De identidades y naciones

El significado de la identidad es la base a partir de la cual Joseba Arregi expone la necesidad de superar el paradigma del Estado nacional a la hora de abordar los problemas de definición política colectiva de las sociedades actuales.

China. El jardín invisible

Femando Rodríguez Lafuente prepara estos días China. El jardín invisible. NUEVA REVISTA ofrece a sus lectores un anticipo de lo que será la Introducción a un libro de gran interés.

Eugenio Montejo, palabras que salvan la vida

En este artículo, Enrique Andrés Ruiz explora la figura de Eugenio Montejo, una de las voces mayores de la poesía en lengua española de nuestros tiempos.

Esteban Torre

Esteban Torre es médico. Cuando llevaba ya bastantes años ejerciendo la profesión que ennobleciera Hipócrates, lo asaltó la Filología en un descampado de su mente y lo atrajo hacia su partido. Se convirtió en uno de nuestros mayores especialistas en métrica y obtuvo una cátedra en el Departamento de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la Universidad de Sevilla, donde ejerce su magisterio. Hizo una tesis doctoral sobre Huarte de San Juan y su Examen de ingenios para las ciencias que continúa siendo imprescindible. Fue precisamente con motivo de su dedicación al también médico Huarte como vi impreso por primera vez el nombre de Esteban, ligado a una preciosa edición del Examen en Editora Nacional. En su calidad de experto en métrica, no podía dejar de interesarle una estrofa tan compleja como la sextina, que tanta habilidad y sabiduría requiere. Torre es, también, poeta, y de los buenos, de manera que su brillante desempeño profesional se ve enriquecido, en su caso, por una sensibilidad poética muy depurada. Para corroborar lo que les digo, ahí está «Certidumbre». CERTIDUMBRE Poco importa seguir en sombras, cerca del horror del vacío, si a lo lejos una cálida luz alumbra, y todo nos hace ver el triunfo de una vida que se levanta al fin sobre la muerte, más allá de la niebla de la nada. Pero la negra espira de la nada se arremolina cada vez más cerca, y el terrible zumbido de la muerte horada nuestras sienes desde lejos, mientras en la pantalla de la vida se va tiñendo de amargura todo. Y hay un ansia febril que, sobre todo, nos empuja al abismo de la nada, y es la conciencia plena de la vida, la delicia real de lo más cerca, mientras que se divisa muy de lejos la oscura silueta de la muerte. Porque lo más horrible no es la muerte, sino esta certidumbre de que todo se va desmoronando y, a lo lejos, surge el hueco castillo de la nada, que, cuando lo miramos más de cerca, es el dulce palacio de la vida. Hacerse y deshacerse en clara vida, deshacerse y hacerse en turbia muerte, saberse dura, tercamente cerca del bosque del destino, en el que todo tiene la misma fronda que la nada y la proximidad de lo más lejos. Sí, todavía se mantiene lejos la verdadera fuente de la vida, que extiende sus veneros en la nada y anega los eriales de la muerte, y lo florece de alegría todo con la esperanza de sentirse cerca. No importaría estar cerca ni lejos del árbol de la vida, o de la muerte, si todo fuera niebla, y sombra, y nada.

Ultimas noticias de un hombre extravagante

PREFACIONo hace mucho que a la fonda local, que lleva el nombre de «Hotel de Brandenbourg», llegó un forastero al que en vista de su aspecto, de su entera conducta, cabía con razón calificar de un poco raro. Muy bajito, y además casi más flaco que flaco, con las rodillas considerablemente vueltas hacia dentro, corría, o más bien brincaba por las calles, con una extraña, se podría decir que incómoda velocidad, llevando ropajes de colores llamativos como, p.ej., lila, verde canario, etc., que a despecho de su delgadez le quedaban pequeños, y llevaba además en la cabeza un sombrerito redondo con una reluciente hebilla de acero, totalmente inclinado hacia la oreja izquierda. El hombre bajito se hacía peinar y empolvar todos los días del modo más bello, y se hacía una coleta de estudiante de los años noventa del género que indica al aspirante a genio (sobre las coletas de los estudiantes, etc. véase Lichtenberg1). El hombre bajito era además un extraordinario degustador; se hacía preparar las fuentes más sabrosas y comía y bebía con el apetito más desmedido. Cuando se había hartado a comer y beber, la boca se le hacía molino de viento o castillo de fuegos artificiales. En un santiamén, hablaba como un loro de Filosofía Natural, raras especies de monos, teatro, magnetismo, modelos de sombrero recién inventados, poesía, compresores, política y otras mil cosas, de tal modo que pronto se echaba de ver que era hombre instruido hasta la saciedad y tenía que haber brillado con luz propia en los salones estético-literarios. En general, el forastero sabía muchísimo de lo que se llama conversación refinada, y si se había tomado una copita de moscatel (un vino que prefería a todos) más de lo adecuado, dejaba entrever un espléndido humor y un asombroso sentido de la lengua alemana, si bien aseguraba tener que disimularlo un poco por culpa de la China, donde el año anterior se había dejado un par de botas que esperaba recobrar con astucia. Si por lo común no quería decir su religión, nombre y condición, en tan agradable estado de ánimo se le escapaba algún que otro término significativo, que sin duda parecía formar parte a su vez de algún insoluble jeroglífico. Daba a entender, por ejemplo, que siendo un artista importante ya se alimentaba en abundancia, pero luego había llegado de forma misteriosa a una condición muy elevada, que otorga al que la ostenta mucho más que el pan nuestro de cada día. Mientras hablaba gesticulaba con ambos brazos, pantomima que casi parecía como si quisiera tomar las medidas a alguien, y que amaba mucho y repetía con frecuencia, y luego señalaba con misteriosa sonrisa hacia la calle Mohren, diciendo que si se bajaba por ella y se seguía siempre en línea recta se acababa por llegar al pequeño sendero de Feldweg, orillado de zarzas por ambos lados, y que justo detrás de Cochinchina, a la izquierda, conducía a una gran llanura, a cuyo otro extremo se llegaba a un reino...

Impresiones sobre un siglo que termina

Pasados los iniciales fastos del 2000, Julio Martínez Mesanza apunta algunas consideraciones sobre el siglo que hemos dejado atrás.

Tragedia y razón. Europa en el pensamiento español del siglo XX

Reseña del libro "Tragedia y Razón. Europa en el pensamiento español del siglo XX" de José María Beneyto.

Apología de un matemático

Reseña del libro "Apología de un matemático" de G.H. Hardy.

«Pactos secretos» de Pedro Ugarte

El crítico literario Ángel Peña comenta la novela de Pedro Ugarte, la cual narra la vida de Mario Nork, un hombre triste y solitario, quien arrastra una frustrada vocación literaria.

Bulgákov, la necesidad de la sátira

Juan Mayorga aborda en este texto la figura del creador de "Corazón de perro" y "La Isla Púrpura", para descubrir en él una literatura satírica a la que ninguna sociedad debería renunciar.

Thomas de Quincey, el visionario

Escritor de escritores, como le denominó Borges, Thomas de Quincey trató, desde el punto de vista literario y con plena conciencia de obra artística, la formación de los sueños y las visiones y les dio el poder de una nueva forma de conocimiento, quizá la única, para llegar a lo sublime.

Madera de boj

"Madera de boj" fue la última novela de Camilo José Cela (1916-2002), Premio Nobel de Literatura, obra personalísima sobre la Costa de la Muerte gallega, en la que no falta la poesía. Culmina así la trayectoria del autor de "La colmena", "La familia de Pascual Duarte" o "Viaje a la Alcarria"

El misterioso caso del poderoso millonario vasco

Se trata de la última novela publicada por Pedro Antonio Urbina, autor también de una extensa obra poética y ensayística. Este título presenta un cambio en su discurso narrativo. Nos tenía acostumbrados a novelas de complejo juego formal que aquí abandona por un planteamiento, digamos, tradicional. Aparece calificado en contraportada como un libro de aventuras y lo es. Pero una aventura de empuje cósmico, donde el ambicioso planteamiento temático adquiere el protagonismo.Esta novedad, que no es sólo respecto a la producción personal del autor, hay que hacerla extensiva al panorama narrativo actual en España. Nos encontramos —creo no equivocarme— ante una novela alegórica. Alegoría de la existencia humana y preludio de una historia nueva. A la pareja protagonista, Reinaldo y Serena, unida, orientada y dominada por un omnipotente y omnipresente Jansen, le va a corresponder, libremente, «despertar el alma del mundo» a través de la elección que cambia radicalmente el sentido de su vida. Para muchos lectores será novedad que se trascienda el ámbito de lo sentimental y psicológico, cuando estos estados se nos están vendiendo como la única realidad interior del ser humano.Los hechos se van conociendo fragmentariamente, sin orden cronológico. Aparecen como las declaraciones que la pareja prepara para su abogado defensor en un juicio (¿final?) que no sabemos si llegará a celebrarse. Con este recurso se crea el clima de confesión sincera y personal que envuelve el relato, planteado como un accidentado viaje por los lugares más variados del mundo. Urbina recrea una doble tensión: por un lado, la intriga novelesca basada en las mil peripecias que supera la pareja protagonista y, por otro, la inadecuación entre persona -jes y misión. Son personajes grises, con planteamientos e ideales grises, masa al fin; pero segregados por el poderoso millonario vasco (¿el eterno y omnipotente rector de la historia?) para iniciar una rara misión que sólo entenderán al final del viaje.El viaje por el mundo para cumplir su misión se desvela como el peregrinar del ser humano, hombremujer, él-ella, hacia su destino final. Un final que queda abierto, formal y temáticamente con un «(continuará) » misterioso. Y ese viaje es también proceso interior; desde un yo inicial ciertamente miserable y ramplón, hasta la liberación del que se comprende realizando la misión encomendada. «El poeta tiene que ser tan hondamente amigo del hombre que sea el castigador del individuo para convertirlo en persona», significativas palabras que aparecen en Algún interminable mérito, también del mismo autor.Como es habitual en Urbina, el lenguaje es rico y variado en los registros que trata. El amor por la palabra exacta acosa al concepto hasta manifestarlo con precisión y, lo que es de aplaudir, con belleza. Pulcritud también para que, sin voluntad onírica, afloren los meandros del pensamiento y de la conciencia que se sustancializan en acertadas expresiones, plenas de fuerza plástica. Si los diálogos caracterizan perfectamente a los personajes, las descripciones —sobre todo de la naturaleza— alcanzan una riqueza visual sorprendente.El juego de los símbolos está presente en todos los niveles: estructural, formal,...

Claudio Rodríguez

En su libro Alianza y condena, publicado en 1965 (Revista de Occidente), incluía Claudio Rodríguez (1934-1999) un poema titulado«Adiós», que me gusta muchísimo. Figuraba en la postal con que el grabador Dimitri convocaba a los amantes de la poesía a una lectura de Claudio en su estudio de la calle Modesto Lafuente, allá por los últimos ochenta o primeros noventa, una lectura que yo iba a presentar, como consta en la invitación. Luego me puse enfermo o tuve que viajar a no se sabe dónde, no recuerdo muy bien lo que pasó, pero la cosa es que no estuve con el maestro zamorano en el estudio de Dimitri el día de su recital. Ahora Claudio Rodríguez vive en otro país desde hace unos meses. El país de la muerte, ese país de donde nadie vuelve a dar buenas o malas noticias, como decía Hamlet en su más célebre monólogo. Y su poema «Adiós» cobra un nuevo sentido, al margen del literal, y es importante para mí copiarlo dentro de esta sección, porque mi amigo Claudio, por el simple hecho de haber nacido después de 1930, no aparecía en las páginas de mis Cien mejores poesías de la lengua castellana, y su ausencia, la ausencia de uno de los poetas más grandes que han dado el siglo xx y la lengua castellana, tenía que paliarse de alguna forma.Cualquier cosa valiera por mi vida esta tarde. Cualquier cosa pequeña si alguna hay. Martirio me es el ruido sereno, sin escrúpulos, sin vuelta, de tu zapato bajo. ¿Qué victorias busca el que ama? ¿Por qué son tan derechas estas calles? Ni miro atrás ni puedo perderte ya de vista. Esta es la tierra del escarmiento: hasta los amigos dan mala información. Mi boca besa lo que muere, y lo acepta. Y la piel misma del labio es la del viento. Adiós. Es útil, normal este suceso, dicen. Queda tú con las cosas nuestras, tú, que puedes, que yo me iré donde la noche quiera.

Las trampas del tiempo

José Cereijo (Redondela, Pontevedra, 1957) es un poeta elegiaco. Y esto implica que es un poeta particularmente sensible a la temporalidad. Los poetas elegiacos, y la elegía como subgénero de la lírica, existen sencillamente por dos motivos: porque existe el tiempo y porque, según una arraigada tradición cultural y sentimental, el tiempo desgasta, transforma y aniquila todo lo creado. Si no hubiese tiempo, si todo cuanto acontece se produjese en un puro presente —como, según los teólogos, acontece en la Eternidad y, según los críticos literarios, en la poesía de Jorge Guillén—, o si al menos no estuviésemos habituados a reparar, más que en lo mucho que su transcurrir nos va enriqueciendo, en sus efectos negativos —eso que los físicos modernos llaman la «entropía»—, nadie lamentaría ninguna pérdida, ninguna ruina, ninguna ausencia... Y la poesía universal se vería privada de bastantes de sus mejores momentos.Pero el tiempo sí existe, y nosotros vivimos dentro de una tradición cultural que nos mueve a fijarnos ante todo en lo que su paso nos quita. Por eso ha habido y habrá tantos poetas que canten sus tristes efectos. A ellos viene a sumarse José Cereijo con este libro, el segundo que publica.El tiempo está presente no sólo en el título del volumen y en el colofón caligramático que lo cierra trazando la silueta de un reloj (cuya peana es una línea que reza: «Témpora tempore tempera»), sino también en los títulos de cada una de sus tres partes: tres adverbios —de tiempo, por supuesto— que corresponden a tres momentos distintos: «Ahora», «Entonces» y «Nunca».No Es en la primera de esas partes donde se aborda de modo más frontal el tema del tiempo y sus consecuencias, «el modo en que el polvillo impalpable del tiempo, / que no es nada, termina por borrar lo que somos, / por volverlo en un fuimos melancólico y lúcido» (p. 18). Con melancolía y lucidez, el poeta nos habla de la muerte como parte de la existencia humana, del envejecer, de la fugacidad del hombre frente al cíclico retorno de la Naturaleza, del deseo de felicidad mientras corre el tiempo y va llegando la muerte, de los efectos destructivos de la temporalidad, y de la poesía como medio (falso) para vencerla, adoptando bien una actitud de desengaño nihilista —«Y mi ser, vaso inútil en manos de un enfermo, / rodará silencioso a estrellarse en la nada» (p. 23)—, bien una estoica conformidad con la realidad—« Morir, todos morimos; / ser hombre es ser mortal. No te des importancia» (p. 11)— y un resuelto propósito (que trae a la memoria ciertas páginas de Francisco Brines) de disfrutar ávidamente la dicha que aquélla nos permite —«Amar, amar la vida / sin esperanza alguna, / sabiéndola tan frágil, y tan corta»—.En un segundo plano se dibujan otros temas, entre los que se destaca de forma muy especial la imposibilidad de alcanzar la felicidad: «acierto a ser feliz. Todas las cosas / que busco, que poseo, que me aguardan, / íntimamente están...

Final de año, siglo, milenio

Antonio Fontán reflexiona sobre este particular fin provisional de la Historia que es la transición a otro milenio y señala los horizontes que han quedado abiertos este siglo.

The control revolution. How internet is putting individuals in charge and changing the world we know

En un momento histórico carente de la virulencia revolucionaria de otras épocas, el único fantasma que recorre Europa es el de la utopía de la sociedad de la información. Esta es la revolución a la que se refiere Shapiro, en este escueto y bien redactado ensayo.El autor, utilizando sus poderosos recursos intelectuales de periodista y profesor universitario, se suma al enfoque que ha dado en llamarse tecnorrealismo, y que se basa en una actitud tan sensata como es la de distanciarse tanto de los partidarios ciegos de las nuevas tecnologías como de la de aquéllos a los que éstas les producen fobias.Internet se ha convertido en una subcultura. Aparecen noticias relativas a la red en los suplementos semanales de los grandes periódicos, pero casi nunca ocupan espacio en la edición principal; o se le dedican programas de televisión, en franjas horarias que delatan una audiencia minoritaria. Esto sin referirse a los contenidos de muchas de las páginas de Internet o a la calidad ortográfica de las conversaciones en los canales de discusión, tanto en inglés como en castellano.Nada tiene que ver Shapiro con este sórdido mundo, pues como director del Internet Policy Projet de la prestigiosa fundación norteamericana Aspen Institute, presenta un trabajo digno, en el que, entre otras delicias, tiene la gentileza de citar a Cervantes al comienzo del libro. Además, sus credenciales académicas como profesor de la Columbia Law School y como investigador residente del programa de la Harvard. Law School sobre «Internet y Sociedad», le alejan de los tópicos de lo que aquí se denomina «Informática y Derecho», y le permite situar su planteamiento con suficiente altura.Los tecnorrealistas como movimiento tienen su propia página, y su manifiesto, al que todos nos podemos adherir, pero intuyo que éste no tendrá gran número de afiliaciones. Los manifiestos son instrumentos literarios al servicio de lo radical, no del sentido común. Supongo que el tecnorrealismo es más bien un movimiento intelectual minoritario, en el que habrá que valorar más la calidad de los firmantes que su número.Según la tesis central del libro, Internet devuelve a los seres humanos buena parte del poder que había sido arrebatado por las grandes instituciones durante la era industrial. En principio, esa sería la razón por la que nos sentimos fascinados por la red, al darnos acceso instantáneo a un volumen de información sin precedentes, junto a la capacidad de comunicarnos con otras personas a un coste sin relación alguna con la distancia. Al mismo tiempo, sin embargo, la dispersión de este poder nos lleva a plantearnos nuevas cuestiones con el fin de salvaguardar los valores propios del sistema democrático.Estas cuestiones son diversas, pero tienen en común que para analizarlas se precisa más capacidad de argumentación sobre la cosa pública que técnicas de divulgación científica. El comercio electrónico, los periódicos a la medida, la democracia directa por vía electrónica, la supuesta posición dominante de Microsoft, la criptografía y el cumplimiento de la ley, las comunidades virtuales, el derecho a la intimidad en el entorno digital...

Cézanne

El diez de mayo se subastaba en Nueva York uno de los bodegones pintados por Paul Cézanne (1839-1906) entre 1893 y 1894. El cuadro se vendía por la astronómica cifra de 60 millones y medio de dólares y se convertía así en el cuarto cuadro más caro del mundo adquirido en subasta y en el más cotizado del artista. En fechas cercanas a la venta, aparecía en el mercado español el libro Cézanne de Eugenio d'Ors (1881 -1954), en la nueva editorial El Acantilado.No es casualidad que Eugenio d'Ors escribiera un libro sobre la biografía y la pintura de Paul Cézanne. Ambos tenían en común, el primero en la filosofía y el segundo en la pintura, el deseo constante de encontrar la serenidad, el orden y el equilibrio en el dinamismo de la vida y de la naturaleza. Sus ideales alumbrar la armonía y la jerarquía del universo por encima del caos. Los dos buscaban el diálogo continuo con la naturaleza para, sin excluirla ni aniquilarla, imprimirle su genialidad. Eugenio d'Ors había encontrado en Cézanne un espíritu con el que dialogar para alumbrar sus pensamientos más originales. Para d'Ors, cualquier estética suponía una filosofía y Cézanne era el ejemplo vivo del espíritu del Novecentismo y de su filosofía del hombre que trabaja y que juega.Cézanne, como muchos otros libros de Eugenio d'Ors, es una recopilación de las glosas que el filósofo catalán escribió diariamente en los periódicos. El libro publicado ahora, y que sigue la edición de 1944 considerada definitiva por su autor, se parece a un puzzle de seis piezas que van encajando poco a poco mientras (1886). Cézanne y Zola fueron grandes amigos en la adolescencia y es avanza la lectura. Se trata de seis fotografías de un mismo personaje, tomadas desde perspectivas diferentes, que nos muestran algunos de los perfiles del pintor. Eugenio d'Ors ha sabido reflejar en la estructura de este libro una de sus frases más conocidas: elevar la anécdota a categoría. En los cuatro primeros perfiles nos encontramos las anécdotas sobre Cézanne, mientras que en los dos últimos hay un esfuerzo por elevar la vida y obra del artista a la categoría.La primera pieza toma la forma del pintor Claude Lantier recreado por Emile Zola en su libro L'Oeuvre posible que el escritor se inspirase en Cézanne para el personaje de la historia. Zola lo habría descrito como a un joven apasionado que pinta y expone junto a los impresionistas, pero que como epílogo de ese momento estético sucumbe ante la confusión del ambiente y sufre, incapaz de expresar lo que bulle en su interior. La segunda pieza describe el ambiente parisino de finales de siglo y la leyenda que sobre el artista circula por las calles de la ciudad: un pintor loco, anárquico, excéntrico y grosero. En la ciudad de los artistas, nadie escapa de la vida bohemia y los rumores engullen su fama. La tercera fotografía retrata la biografía de Cézanne. Un hombre disciplinado y burgués que, tras los fallidos intentos...

«El ideal cultural del liberalismo» de Andreas Bohmler

"El ideal cultural del liberalismo", escrito por Andres Bohmler tiene por objetivo rastrear las claves interpretativas de la dialéctica que se ha producido entre las ideologías liberales y las socialistas en la sociedad occidental.

Tres miradas sobre Isaiah Berlin

Alfonso López Perona comenta las últimas novedades editoriales relacionadas con Isaiah Berlin: una biografía, un libro de semblanzas y una recopilación de artículos, que revelan un creciente interés por el humanista de Oxford.