Una historia cubano-española

Sobre un documento de la guerra perdida en Cuba por los españoles y ganada por los americanos, en 1898.

Me gusta contar

«Me gusta contar»: con tres palabras resume Antonio Pereira más de cuarenta años de dedicación al cuento. Exacto desde la primera frase, Pereira encierra en esta afirmación rotunda el norte que guía su escritura, el fin grande y modesto de quienescribe para tener amigos, para poder reunirse con ellos alrededor de una mesa y charlar y beber unos vasos de vino. Pereira busca siempre la complicidad de su lector, crear el ambiente familiar y de camaradería que presidía los filandones, aquellas reuniones invernales de otro tiempo en las que se contaban historias a la luz del fuego. De la tradición oral, Pereiraheredó algunas virtudes narrativas, por ejemplo la capacidad para adentrarse con rapidez en la historia o para mantener siempre despierta la atención del que escucha; pero quizá lo que más agradece el lector es la forma en la que el narrador se oculta para dejar que la historia se quede con todo el protagonismo. Pereira va al grano, trabaja la sencillez y desecha cualquier tentación manierista que se acerque a sus relatos. Me gusta contar supone una excelente oportunidad para acercarse a la obra de este escritor periférico, polifacético —poeta vocacional, cuentista siempre, novelista esporádico—, acostumbrado al reconocimiento minoritario, a transitar porlo que hasta hace bien poco eran los arrabales de la literatura española. Pereira reúne en este volumen más de sesenta cuentos, muchos publicados anteriormente y otros inéditos, una muestra acertada de su aportación al género en la que recopila historias memorables: «El hombre de la casa», «El apartamento», «El señor de los viernes», «El síndrome deEstocolmo», «Palabras, palabras para una rusa» y tantas otras. Pereira ha dividido el conjunto en cuatro apartados, de los cuales tres aluden a lugares geográficos: Madrid, remotas regiones del globo y, por supuesto, el noroeste peninsular. En los lugares más exóticos —Roma, Río, Acapulco...— y en los parajes más cercanos —Villafranca del Bierzo, Astorga, León— habitan sus protagonistas tragicómicos, hombres casi siempre, a veces víctimas de sucesos imaginarios o fantásticos, y a veces simplemente de mujeres, tan deseables como avispadas. Pereira trasciende la anécdota humorística o irónica para fascinarnos con unos personajes que nos cautivan con su debilidad, personajes picaros, galanes de tres al cuarto, un poco atontados y cobardes que tienen algo de Marcello Mastroianni, aunque sean a veces más llanos y grotescos. Con la ayuda de estos personajes, Antonio Pereira hace saltar nuestros resortes anímicos y nos conduce, cuento a cuento, de la melancolía a la carcajada.

Algun interminable mérito

En el prólogo del libro, que ha sido uno de los finalistas del último Premio de la Crítica, Julio Martínez Mesanza señala —insistió sobre esto en la presentación en el Ateneo madrileño—, que «predomina, en la poesía española, la abstracción» y es poco frecuente la relación profunda, no meramente decorativa, de los poetas con la Naturaleza: «Para Pedro Antonio Urbina la poesía existe en lo que nos rodea y saberlo ver es la condición sin la cual no puede comenzar el proceso creativo. No son las palabras las que hacen poéticas las cosas, sino que son éstas, poéticas en sí mismas, las que dan vida a las palabras y despiertan el canto del poeta». La lectura de Algún interminable mérito muestra la coherencia del autor, que ha escrito, en su ensayo Filocalía o el amor a la Belleza (Madrid, 1998), unas palabras que expresan perfectamente el tenor de sus últimos poemas: «La acción del hacer artístico es un ver inteligente que, mientras dura la iluminación, ilumina una materia. Es un estar siendo iluminado para iluminar a un tiempo, a la vez». Aconsejo que se inicie la lectura por la «Nota» final, para captar mejor el sentido del libro. Allí, nos dice el poeta: «Amar es la condición previa y constante del escribir. Con eso —y es consecuencia—, la unidad interior lleva o permite conseguir la unidad en lo escrito . Se trata de ese estado y estadio en el que y desde el que pueden verse y conocerse cosas y personas con comprensión, sin odios ni rencillas bobas, con piedad, humildemente, es decir, con amor». Pedro Antonio Urbina no nos ofrece un decorado de formas agradables, sino que nos  conduce con su intuición a penetrar en la verdad más íntima de las cosas, a encontrar, a través de la palabra poética, la belleza que trasciende a toda acción y a toda criatura, oculta tantas veces bajo el fulgor de lo aparente. En sus versos, no hay nada banal ni supérfluo, y tan importante es el canto como lo que detrás de cada palabra se vislumbra; tan importante es la voz como el silencio contemplativo al que nos invita, porque con «un puente muy largo, / largo hasta después»; este después es lo que Pedro Antonio Urbina nos invita a descubrir con sus poemas de un modo muy exigente. El libro se inicia con «Una historia universal», densos poemas amorosos, de búsqueda y encuentro, de dolor y de alegría, de ternura y de esperanza, a través de reclamos muy variados: una mirada, un rincón cargado de otoño o de primavera, un andén... Siguen dos series de poemas generalmente breves: «Epigramas » e «Intermedio», de tono más jocoso, con guiños de acertijo y ecos de lírica popular: «Me hieren los otros cantos: / no puedo con mi dolor / y aun se unen a gravarme / otros dolores de amor». Tras ese breve descanso, el libro vuelve a adensarse en los versos reunidos bajo el título de «Angeles, luces, las flores y el...

Escaparate

Como si nuestro portal se tratara del escaparate de una librería, recomendamos distintas obras literarias que vale la pena tener en la mira. Entre ellas, se encuentran obras de Fernando de Herrera, Ludivico Ariosto, Paul Désalmand, Isaak Bábel y AA.W.

Vicente Nuñez

Nacido en Aguilar de la Frontera (Córdoba) en 1929, Vicente Núñez formó parte del grupo cordobés de la revista Cántico y del grupo malagueño de la revista Caracola, dirigida por Bernabé Fernández Canivell. Por Ocaso en Poley (Sevilla, Renacimiento, 1982; 2a ed., 1983) obtuvo el Premio de la Crítica. A ese maravilloso libro pertenece el poema «La limosna», que tantas veces habremos recitado mis amigos y yo en las madrugadas memorables, cuando el mundo nos sonreía y la luna coronaba de plata las copas de los árboles frutales en el jardín de nuestra juventud. He coincidido con Vicente Núñez en tres o cuatro ocasiones. Es un tipo entrañable, divertido y profundo, lo que tiene auténtico mérito, pues hay poquísimas personas a las que puedan aplicarse esos tres adjetivos a la vez. La poesía de Vicente le gusta mucho a mis amigos andaluces, entre otros a Félix Piñero, Abelardo Linares, Juan Lamillar, Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes, a quienes mando desde aquí el sonido y la furia de mi complicidad. LA LIMOSNA Una noche de invierno, de tantas en la vida, sintiéndome el más pobre de los pobres del mundo, me arrojé por las calles en busca de sustento mientras la lluvia hería mi rostro como un látigo. Como pude, arrastrándome por aquel torbellino de vértigo y de frío, logré alcanzar su casa. Llamé con la ternura que precede a la muerte; besé, con el helor que en mis labios traía, aquellos aldabones que yo soñé imposibles. Salieron a la puerta sus hijos, como rosas en el trono encendido del hogar que vibraba. Yo no sé qué limosna pedí, ni con qué harapos quise ocultar mi fiebre, mi amor y mi miseria. Del fondo de la casa, del fondo de la vida, sentí su voz decirme, mientras agonizaba mi corazón: «Perdone. Por Dios, perdone, hermano».

Diario 1887, 1910

La imagen de Jules Renard se agranda con el transcurso del tiempo gracias a las páginas de su Diario. Este escritor francés fue testigo privilegiado de una época vibrante, la que contempla el ocaso de los grandes genios de la cultura francesa decimonónica y el nacimiento altivo de las vanguardias artísticas que dinamitaron el remanso plácido del mundo en el que había ejercido su imperio Víctor Hugo. El insatisfecho Renard hunde su escalpelo irónico en una sociedad cultural con la que mantuvo siempre una actitud ambivalente, entre el repudio y la entrega más vergonzante. Desfilan por el dietario escritores y artistas de toda laya, a los que observa inmisericorde un autor fracasado, consciente de que el monumento literario por el que pasaría a la posteridad es este Diario, que ahora recupera en una inteligente edición Clásicos Mondadori. En las páginas deslumbrantes de la obra se aprecia una extrema crueldad, la del autor vuelto hacia sí mismo, pues todas las sátiras e invectivas dedicadas por Renard a sus ilustres contemporáneos son únicamente cortinas de humo de la ferocidad con que contempla el escritor las ruinas de sus ilusiones literarias. Por ello, la lectura culturalista que sin duda debe hacerse de este Diario no oculta el desgarro intimista que lo recorre. La profunda mirada escrutadora del francés compone unas memorias que parten de la vivencia de un fracaso; pues Renard sólo obtuvo un parcial éxito con su oscura dramaturgia. Estamos ante uno de los momentos claves en la gestación de la intimidad literaria, que apunta las patologías del yo tan inequívocamente contemporáneas. El planteamiento romántico del Sturm und Dranges superado por Renard en una opción más viviseccionista, en una tarea de taxidermista de los comportamientos. Es constatable una delicada minuciosidad, casi entomológica, con ese frío desapasionamiento propio de un Rembrandt en su celebrada Lección de anatomía, o lo que es más relevante, en las intuiciones programáticas de la educación sentimental flaubertiana. Hay una mayor contención y al mismo tiempo una mayor crueldad; nunca la neurosis del romántico y sí esa hiriente media sonrisa. El Diario es, además, un prodigioso ejercicio de escultura de la palabra, al estar cinceladas las frases gracias a un lenguaje en estado de pureza. Domina la economía de estilo, y esto no es aquí un mero tópico que alude a la claridad de las formas. Se aleja el inclasificable Renard de toda grandilocuencia, aunque el equilibrio y la concisión de muchos de sus hallazgos recuerdan el aliento de las punzadas líricas. Incluso son evidentes las posibles analogías con autores que cultivan el fogonazo del ingenio, caso de las greguerías de Ramón. Este cultivo del ingenio es el resultado también de una incapacidad. El ingenio como simulacro de la falta de vis creadora. No lo sostiene una verdadera pasión creadora. Una de las grandes vetas de este maravilloso centón es, entre tantas otras, la dialéctica trazada entre el talento y el ingenio, dentro del contexto de la relación entre la sociedad y sus reclamos y la soledad del artista puro....

La última carta de Charlotte Bronte

Rectoría de Haworth, 26 de febrero de 1855Para Ellen NusseyQuerida Ellen:La primavera no acaba de apuntar en los páramos, y el viento del invierno gime todavía sin cesar. Por las noches es un largo suspiro que se alarga y que sólo descansa para recomenzar enseguida con más fuerza, como el lloro de un niño desesperado por la ausencia de su madre. Pero también puede sonar como una larga risa, que unas veces parece alegre y otras cargada de tristeza. Después de la muerte de mis hermanas, mientras yo pensaba en ellas, el viento era su voz diciendo mi nombre. En ocasiones lo oía tan claramente que me incorporaba en el lecho, desazonada. Pero con los días volvía a sentir que era solamente el viento en los páramos, el viento como risa, como lamento. Cuando murió el pobre Branwell, el viento simuló sus llamadas mucho más tiempo, como si, por ser él el más desdichado de todos, mi memoria se empeñase en mantener su voz mplorante y perdida entre esas rachas sonoras.Yo me siento muy mal, querida Ellen, pero no es éste el momento de hablarte de unos sufrimientos que nada consigue aliviar, aunque mi querido esposo Arthur me cuida con toda ternura y paciencia. Escribir me ayuda a olvidar mi enfermedad, aunque temo que llegue a estar tan agotada que no pueda hacerlo. Ya ni siquiera soy capaz de manejar la pluma, y debo valerme sólo del lapicero, pero no sabes cuánto esfuerzo me cuesta. Aunque el gusto de hacerlo, y de comunicarte mis pensamientos, compensa con creces lo penoso de la tarea. Hoy me he puesto a escribirte nada más despertar, porque he tenido un sueño que me ha hecho sentir intensamente, de una sola vez, recuerdos y evocaciones que antes únicamente venían a mí de manera ocasional y dispersa. Sé que a ti, tan serena y tranquila, no te asalta, como a mí, una imaginación desbocada furiosa, ni la sensación de estar pletórica de un vigor y de una energía parecida a la de esos vientos embravecidos que recorren el páramo, a la de las olas gigantes que una galerna puede levantar, y hasta a la de la lava ardiente que, según cuentan los viajeros, brota violenta de las entrañas de la tierra. Esa sensación tengo, querida Ellen, debajo de la evidente debilidad de mi cuerpo, tan insignificante y castigado por la enfermedad. Y todavía sigo sorprendida y admirada de que una fragilidad como la mía pueda albergar tal imaginación, cargada, con fuerza y hasta con violencia, de sueños tan esplendorosos y magníficos. Tal vez ese poder de soñar por encima de la miseria de nuestra condición es lo que nos hace de verdad divinos, querida Ellen, y disculpa si digo estas cosas que pueden parecer un poco heréticas, aunque me tranquiliza saber que, de acuerdo con tu vieja promesa, también quemarás esta carta. Acaso la exaltación que ahora mismo estoy sintiendo tenga mucho que ver con la fiebre, aunque no es raro en mí constatar que...

Claudio Magris, persuadido y persuasivo

El autor rastrea el significado de la persuasión a lo largo de la obra de Claudio Magris, cuyo último libro -Microcosmos- ha superado todas las expectativas que había generado.

El Madrid del 98

Esta obra de Carlos de San Antonio, Profesor Titular de la Universidad Politécnica de Madrid, se encuadra en la numerosa producción que, desde ópticas diversas, ha analizado la crisis finisecular representada por aquel mítico 98. Para celebrar el centenario, a lo largo de 1998 asistimos a múltiples iniciativas culturales. Instituciones, artistas, críticos, historiadores, literatos, periodistas, políticos y estudiosos en general, sumaron sus esfuerzos para revisar aquellos acontecimientos con publicaciones, coloquios, conferencias y exposiciones  surgidas en los distintos ámbitos. Sin embargo, la atención a la arquitectura de esos años ha sido mínima: algunos artículos sueltos en libros y revistas, y la referencia obligada en las exposiciones temáticas celebradas. Este volumen, por tanto, adquiere el valor de lo testimonial, no sólo por ser el único que trata de la arquitectura, si no por lo original de su planteamiento, al enmarcar la producción edilicia madrileña en el universo cultural de la Generación del 98. La traslación y la analogía de conceptos entre las diversas manifestaciones del pensamiento y de la cultura siempre ha sido un ejercicio atractivo en el análisis historiográfico. Escudriñar cuáles son las ideas que mueven una determinada época y cómo se manifiestan en el arte, en la arquitectura, en la filosofía, en la literatura o en la política es una tarea apasionante y, a la vez, no carente de riesgos. El peligro viene cuando se quiere encorsetar la historia en un sistema concebido a priori, sin respetar las excepciones o lo inexplicable. En este sentido, la obra que comentamos es ejemplar. El autor, sin forzar las afinidades, elabora su discurso arquitectónico en paralelo a las ideas que flotan en el ambiente. Así, la crisis del Iluminismo se relaciona con la del Clasicismo y sus postulados vitruvianos; el sueño medieval del Romanticismo con el resurgir del Gótico; los racionalismos de nuevo cuño —el positivismo de Comte y el eclecticismo de Cousin— con el eclecticismo arquitectónico; la crisis del positivismo y la irrupción de los movimientos irracionalistas y vitalistas con el modernismo. La trama del relato adquiere un interés particular cuando se estudia la decadencia española, la crisis del 98 y la eclosión del regeneracionismo. Sucesivamente aparecen en escena Sanz del Río y el krausismo, Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, Menéndez Pelayo y el tradicionalismo, Unamuno y el casticismo y los escritores de la Generación del 98. Para el autor, pocas veces como en el 98 puede establecerse una afinidad tan clara entre la política, la sociedad, la cultura, el arte y la arquitectura. Se dan en todas ellas conceptos sinónimos. Así, el tradicionalismo de Menéndez Pelayo se traduce en el regionalismo de Rucabado y de Aníbal González; el casticismo unamuniano lo interpreta Torres Balbás, casi al pie de la letra, en sus escritos; los regeneracionismos institucionista y del grupo de escritores del 98 se encauzan en la búsqueda de una arquitectura moderna española hacia dos direcciones opuestas: la que mira a Europa y la que se inspira en nuestra tradición. De los que buscaron en Europa soluciones modernas,...

Malinconia

Si hay una obra y una personalidad de verdadero interés en la reflexión europea sobre el arte actual, en su caso hecha a partir de una implacable revisión de la historia más legalizada del arte del siglo XX y de su manual de tópicos, son las de Jean Clair.

El dia que Nietzsche lloró

Nos habla de la obra de Irvin D. Yalom "El día que Nietzsche lloró" que trata se un experimento imaginario: ¿qué hubiera pasado si el doctor Breuer hubiera inventado un tratamiento psicológico para Nietzsche?.

El Shakespeare de Pasternak

Nos hace referencia a la traducción del texto de Pasternak de algunas tragedias de Shakespeare.

Los mundos y los dias

Crítica literaria sobre "Los mundos y los días" de Luis Alberto Cuenca.

El hombre en desazón

Un conocido profesor alemán acostumbra a olfatear las páginas de un libro recién publicado para hacerse una primera idea sobre su calidad. Luego lo toca, lo mira, e incluso lo oye mientras pasa las hojas entre sus dedos. Lo que no hace es masticar o paladear alguna de sus páginas. Teme que haya libros que, por su contenido, puedan ocasionarle envenenamiento o indigestión. Digo esto porque, si hubiese caído el libro de Fernández de la Mora en sus manos, y levemente lo hubiese aproximado a sus labios, le habría sorprendido una molesta frialdad y un intenso sabor amargo. Y en ningún caso se habría atrevido a morder un pequeño bocadito.Paradójicamente, en el prólogo se nos advierte que «el pesimismo y el optimismo son estados de ánimo acerca del futuro» (p. 11), que en este libro no tendrán cabida. El método adoptado será un sobrio análisis empírico y fenomenológico (p. 17). Sólo se admitirá un único «postulado metafísico: el realismo» (p. 17). Incluso, para subrayar ese empeño de asepsia interpretativa, el autor declara que no incluirá referencias bibliográficas y eruditas, que puedan desviar la atención de los datos puros.Sin embargo, nada más ajeno a lo que el lector encuentra. Fernández de la Mora, efectivamente, despliega un estilo armado de precisión, orden y claridad. El resultado es un libro sombrío y desengañado. Las sombras son fenómenos reales, y por eso ponerlas de manifiesto es acorde con un método fenomenológico y realista. Pero si algo caracteriza una visión pesimista del mundo es atenerse sólo a las sombras. No es lo mismo decir la verdad que manifestar desengaño. Descubrir el engaño es sólo un paso previo a decir la verdad.Desde el primer momento se hace una profesión de modestia: «Hay motivos para que el hombre se asombre ante sí mismo porque es el más capaz de los seres terrenales. Pero los panegíricos son ya tópicos a fuerza de repetición y hay que darlos por archisabidos. Se trata ahora de revelar el envés de tan eximias capacidades y de comprobar que nuestra especie, a pesar de su eminencia, padece desazón» (p.ll). Cada una de las páginas acometerá esta firme tarea de desenmascarar cualquier ilusión sobre la grandeza del hombre. Con la tenacidad de un humilde picapedrero, va socavando los monumentos levantados a la humanidad por idealistas como Pico della Mirandola, hasta reducir esas moles de roca a una sofocante nube de polvo que nada permite ver.«El hombre ni está en el centro, ni es centro de nada (...). Sería envanecedor que fuéramos el punto focal de todo, y que la evolución cósmica hubiese culminado en un homo sapiens, síntesis exhaustiva de perfecciones infinitas; pero no es así» (p.46). Se entabla así un combate casi salvaje contra todo asomo de admiración hacia el hombre. Cada línea del libro pretende desmitificar hasta el sarcasmo cualquier confianza en las posibilidades humanas, que ha caracterizado a la Modernidad. Estamos muy lejos de cualquier forma de humanismo.El libro se encuadra en la tradición antihumanista que se remonta a los...

La idea construida, la arquitectura a la luz de las palabras

Reseña bibliográfica de "La idea construida, la arquitectura a la luz de las palabras" de Alberto Campo Baeza.

Chico zigzag. F.Dostoievski. Los nombres de Europa

Repasamos y recomendamos tres ediciones recientemente publicadas: "Chico zigzag" de David Grossman, "Los años Milagrosos" de Fiodor Dostoievski y "Los nombres de Europa" de Alberto Porlan.

Memorias. La democracia, una guía para los ciudadanos

Selección de libros recomendados:
Memorias de Sir Georg Solti
La democracia. Una guía para los ciudadanos de Robert Dahl.

Xenius, desde Madrid

La publicación de este comentario mío quedó temporalmente inhibida por duelo, al suceder la muerte del que había sido mi colega en la Universidad de Navarra hace un tercio de siglo; luego, me ha afligido también la desaparición del amigo Jardí, con el que vengo a confrontar a Cacho como aduaneros de ambos lados. La inminencia de la muerte de Cacho debió de ser la causa de que su libro resultara incompleto y algo precipitado. De las críticas que conozco, la que me parece más acertada es la de Jordi Albertí i Oriol, «La revisió camina Coixa. A propòsit de Revisión de Eugenio d'Ors», publicada en la Revista de Catalunya 125, de enero de 1998. No es tanto la piedad filial lo que me movió a criticar aquellas dos biografías de mi padre, cuanto el propósito de facilitar una mejor comprensión de una excepcional figura de las letras de nuestro siglo xx, cuya significación sigue mal interpretada, a pesar del previsible resurgir del interés por su obra luminosa.

Cien años de Alvar Aalto

El arquitecto finlandés Alvar Aalto, uno de los maestros de primera generación del Movimiento Moderno. Celebramos el centenario de su nacimiento. 

José María Eguren

EL 2 DE ENERO DE 1999 mi amigo Enrique Andrés Ruiz me escribió una carta que está en el origen de estas líneas. Me comentaba que hacia el otoño del año en curso iba a organizar una exposición en la que pensaba «reunir a la plana mayor de los pintores españoles figurativos de la última década».El hecho es que dicha exposición llevará por título Canción de las figuras, y que ese rótulo se lo ha prestado a Enrique un poeta peruano formidable llamado José María Eguren (1882-1942). A Enrique le fascina ese poeta. Dice textualmente en su carta: «Eguren, una especie de Rubén Darío minimalista, es uno de los pocos poetas que eché en falta en tus Cien mejores poesías de la lengua castellana, de Austral, y por eso te lo propongo para la sección de NUEVA REVISTA». Dicho por ti y hecho por mí, querido Enrique. A mí también me gusta mucho Eguren. De los tres poemas suyos que prefiero —«Juan Volatín», de Simbólicas (1911); «Efímera», de Canción de Lis figuras (1916), y «Los gigantones», de Rondinelas (1929)—, he elegido «Efímera» por aquello de que pertenece al libro cuyo título va a presidir la exposición que prepara mi admirado corresponsal. Lo copio de la edición de Gema Areta Marigó (Madrid, Visor, 1992, página 100).   EFÍMERA Da vespertino rayo la zarca luna,ronda efímera verde por la laguna. Por las aguas doradas dichosa vuelascelebrando la vida con tarantelas. Ya miras las luciólas de los jardinesy en ribereñas casas los lamparines. Y en tu vuelo, soñando, buscas la orquestade la luz nacarina por la floresta. No temes las cercanas plomizas lluviasy en la laguna gozas las fiestas rubias. Y desoyes la culpa de las ninfeaspor los juegos de amores que centelleas. En tus celos las alas tiendes velocesa la naciente imagen que desconoces. Tú, ideal tempranero que el mundo invoca,dejas tanta hermosura por fuga loca. Y sueñas instintiva o iluminadaen la luz de la muerte ¡Flor de la nada!