Patrick Radden Keefe (Estados Unidos, 1976) es periodista y autor de varios libros de periodismo narrativo, por lo general relacionados con alguna forma de delincuencia. Al menos cinco de ellos han sido traducidos al español. Redactor de The New Yorker, en 2013 ganó el National Magazine Award for Feature Writing. Con No digas nada obtuvo el National Book Critics Circle Award en 2019.
Avance
La de Irlanda del Norte es una de esas pequeñas guerras cercanas que, sin embargo, no terminan de ser conocidas en los países europeos de su entorno. No demasiada gente sabe que Belfast también tiene sus muros de la vergüenza, aunque se llamen «de la paz». El llamado «conflicto» empezó en los años sesenta y no terminó hasta el Viernes Santo de 1998, pero las heridas siguen abiertas y no es fácil encontrar verdaderos expertos que expliquen qué ocurrió allí y qué sigue pasando un cuarto de siglo después.
Tampoco abundan, o no han tenido suficiente reconocimiento, las referencias literarias y audiovisuales sobre «The Troubles» (los problemas), otro eufemismo utilizado para resumir la muerte de 3.500 personas y el sufrimiento de muchas más. No digas nada, un libro extraordinario, llenó con acierto este vacío en 2018, dos años antes del estreno de Belfast, notable película de Kenneth Branagh. Este invierno ha llegado a la televisión la miniserie basada en la obra de Patrick Radden Keefe, una adaptación brillantísima, fiel en lo esencial, sin aferrarse más allá de lo razonable a la letra impresa, en su día elegida por The New York Times y The Washington Post como mejor libro del año.
Artículo
En diciembre de 1972, Belfast es una ciudad dividida. Una noche, varios encapuchados entran en casa de Jean McConville, viuda de 38 años con diez hijos a su cargo, y se la llevan sin miramientos. Los niños reconocen a algunos de los hombres que irrumpen en la vivienda de protección oficial. Son sus vecinos. Jean le pide al mayor que cuide de los más pequeños hasta que regrese, pero nunca volverá. Ellos la buscarán durante décadas con una fe decreciente. Este pequeño gran crimen es el hilo del que Patrick Radden Keefe tira hasta encontrarse con una gigantesca e incomprensible madeja, «The Troubles», los problemas, un eufemismo no mucho mejor que el de «conflicto norirlandés». Explicarle al resto del mundo esta guerra entre católicos y protestantes es un reto mayúsculo incluso para un público tan cercano como el europeo. El conflicto le costó la vida a 3.500 personas entre 1968 y el Viernes Santo de 1998, en un país que no llegaba al millón y medio de habitantes. Casi todos conocen allí a alguien con las manos manchadas de sangre. No digas nada («Say Nothing») es «una historia real de crimen y memoria en Irlanda del Norte», reza el subtítulo del libro, elegido como el mejor del año por The New York Times, The Washington Post y Time Magazine.
Quien nunca llegó a mancharse es Gerry Adams, que sigue negando cualquier relación pasada con el IRA (Irish Republican Army, Ejército Republicano Irlandés), aunque el libro, la serie e incluso Wikipedia explican sus vínculos sin miedo a las demandas. En Suecia lo excluyeron del Nobel de la Paz concedido a sus compañeros del Sinn Féin, pese a que él era el líder del partido y el negociador principal de un acuerdo de paz del que muchos de sus excompañeros reniegan. Pero no es el análisis político lo que interesa de No digas nada, que prefiere recordar el clima de terror que se vivía dentro y fuera del IRA y a ambos lados de los llamados «muros de la paz». Al contrario que Berlín, Belfast los mantiene a lo largo de muchos kilómetros. En ese escenario laberíntico e imposible de dibujar en pocos trazos, Adams es pintado como un líder carismático y astuto, pero también paranoico y perverso. Cualquier traición o la mera duda sobre alguno de sus correligionarios era castigada de forma implacable.
Una originalidad de No digas nada, un defecto a juicio de los más críticos, como el diario The Guardian,1 es que las víctimas no son las verdaderas protagonistas del relato, aunque McConville y sus hijos sean los sufridos héroes fundacionales y no debieran sentirse abandonados. Ocurre que entre decenas de entrevistados, Patrick Radden Keefe repara sobre todo en la voz contradictoria de Dolours Price, integrante confesa de la organización, arrepentida solo a medias de su «trabajo» como ejecutora de alguno de los peores atentados terroristas e incluso conductora, cuando había que transportar armas o encargarse de algún «paseo». Nadie sospechaba de una mujer.
Es un personaje fascinante, para bien o para mal. Su mirada ilumina los hechos con un tono opuesto, pero quizás más eficaz, al que habría aportado una víctima. Hija de un fanático y hermana de otra digna portadora de los genes familiares, Dolours comprendió de forma progresiva y tardía lo absurdo de la «lucha armada» (otro eufemismo peligroso) y lo inútil que fue arruinar tantas vidas, incluida la suya. Ella es una rebelde a la que le arrebatan su causa. Acaba desencantada, acosada por los fantasmas de sus víctimas e indignada por la imagen de santurrón de Gerry Adams. La evolución de Price permite que avance la acción e ilustra con fuerza el régimen de terror en el que vivía el país entero.
Lo que hace el autor no es tan sencillo: agarra a un grupo de personas reales y las convierte en personajes dignos de la mejor ficción, de modo que el relato supere en fuerza al ensayo histórico: las armas de la ficción tienen un poder fabuloso. También en el bando británico encuentra Keefe a un antagonista de altura, un oficial implacable y obsesivo en su trabajo, encarnado en la pantalla por el carismático Rory Kinnear. Esa «excesiva simpatía por sus personajes», más propia de un novelista que de un historiador, funciona como artimaña narrativa y permite hacer comprensibles unas tramas realmente complejas. Que el lector o el espectador juzguen por sí mismos si se le va la mano con el recurso.
Fiebre por las adaptaciones literarias
Si podemos dejar a un lado estas consideraciones, lo más notorio de No digas nada es que aúna la buena literatura, en algún lugar entre el ensayo y la ficción, con el buen ojo cinematográfico. En casos así, la satisfacción es doble y las ganas odiosas de comparar se mitigan, salvo para conseguir clics en internet. Vivimos una época de desmesurado «consumo», otra palabra fea para la colección, que describe bien la pira en la que arden las producciones audiovisuales, pan para hoy y olvido para mañana. Lo más natural del mundo es recurrir a la literatura de éxito contrastado para alimentar a la bestia. Cada año se estrenan miles de episodios entre todas las plataformas, en una continua exigencia de más madera que arrojar a las insaciables pantallas.
Lo que no es tan frecuente es que en muy pocos días se sucedan los estrenos de adaptaciones literarias tan distintas, pero todas ellas ambiciosas, como La peste, Chacal, Como agua para chocolate y, sobre todo, de ese proyecto imposible que es Cien años de soledad. Los resultados son muy dispares, también su grado de fidelidad al texto original, pero antes de hablar del controvertido viaje póstumo de la novela de Gabriel García Márquez era importante recomendar No digas nada en cualquiera de sus formatos. El libro lo ha editado Reservoir Books, luego DeBolsillo, y la serie se puede encontrar en Disney+, que no es solo un canal de niños.
- Say Nothing review – a compelling but fatally flawed account of the Troubles (Crítica de No digas nada: un relato convincente pero fatalmente defectuoso de «los problemas»). ↩︎
La fotografía es una imagen promocional de la serie en la que aparece la actriz Lola Petticrew, en el papel de Dolours Price.