En este número de verano de NUEVA REVISTA, y en estas latitudes donde el calor ejerce su magisterio inmisericorde, se me ocurre ofrecerles unas cuantas pildoras de línea clara, para aligerarles la digestión y entonarles el alma. He buscado en el gran depósito de psicotrópicos de nuestra lírica más reciente y he separado seis pastillas que por su aspecto (del contenido ya opinarán ustedes más tarde) me han parecido dignas de ser seleccionadas. La primera de ellas salió del laboratorio alquímico de Miguel d'Ors (Santiago de Compostela, 1946) y habla de esa mujer que hemos perdido incluso antes de encontrarla. Dice así:A ti, que serás siempre La Ignorada, a ti, que llegaste a quién sabe qué lugar cuando yo, ay, acababa de salir de él, o perdiste aquel tren, no sé cuál, que te hubiera traído al centro de mi vida, o estabas en un banco de algún parque un día que yo no quise pasear entre las hojas verlenianas, a ti, por la chacarera de tu mirada que nunca he visto, por ese corazón que desconozco y es como una playa en septiembre, a ti, por todo lo que me hubiera obligado a amarte, a ti, que me hubieses amado hasta nunca, que ahora puedes estar llorando en la luz fría de una habitación de hotel, o con tus hijos en el British Museum, o ves el arco iris en una telaraña, o piensas en mí sin saber que soy yo, a ti, retrospectiva, condicional, perdida, dondequiera que estés, este poema.La segunda es del bibliómano Abelardo Linares (Sevilla, 1952) y nos habla del vértigo del amor:Toda lentitud tiene algo de muerte. Todo cuerpo en reposo ensaya una postura de cadáver.Rapidísimo, entre convulsiones de montaña rusa, brusco como un pistoletazo en la sien o la dentellada de un cocodrilo, resbaladizo como la sangre recién derramada o la mirada del asesino, el futuro me arrastra, ya no importa hacia dónde, a la única velocidad recomendable, a la velocidad de la luz de tus ojos.La tercera se debe a Lorenzo Martín del Burgo (Almagro, 1952) y es una de las grageas líricas más tristes que he tomado en mi vida:Yo estaba en un café, sentado en un café. Yo estaba leyendo un libro, sentado en un café. Yo estaba leyendo un libro o un periódico, no consigo acordarme, sentado en un café. Yo estaba bebiendo en un café, sentado en el diván de un café. Yo estaba bebiendo cerveza o vino o coñac, no consigo acordarme. Yo estaba borracho en un café, perdido en un café, leyendo un libro, soñando con otros mundos, con otras gentes, con otros lugares. Yo estaba pensando en ti en un café, mientras leía un libro (no recuerdo qué libro era el que yo leía), mientras bebía una copa (no recuerdo de qué era esa copa que yo bebía). Yo estaba perdido, borracho en un café, esperando a un amigo. Yo esperaba a un amigo que no llegaba, o tal vez no esperaba a nadie, simplemente...