Ludwig von Mises nació en 1881 en Lemberg, una ciudad entonces dentro de las fronteras del Imperio austro-húngaro, pero hoy parte de Ucrania (Lviv). Mises pertenecía a una familia judía de clase acomodada. Pronto dio muestras de una inteligencia y clarividencia poco comunes, de las que gozó hasta la muerte. Su lengua materna era el alemán, aunque llegó a dominar el inglés y otras. Fue uno de los pocos afortunados que abandonó Europa antes de que Hitler empezara con el exterminio judío. Falleció en Nueva York, en 1973.
Mises ha pasado a la historia como uno de los economistas más solventes e influyentes, un pensador de una profundidad y calidad extraordinarias. Su ensayo capital, La acción humana (1940, en alemán; 1946, en inglés), es uno de los libros más importantes del siglo XX. Véase aquí la versión canónica inglesa de esa obra: Human Action. Mises es quizá el representante más eminente de la Escuela Austriaca de Economía.

La teoría del dinero y del crédito supuso el estreno de Von Mises en el panorama mundial de los economistas. Esta obra se publicó por vez primera en alemán en 1912 bajo el título de Die Theorie des Geldes und der Umlaufsmittel (“La teoría del dinero y de los medios fiduciarios”) y fue reseñada en 1914 por un joven prometedor llamado John Maynard Keynes, que «hizo un juicio bastante negativo del contenido del libro”, señala José Antonio de Aguirre en la introducción a la edición española de La teoría del dinero y del crédito, publicada por Unión Editorial. La teoría del dinero y del crédito va acompañada de una presentación del profesor Jesús Huerta de Soto a la obra completa de Ludwig von Mises.
Aguirre relata que el objetivo de Von Mises era «combatir el inflacionismo, es decir, aquella política económica que recurre, para resolver los distintos conflictos que se presentan, a aumentar la cantidad de dinero, un fenómeno moderno asociado a la aparición y consolidación de los bancos centrales y el dinero fiduciario” (p. xxxix).
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, la revolución keynesiana se impuso. Se olvidó, como pone de manifiesto Von Mises en su libro, que «el dinero es, ante todo, un medio común de cambio que el mercado ha seleccionado como tal y no una creación de la ley. Por este resquicio abierto es por donde penetran todas las doctrinas inflacionistas” (p. xl), apunta José Antonio de Aguirre en el mismo prólogo, y añade: “Hoy muchos aceptan que el dinero no pasa de ser una creación de la ley que decreta sencillamente el «curso legal» de un papel que no se refiere a nada. Los billetes del Banco de España hace ya tiempo que eliminaron la cláusula de «se pagará al portador», y así hacen otros muchos bancos centrales emisores” (p. xlii).
Pero el dinero no es una creación de la ley; es una mercancía que el mercado selecciona como medio común de cambio. De lo contrario termina ocurriendo lo que a la «moneda alemana» en la gran hiperinflación que siguió a la Primera Guerra Mundial. La expulsión de la circulación de la moneda del Estado en momentos de inflación pone de manifiesto la auténtica naturaleza del dinero. Recuérdese que en la Europa del Este, bajo el dominio soviético, durante décadas, nadie quería tener ni un rublo ruso ni un zloty polaco en el bolsillo, ni el resto de divisas de aquellas tierras, porque se depreciaban a marchas forzadas. El dólar o el marco eran los reyes.
Para que el dinero tenga valor de uso es necesario que tenga antes valor de cambio. Como dice Von Mises, se precisa un valor de cambio basado en alguna otra cosa distinta a su función monetaria para que un bien pueda ser considerado dinero. De ahí el papel que ha jugado el oro en toda la historia de la humanidad. «Los «sustitutos monetarios» (billetes de banco y cheques) funcionan como el dinero, pero no son «dinero»” (p. xlvi). Mises entiende por medios fiduciarios los billetes de banco y los saldos en cuenta corriente a la vista.
Hacia 1870, dos tercios del aumento de la oferta monetaria procedían de la creación de medios fiduciarios y este proceso continuó de forma ininterrumpida, de manera que tras la Primera Guerra Mundial (1914-18) el oro había desaparecido de la circulación y el 95 por ciento de los incrementos de la oferta monetaria procedía de la creación de medios fiduciarios.
Las cosas han empeorado: el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de los Estados Unidos, sobre todo desde la crisis financiera a partir de 2007, han creado dinero inflacionario en cantidades astronómicas y en opinión de muchos expertos eso nos está abocando a una crisis de carácter casi apocalíptico, por las falacias en las que tal manera de proceder dice sustentarse. Las caídas de las Bolsas estos días tienen mucho que ver con ese dinero inflacionario. En las Bolsas había activos artificialmente sobrevalorados por un dinero previamente creado de la nada por los bancos centrales; un dinero que no sabía a dónde ir puesto que no se podía invertir en empresas productivas y rentables. Véase por ejemplo este juicio reciente de Daniel Lacalle: «No hay falta de estímulo monetario en la economía. La oferta monetaria mundial se ha disparado hasta los 81 billones de dólares, un máximo histórico, en medio de la epidemia, la mayoría de las principales economías han recortado los tipos y han aplicado tasas reales cero y negativas. De hecho, los principales bancos centrales ya estaban inyectando más de 150.000 millones de dólares al mes (PBOC, ECB, Reserva Federal, etc.) en una economía dopada mucho antes de que el coronavirus fuera noticia». Frank Shostak lo expresa hoy así: «La probable aparición de una gran crisis económica no se debe tanto al coronavirus, como lo sugiere el pensamiento popular, como al resultado de la política monetaria de la Reserva Federal. Los ciclos de auge y caída económicos no son causados por conmociones como el coronavirus. El mecanismo responsable de ellos es la política monetaria del banco central. Es probable que el impacto del coronavirus debilite el conjunto de ahorros reales, amplificando así la crisis económica, pero no tiene nada que ver con el ciclo de auge y caída como tal«.
Más claro aún es Antony P. Mueller en una entrevista del pasado 6 de marzo: «En los Estados Unidos, la base monetaria pasó de 830.000 millones de dólares en enero de 2008 a más de 4 billones de dólares en septiembre de 2014, y en la actualidad, en enero de 2020, asciende a 3,4 billones de dólares. Sin embargo, este drástico aumento no ha provocado una inflación de los precios y ha estimulado la actividad económica sólo moderadamente. La razón de ello es que el sector de la banca comercial sólo transformó una parte de esta base monetaria en dinero en circulación y que los agentes económicos redujeron la velocidad de las transacciones». Vale la pena leer sus declaraciones completas, en el enlace anterior y en el que sigue (segunda parte de la entrevista, del 9 de marzo): «Más dinero del banco central no significa más crédito comercial para los inversionistas y consumidores de la economía. Además, más dinero que entra en la economía no significa necesariamente más demanda porque los poseedores del dinero pueden reducir la frecuencia de las transacciones, la llamada velocidad del dinero. Cuando los agentes económicos gastan menos y mantienen sus activos monetarios durante un período de tiempo más largo, la velocidad de circulación del dinero se reduce. Por lo tanto, es erróneo postular que más dinero significa más crédito y que más dinero siempre significa más gasto. Esa fue la falsa suposición de los monetaristas.»
En efecto, Ludwig von Mises, en el prefacio a la primera edición inglesa de su obra (1934), subrayaba la pérdida del valor del dinero como consecuencia de que «los gobiernos no se sienten suficientemente fuertes para procurarse por medio de impuestos o empréstitos los recursos que precisan para atender a los gastos que consideran imprescindibles, o bien para limitar sus gastos a los que pueden afrontar con los recursos de que disponen», y recurren «a la emisión de billetes no convertibles» (p. lxxiii). Añadía: “No estamos muy lejos de una situación en que por «política económica» se entienda ante todo el modo de influir sobre el poder adquisitivo del dinero. ¿Debemos mantener el actual contenido de oro de la unidad monetaria, o debemos orientamos hacia un contenido más bajo?” (p. lxxv). De la frase anterior solo hace falta cambiar «contenido de oro» por «poder adquisitivo» para situarnos en 2020.
«La teoría del dinero y del crédito» y la reconstrucción monetaria
Von Mises actualizó en 1953 La teoría del dinero y del crédito: con un prefacio y con un nuevo y sustancioso capítulo sobre “Reconstrucción monetaria». El prefacio de la edición de 1953 y «Reconstrucción monetaria» suponen un resumen actualizado de la primera edición de la La teoría del dinero y del crédito. Por ello vamos a extractar a continuación el hilo central de la argumentación de esa parte, con las propias palabras de Von Mises traducidas del inglés por Juan Marcos de la Fuente. Solo añadimos títulos y negritas:
La inflación
“Las grandes inflaciones de nuestro tiempo no son algo que haya caído del cielo, sino fruto de la acción humana, y más precisamente de la acción de los gobiernos. Son producto de doctrinas que atribuyen a los gobiernos el mágico poder de crear riqueza de la nada y de hacer feliz a la gente elevando la «renta nacional»” (p. lxxix).
“Una de las principales tareas de la economía consiste en refutar la fundamental falacia inflacionista que viene confundiendo la mente de escritores y políticos desde los tiempos de John Law a los de Lord Keynes” (p. lxxix).
“El demagogo no se preocupa de las consecuencias remotas de su política. Se decide por la inflación y la expansión del crédito, aunque sabe que el auge que produce es efímero y conduce inevitablemente al fracaso. Puede incluso alardear de ignorar los efectos a largo plazo, ya que «a largo plazo, todos muertos». Lo único que le interesa es el corto plazo” (pp. lxxix-lxxx).
La propiedad privada
“La propiedad privada de los medios de producción tiende a poner el control de la producción en manos de los más capacitados, garantizando así a todos los miembros de la sociedad la más plena satisfacción de sus necesidades. Otorga a los consumidores el poder de elegir a los proveedores que les suministran de la manera más barata todo aquello que precisan con mayor urgencia y de este modo someten a los empresarios y propietarios de los medios de producción, es decir a los capitalistas y terratenientes, a la soberanía de los consumidores. Hace libres a las naciones y a sus ciudadanos y proporciona amplio sustento para una población en constante aumento” (p. 383).
“El principal problema político es cómo evitar que los dirigentes se conviertan en déspotas y tiranicen a los ciudadanos. La defensa de la libertad de los individuos contra el abuso de los gobiernos tiránicos es el motivo esencial de la historia de la civilización occidental. El rasgo característico de Occidente es la promoción de la libertad de la gente, preocupación desconocida a los orientales. Todas las maravillosas conquistas de la civilización occidental son frutos madurados en el árbol de la libertad“ (p. 384).
Defender el dinero fuerte
“Es imposible captar el significado de la idea de un dinero fuerte si no se comprende que fue concebido como instrumento para la protección de las libertades civiles contra las despóticas incursiones de los gobiernos. Ideológicamente pertenece a la misma clase que las constituciones políticas y las cartas de derechos” (p. 384).
“El postulado del dinero fuerte surgió inicialmente como respuesta a la práctica principesca de adulterar la acuñación. Más tarde se elaboró cuidadosamente y se perfeccionó en la época en que —a través de la experiencia de la moneda continental americana, el papel moneda de la Revolución Francesa y el periodo inglés de la restricción— puso de manifiesto lo que un gobierno puede hacer con el sistema monetario de un país” (p. 384).
“Dinero fuerte significa patrón metálico. Las monedas patrón son de hecho una determinada cantidad de ese patrón tal como precisamente lo determinan las leyes del país. Sólo este tipo de dinero puede tener sin limitación la cualidad de curso legal. Las monedas divisionarias y cualquier clase de papel moneda tienen que ser, a su presentación y sin demora, convertidos en el patrón monetario legal” (p. 385).
“Una doctrina sana sólo puede salir victoriosa si es capaz de refutar los errores de sus adversarios” (p. 385).
“La excelencia del patrón oro consiste en que hace que la determinación del poder adquisitivo de la unidad monetaria sea independiente del gobierno y de los partidos políticos. Además, impide que los gobernantes burlen las prerrogativas financieras y presupuestarias de las asambleas representativas. El control parlamentario sobre las finanzas sólo es efectivo si el gobierno no se encuentra en una posición que le permita realizar gastos no autorizados sirviéndose para ello del aumento de la circulación del dinero fiduciario” (p. 386).
Consecuencias del inflacionismo
“Esta política de inflacionismo radical es, desde luego, sumamente popular. Pero esa popularidad se debe, en gran parte, al desconocimiento de sus efectos. Lo que la gente realmente desea es que suban los precios de los bienes y servicios que ellos venden y que los de los bienes y servicios que compran se mantenga sin cambios. El productor de patatas quiere que el precio de las patatas suba. No quiere que suban los demás precios. Se siente perjudicado si estos otros precios suben antes o en mayor proporción que los precios de las patatas. Si un político declara en un mitin que el gobierno debe adoptar unas medidas que hagan subir los precios, el público le aplaudirá. Pero cada oyente piensa en la subida de precios diferentes” (p. 387).
“Desde tiempo inmemorial se ha recomendado la inflación como medio para aliviar las cargas de los pobres y dignos deudores a costa de los ricos y duros acreedores. Sin embargo, bajo el capitalismo los deudores típicos no son los pobres sino los acomodados propietarios de bienes raíces, de empresas, de valores, gente que ha obtenido préstamos de los bancos, cajas de ahorro, compañías de seguros, y tenedores de bonos. Acreedores no son los ricos sino gentes de modestos recursos que poseen bonos y cuentas de ahorro o han suscrito pólizas de seguros. Si el hombre corriente soporta medidas antiacreedoras, es porque ignora que él es efectivamente acreedor. La idea de que son los millonarios las víctimas de una política de dinero fácil no es más que un resto de atavismo” (pp. 387-388).
El Gobierno no puede crear bienes emitiendo papel moneda o equivalentes
“Para la mente ingenua hay algo de milagroso en la emisión de dinero-signo. Una palabra mágica pronunciada por el gobierno crea de la nada algo que se puede cambiar por cualquier mercancía que se desee. ¡Qué pobre es el arte de los hechiceros, las brujas, los ilusionistas comparado con el del Departamento del Tesoro del gobierno! El gobierno, nos dicen los profesores, «puede crear todo el dinero que necesite imprimiéndolo». El impuesto sobre la renta, anunció un presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, es algo «obsoleto». ¡Maravilloso! ¡Y cuán maliciosos y misántropos son aquellos obstinados defensores de la anticuada ortodoxia económica que exigen que los gobiernos equilibren sus presupuestos cubriendo sus gastos con impuestos sobre la renta!” (p. 388).
“Cuando aparecen las inevitables consecuencias de la inflación y los precios se elevan, piensan que las mercancías se han encarecido y no ven que el dinero se ha abaratado” (p. 388).
“De pronto se descubre con sorpresa que la inflación continúa, que origina una subida de los precios y éstos se ponen por las nubes. La etapa crítica comienza cuando el ama de casa piensa: «No necesito una nueva sartén. La necesitaré dentro de uno o dos años. Pero la voy a comprar porque luego será mucho más cara.» Entonces se cerrará el fin catastrófico de la inflación. En la etapa final el ama de casa piensa: «No necesito una mesa nueva; nunca la necesitaré. Pero es más sensato comprarla que conservar un minuto más estos trozos de papel que el gobierno llama dinero.»” (p. 389).
«Ante todo conviene recordar que no es cierto que el patrón oro haya fracasado. Los gobiernos lo abolieron para preparar el camino a la inflación» (p. 389).
Qué es el interés
“La doctrina expansionista no comprende que el interés, es decir el descuento de bienes futuros por bienes presentes, es una categoría originaria de la valoración humana, presente en todo tipo de acción e independiente de cualquier institución social. Los expansionistas no captan el hecho de que nunca ha habido ni puede haber seres humanos que atribuyan a una manzana disponible dentro de un año o dentro de cien años el mismo valor que a una manzana disponible ahora mismo” (p. 391).
“Consideran el interés como el precio que la gente tiene que pagar por recibir dinero prestado. Su nivel, por lo tanto, depende de la magnitud de la oferta de dinero. Si las leyes no limitan artificialmente la creación de dinero adicional, el tipo de interés deberá bajar, y en definitiva acabará siendo nulo. Es preciso que desaparezca la presión «contraccionista»; se deberá acabar con la escasez de capital, y de este modo se conseguirá que muchos proyectos económicos que se hallan obstruidos por el «restriccionismo» del patrón oro, resulten realmente posibles. Para que todos puedan participar de la prosperidad es necesario quebrantar las «reglas de juego del patrón oro», cuya observancia es el origen de todos nuestros males económicos” (pp. 391-392).
“Lo más sorprendente de este razonamiento es que surgió precisamente en países deudores, para los que el funcionamiento del mercado monetario y de capitales significa una afluencia de fondos extranjeros y por consiguiente la formación de una tendencia al descenso en los tipos de interés. Era popular en Alemania y más aún en Austria en los años 70 y 80 del siglo pasado, pero difícilmente se le tomaba en serio por aquellos años en Inglaterra y Holanda, cuyos bancos y banqueros prestaban ampliamente a Alemania y Austria. En Inglaterra sólo se propuso tras la Primera Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña había perdido su posición de banco central mundial” (p. 392).
“Desde luego, se trata de un razonamiento insostenible. El inevitable fracaso de todo intento de expansión del crédito no se debió a la interconexión internacional de los negocios consistentes en prestar dinero. Fue el resultado de la imposibilidad de que el dinero-signo y el dinero-crédito sustituya a bienes de capital inexistentes. La expansión crediticia puede inicialmente producir un auge; pero se trata de un auge que acabará desplomándose y ocasionando una depresión. Lo que produce la recurrencia de periodos de crisis económica son precisamente los reiterados intentos de los gobiernos y de los bancos por ellos dominados de ampliar el crédito en orden a fomentar los negocios mediante un bajo tipo de interés” (pp. 392-393).