobbio se preguntó en 1993 si las democracias que gobiernan los países más desarrollados son capaces de resolver los problemas que el comunismo no consiguió solucionar: «La democracia —admitámoslo— ha superado el desafío del comunismo histórico. ¿Pero qué medios y qué ideales tiene para hacer frente a esos mismos problemas de los que nació el desafío comunista?».

En la actualidad, la socialdemocracia es la única alternativa a los gobiernos conservadores y ello obliga a defender enérgicamente sus logros conseguidos en los regímenes capitalistas (ahora que no hay miedo al comunismo), a ser críticos con las carencias e imperfecciones de la democracia y a luchar por la mejora de las condiciones sociales del conjunto de la sociedad.

No conocemos recetas infalibles de aplicación universal. Recientemente Nicolás Sartorius ha planteado la posibilidad de ir superando el capitalismo mediante «la democracia expansiva». Es imperativo recuperar y potenciar la carga revolucionaria de la democracia que hoy tiene en el mundo como obstáculo fundamental la desigualdad brutal en el reparto de la riqueza.

Si el socialismo no fue posible en un solo país, los espacios de las socialdemocracias surgidas tras 1945 en Europa, los Estados-Nación, han perdido protagonismo en favor de la Unión Europea con la que comparten soberanía. Hoy, en plena globalización, la dimensión internacional de la lucha es más necesaria que nunca. La socialdemocracia es difícil en un solo país. Cuando los partidos socialistas europeos ganan las elecciones en sus naciones, su margen para diseñar las políticas económicas y monetarias es escaso y con frecuencia los planteamientos del Banco Central son conservadores y la mayoría del Parlamento también, de ahí la importancia de plantear alternativas europeas. Mientras, no obstante, sigue habiendo diferencias en las políticas fiscales y sociales en relación a la derecha. También en las relaciones laborales, en las cuestiones de género, en el compromiso con el medio ambiente y en muchas otras cuestiones.

Tal vez parezca poca cosa, y poco épico, pero en gran medida, como ha escrito un conocido filósofo italiano, «ser de izquierdas hoy es tratar de limitar los daños». Consiste en expandir la democracia.


La imagen que ilustra este artículo, el famoso retrato de Marx y Engels en el Rheinische Zeitung, es obra de E. Capiro en 1849. Se trata de un contenido en dominio público y se puede consultar en Wikimedia Commons.

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