Martin Aurell. Medievalista hispanofrancés. Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Poitiers, donde dirigió el Centro de Estudios Superiores de Civilización Medieval. Autor, entre otros libros, de El imperio Plantagenet (2012).
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En esta entrevista, el autor desarrolla la tesis de su libro, refutando las ideas estereotipadas y preconcebidas que nos han llegado sobre la Europa medieval: la misoginia, el rechazo al diferente, la incultura, la violencia, la opresión, la xenofobia de las cruzadas, la oscuridad, la ignorancia y el fanatismo. Y lo hace ofreciendo numerosos datos extraídos de las fuentes, con rigor y sin ánimo moralista, subrayando que al historiador no le compete juzgar la época que estudia.
Demuestra que la mujer no estaba postergada, ni era más inculta que el varón; que la sociedad medieval era, en algunos aspectos, mas inclusiva que la nuestra; que la violencia era relativa, comparada con las guerras mundiales del siglo XX o las de destrucción masiva de la actualidad; que aquel periodo aportó al progreso científico y técnico numerosos inventos; o que el absolutismo fue un invento del Estado moderno, ya que el poder de los monarcas medievales estaba limitado por la nobleza y los estamentos intermedios. Entre las sombras, la expulsión de los judíos o la alianza de la espada y el altar, con las cruzadas, algo injustificable desde la sensibilidad contemporánea; si bien, es preciso situarse en la mentalidad de la época, dado que el peor enemigo del método histórico es el anacronismo, consistente en trasplantar los valores contemporáneos al pasado, como apunta Aurell. Y aunque la laicidad, la separación del orden temporal y el espiritual, es un avance que no ha sido pleno hasta la época contemporánea, ya aparece a finales de la Edad Media, y antes llegaron a reclamar esa separación algunos pontífices.
Concluye Martin Aurell que, con sus innegables sombras, el Medievo fue un periodo rico, creativo y decisivo en muchos sentidos para el devenir de la humanidad, como ha tratado de demostrar en su ensayo.
Artículo
En línea con otros medievalistas, como Jacques Le Goff, Georges Duby o Régine Pernoud, el historiador Martin Aurell proporciona, en Diez ideas falsas sobre la Edad Media, argumentos para demostrar que esta no fue el periodo oscuro, inculto, intolerante y violento que se nos han transmitido, de forma sesgada e interesada, desde Petrarca hasta los medios de comunicación actuales, pasando por Voltaire, Michelet o la novela gótica del siglo XIX. Ni fue un paréntesis mediocre entre dos periodos de paz y progreso, ni tampoco un tiempo de fiesta incesante, guerra heroica y arquitectura innovadora. Ni todo fue negro, ni todo rosa, sino que hubo una amplia gama de matices cromáticos, como el autor apunta en su libro. Reducir a un tópico maniqueo un periodo tan complejo, heterogéneo y largo —mil años, desde el siglo V al siglo XV— es una falta de rigor y una falsedad.
—Según Michel Onfray, en el concilio de Maçon (550) se discutió que la mujer tuviera alma. ¿Es así?
—Todo nace de un malentendido: desde el siglo XVIII se malinterpreta un texto de Gregorio de Tours sobre las discusiones de aquel concilio. En ellas no se hablaba del alma de la mujer, sino que se debatía si el término gramatical hombre incluía a la mujer. Era una discusión lingüística sobre el epiceno (adjetivo que, con un solo género gramatical, puede designar seres de uno y otro sexo). Pero el tópico llegó hasta Victor Hugo que en La leyenda de los siglos, afirma que clérigos rígidos negaron antaño el alma a las mujeres. Lo cual es una falsedad.
—¿Sale ganando la mujer en la Edad Media respecto a la situación de dependencia del varón que imponía el Derecho romano?
—Así es. El derecho romano era bastante misógino: la mujer necesita un tutor (padre si soltera, marido si casada) para cumplir actos jurídicos, y eso cambia con el derecho germánico, a partir del siglo VI, mucho más favorable a la mujer: una vez casada podía colaborar con el esposo en la administración de los bienes familiares y tomar decisiones con él. Y cuando enviuda puede recuperar los bienes de su marido, lo que le da una capacidad jurídica superior a la del sistema romano.
Y a partir del siglo XI, la Iglesia insiste en que los esposos (hombre y mujer) expresen explícitamente el libre consentimiento en la boda. Nada que ver con la concepción del matrimonio de la antigua Roma. De hecho, un papa (Urbano II) reprendió al rey Sancho Ramírez de Aragón, porque pretendía obligar a casarse a una sobrina con un caballero en pago por sus servicios.
—Dice vd. que al imponer la monogamia el cristianismo libró a la mujer de los abusos machistas de la Antigüedad.
—La poligamia o mejor dicho la poliginia —un hombre con muchas esposas— degradaba a la mujer, y la monogamia supuso un avance cultural y un progreso en la consideración de la mujer como persona.
—Cuenta en el libro que en la Edad Media hay mujeres que dirigen reinos, anulan matrimonios, se enfrentan a los pontífices o van a las cruzadas…
—En efecto. Las mujeres de la nobleza tenían una inmensa capacidad para actuar. En el siglo XII tenemos a la reina Urraca, de Castilla y León, que se enfrentó y se separó de su marido, Alfonso el Batallador; o a Leonor de Aquitania, esposa de Luis VII de Francia y luego de Enrique Plantagenet de Inglaterra, una mujer culta, que fue a las cruzadas. Otras hicieron la guerra como Ermengarda de Narbona, que se enfrentó a sus sobrinos de Lara; Margarita de Beverley, que defendió Jerusalén contra Saladino. Y hubo mujeres cultas, como María de Francia, que en el siglo XII fue la primera escritora en lengua francesa.
—Pero eso no estaba al alcance de las mujeres del vulgo.
—En otros medios sociales las mujeres gozan incluso de más de libertad, por ejemplo, para casarse con el hombre que quieren sin que se lo impongan; y, a otro nivel, entre los artesanos la mujer trabaja junto al hombre encargándose de la gestión (compras, ventas, atención al cliente); en el campesinado, el hombre siembra y la mujer cosecha.
—¿Quién de los dos era más culto?
—En la aristocracia es la mujer, porque dispone de más tiempo y sabe leer y escribir, a diferencia del varón que invierte su tiempo en el entrenamiento para la guerra. Además, la mujer noble suele tener acceso al latín, a través de la lectura de los salmos, en el libro de las Horas, algo menos frecuente en el hombre.
—¿Qué me dice de los marginados: leprosos, prostitutas, inválidos? ¿era poco inclusiva la sociedad medieval?
—En algún momento los marginados podían sentirse despreciados, pero en general, solían estar más integrados en la Edad Media, como lo suelen estar en todas las sociedades tradicionales, y actualmente también en los países subdesarrollados. Según Michel Foucault en su Historia de la locura, fue en el siglo XVIII cuando se encerró a los dementes, que hasta entonces vivían en sintonía con sus conciudadanos. A los leprosos no se les aleja de las poblaciones hasta finales de la Edad Media, con la peste negra. Es verdad que en algunos sectores populares se veía la lepra como castigo por el pecado, pero en el discurso oficial de la Iglesia se asociaba al leproso con Cristo llagado en la cruz y se les prestaba atención humana y religiosa. Y respecto a las prostitutas, cuenta el medievalista Jacques Le Goff que una cofradía de meretrices regaló una vidriera a Notre Dame de París y el cabildo la aceptó.
En el mundo rural, familia y vecinos se hacían cargo de inválidos y ancianos, de forma espontánea, lo cual contrasta con los viejos que en las grandes urbes del siglo XXI viven y mueren solos, debido al individualismo. En ese aspecto, la Edad Media puede enseñarnos algo.
—¿Y los mendigos, que proliferaban por toda Europa?
—La Iglesia medieval no solo se ocupó de ellos, sino que franciscanos y dominicos adoptan su condición, se hacen ellos mismos mendigos, por eso se llaman frailes mendicantes. En la época merovingia en Francia o visigoda en España, se atendía al pobre dándole limosnas, pero con la revolución de san Francisco de Asís en el siglo XIII, es el fraile el que se entrega en persona y vive de la limosna, a diferencia de otros monjes que se sostenían con el cultivo de huertos o con rentas.
—Los judíos, en cambio, fueron la gran asignatura pendiente…
—En la Alta Edad Media se les tenía en consideración porque se les conceptuaba como testigos de la crucifixión de Jesucristo y porque se respetaba mucho la sabiduría bíblica, hasta el punto de que exégetas cristianos aprendieron hebreo con rabinos para que las ayudaran a interpretar el Antiguo Testamento. Pero después hubo un movimiento popular antijudío por envidia, debido a la usura, y los reyes de Europa confiscaron sus bienes y terminaron expulsándolos, en parte por exigencia de la política de homogeneidad religiosa de los nuevos estados nacionales: desde Felipe Augusto en Francia, en el siglo XII, hasta los Reyes Católicos en España, a finales del siglo XV.
—El derecho de guerra que prohíbe atacar al desarmado ¿se adelantó diez siglos a la convención de Ginebra?
—Entre los siglos X y XIV existieron esas reglas y hubo mucho respeto entre los nobles. Por varias razones: tenían los mismos valores; eran incluso parientes entre sí; al hacer la paz organizaban casamientos entre ellos; y siempre era más interesante capturar al vencido y pedir un rescate que matarlo. Eso desaparece a partir de 1300. En cualquier caso, aquellas reglas de respeto eran más comunes en las guerras entre cristianos, y no tanto en las que libraban cristianos contra musulmanes, donde había menos consideración con el vencido.
—Según el tópico, la Edad Media no inventa nada, pero ¿dónde salen las gafas, el astrolabio y la brújula?
—El Descubrimiento de América no habría sido posible sin los progresos del siglo XIII que permitieron navegar, no solo siguiendo la costa sino atravesando océanos gracias al astrolabio y la brújula. Las gafas, que surgen en el siglo XIV, permiten alargar la vida intelectual de los estudiosos, los científicos, los copistas. Y en medicina, aparece la anestesia, los calmantes o los desinfectantes para curar las heridas. Y en la agricultura, el gran invento de los molinos que se propagaron por todo Occidente; y el dominio de la fuerza hidráulica y eólica ahorró tareas agotadoras que los romanos reservaban a los esclavos. Se inventaron también nuevos yugos multiplicando la capacidad de los animales de tiro. El uso de la fuerza hidráulica para los martillos de fragua le dio un notable impulso a la siderurgia. La lista es larga: el botón, la carretilla, el ajedrez, los naipes.
—El Medievo terminó con la esclavitud rural, sin embargo seguía habiendo siervos.
— Sí, había siervos en el Medievo, pero el avance es muy notable. Porque jurídica y filosóficamente el esclavo está considerado una cosa, propiedad del amo. Aristóteles define al esclavo como «un instrumento que tiene voz» y el siervo, en cambio, es una persona, que tiene derecho a un tribunal, a una herencia, a casarse con quien quiere.
—En el sistema feudal, el campesino trabaja para el señor y a cambio recibe protección y sustento. ¿Sería algo parecido a la seguridad social?
—Seguridad física desde luego, frente a la criminalidad y a los ataques exteriores. Pero la seguridad social, por decirlo en términos modernos, la proporciona la Iglesia, con los hospitales, con la enseñanza, y el fiel contribuía pagando el diezmo. Los laicos, por otro lado, se organizan y entre ellos y pagan su sistema médico, con hospitales que dependen de las alcaldías a partir del siglo XIII.
—Apunta vd. que cabe detectar el origen del capitalismo en la actividad de los mercaderes italianos, ¿puede explicarlo?
—Sí, el capitalismo nace en la Edad Media, cuando, por ejemplo, en las ciudades portuarias se divide entre gente —-incluso relativamente modesta— el riesgo al armar un barco para viajar en busca de seda, oro o especias, y luego los que han invertido tienen un porcentaje en las ganancias. Alrededor de eso surgen los seguros, la letra de cambio, antecesora del cheque, a partir del siglo XIII. Otro avance importante es la contabilidad, que se agiliza gracias a la sustitución de los números romanos por los árabes, la introducción del cero, y el debe y haber, a partir de 1300. Para bien o para mal, el capitalismo nació en la Edad Media.
—¿Cómo justificar la unión de la espada y la cruz para liberar los santos lugares?
—Para nuestra mentalidad es difícil de justificar. Es preciso ponerse en el punto de vista de los cruzados. Se consideraban peregrinos, que llevaban armas para protegerse de los peligros del viaje y para liberar el santo sepulcro, en manos del islam, y esto es por el fuerte sentido religioso que se tenía en la época. A la vez, respondía a una petición del emperador de Bizancio que quería proteger sus territorios de los ataques turcos. El problema es que cuando los caballeros cristianos conquistan tierras en Palestina, deciden quedárselas ellos. También los turcos invadían territorios que no eran suyos.
—Eso se traducía en muertes y violencia, que la Iglesia apoyaba.
—Sí. Eran sociedades guerreras y eso conllevaban violencia; pero una violencia relativa si la comparamos con los estragos de las dos guerras mundiales del siglo XX o de las guerras de destrucción masiva actuales. Efectivamente no es justificable el apoyo de la Iglesia a esas guerras, es preciso situarse en el contexto de la época. Actualmente la Iglesia católica tiene otra actitud, a diferencia de la ortodoxa, no hay más que ver el apoyo del patriarca de Moscú a la invasión rusa de Ucrania.
—Precisamente indica usted en el libro que la separación de Iglesia y Estado aparece, en germen, en el Medievo.
—Está en el mensaje cristiano desde el Evangelio («A Dios, lo que es de Dios y al César lo que es del César») y lo desarrolla luego San Agustín. Contrariamente a las ideas de la antigüedad, el mensaje de Cristo tendía a excluir la religión del ámbito de los poderes constituidos. La laicidad, la separación del orden temporal y el espiritual, es un avance colosal que no ha sido pleno hasta la época contemporánea, pero ya aparece a finales de la Edad Media, y antes llegaron a reclamar esa separación pontífices como Gelasio (siglo V) o Inocencio III (siglo XIII).
—¿No fue peor la Inquisición civil que la eclesiástica?
—A los reyes tampoco les interesaba que hubiera herejía porque eso generaba divisiones y luchas y amenazaba la estabilidad, como se vio en las guerras de religión de Francia. Y la Inquisición secular, de los poderes laicos, a veces, eran más dura que la eclesiástica. El papa Alejandro III reprochó a Luis VII de Francia, Enrique II de Inglaterra y el emperador Federico Barbarroja la brutalidad con la que persiguieron a los herejes. La inquisición civil fue incluso más dura después de la Edad Media, en la Edad Moderna, cuando adquieren fuerza los Estados nación. Estos suponen mayor estabilidad y también cierta seguridad a los súbditos, pero, a la vez, tienen algo de Leviatán opresor, como decía Hobbes.
—Da a entender en el libro que, en comparación con los Estados modernos o actuales, había en la Edad Media cuerpos intermedios que ejercían de contrapoderes del monarca.
—Es así. En el periodo medieval hay corporaciones, estamentos —campesinado, nobleza, clero— y cada estamento negocia con el rey, cuyo poder no es absoluto. Y finales del siglo XII nacen las cortes —antecedentes de los parlamentos— que el soberano debe reunir cuando se plantea hacer una guerra o efectuar un gasto extraordinario. Cuando accede al trono, el rey ha de jurar que va a respetar las libertades del pueblo, como Alfonso VI ante el Cid en Santa Gadea de Burgos. Se puede decir que el rey tiene un contrato con el pueblo, y eso desaparece con el absolutismo. «El Estado soy yo» decía Luis XIV. En el Estado moderno, el absolutismo aplastaba los cuerpos intermedios en favor de un poder monárquico centralizado.
—En el libro desmiente también el tópico de la oscuridad: con el gótico llegó la luz.
—El gótico es una revolución, porque inunda de luz las iglesias que, en el románico eran oscuras —aunque con una belleza increíble—. Hay una filosofía detrás, del Pseudo-Dionisio Areopagita, sobre la jerarquía de la luz, en cuya pirámide está Dios, «sol de justicia» y «rayo supra esencial». La luz atraviesa la vidriera e ilumina la catedral, y el rosetón, que suele representar la coronación de la Virgen o el juicio final, anticipa realidades teológicas como la visión beatífica, o contemplación de Dios.
Eso se traduce en el estudio científico de la luz y sus propiedades y el desarrollo de la óptica con el invento de las lentes. Y hasta en la moda, con la revolución de los colores. El rojo fue el color preferido en la ropa, el negro se impuso más bien en la Edad Moderna. Las viudas medievales, por ejemplo, no iban de negro sino de blanco, símbolo de la resurrección.
—En la universidad medieval se consideraba más excelentes las artes liberales que las artes mecánicas. Ahora se han invertido los términos: los estudios tecnológicos gozan de más prestigio que los estudios humanísticos.
—La Edad Media recoge, en ese sentido, el legado de Grecia y Roma en donde los aristócratas se dedicaban al ocio (otium), a hablar, a filosofar, y dejaban el negocio (negotium) para los trabajadores que se dedicaban al dinero, a cosas materiales. Ese es el espíritu de las artes liberales, del trívium y el quadrivium de la universidad medieval. Eso ha cambiado actualmente, gracias al progreso técnico impresionante, y la sociedad suele desdeñar el estudio la historia, la filosofía, el arte, es decir las humanidades, para centrarse en la resolución de problemas materiales.
—Finalmente, hasta qué punto han limpiado la imagen distorsionada que se tenía de esa época, medievalistas del siglo XX como Jacques Le Goff, Georges Duby, o Régine Pernoud, biógrafa de Leonor de Aquitania.
—En Europa, que tenemos raíces medievales, ha habido un movimiento de historiadores e intelectuales, como los que cita, que han contribuido a estudiar con ecuanimidad ese periodo. Desagraciadamente en los campus de América, hay un movimiento contrario, desde los años 70, que insiste en el aspecto violento y grotesco de la Edad Media occidental. Mis colegas medievalistas se quejan de que en las universidades se suprimen plazas de esa materia y se prefieren los estudios africanos, asiáticos etcétera. Se tiene la idea de que los europeos lo hemos hecho todo mal, lo cual es falso, aunque no hayan faltado errores y cosas poco admirables. Para ellos la Edad Media occidental es el principio de todas las opresiones, pero no es así, como he tratado de demostrar en este libro, ya que se trata de una época de gran vitalidad, cuyo estudio es apasionante.