Álvaro Garcia

Reseña de la obra poética de Álvaro García.

Los segadores

Presentamos un relato corto del escritor ruso Iván Alekseyévich Bunin, titulado «Los segadores».

Lo que fue y lo que no fue Franco

La historiografía del franquismo cuenta a partir de hoy con un nuevo título de referencia, la obra del profesor Gonzalo Redondo que será, sin lugar a dudas, una obra de peso. Planeada en cuatro volúmenes, el primero editado cuenta con más de mil páginas de gran formato y a dos columnas. La obra se plantea dentro de las vías abiertas por su investigación anterior sobre la Historia de la Iglesia en España (1931 -1939), publicada en 1993. Con la nueva serie, se dan a conocer los primeros resultados del trabajo que Gonzalo Redondo viene dedicando al estudio del franquismo desde hace años y que ha estado acompañado de una importante labor de recolección de archivos privados de aquel período. La historia del franquismo constituye en la actualidad una de las principales líneas de investigación de la Universidad de Navarra, como muestra la cuidadosa edición del libro. Si no es fácil escribir ni publicar un trabajo de esas proporciones, tampoco le faltará al profesor Redondo la atención de un determinado público, que leerá con detenimiento su obra. Este primer tomo dedicado a la construcción del Estado español franquista consta de dos partes: los fundamentos del nuevo Estado, y el poder personal de Franco al frente del mismo. En la primera se recuerdan algunas visiones de la «España nueva» alimentada desde los años anteriores a la guerra civil —las de Víctor Pradera, Pemartín y el García Morente converso—, antes de pasar a analizar la ideología de Franco. En la segunda y principal, se recorren y plantean de forma cronológica los principales jalones de la configuración estatal franquista: lo que Redondo denomina «el espejismo de un Estado totalitario» (1939), la fuerza del nacionalismo español (1939-1941), el autoritarismo tradicionalista (1941-1943), la democracia orgánica como solución nacional para España (1943-1945) y la Ley de Sucesión como expresión de la voluntad de constitución de España en Reino (1945-1947). Redondo acomete la cuestión debatida de si Franco dispuso o no de un pensamiento político sobre el que asentó su gobierno y el régimen. Resulta más fácil saber lo que nunca fue Franco, pero en todo caso el autor conviene en precisar que Franco fue un gobernante autoritario de ideología o mentalidad —tal vez mejor— tradicionalista. La influencia de los planteamientos intelectuales de Acción Española se hizo sentir no sólo en el Movimiento Nacional sino en el propio «Caudillo». Franco se entendía a sí mismo como un «caballero cristiano», un hombre católico tipo siglo XVI. El nombre de nacionalcatolicismo, empleado normalmente para definir al franquismo, no es más que ese tradicionalismo. El tradicionalismo de Franco le llevaba a contemplarse como un monarca absoluto, la mirada puesta en la Monarquía tradicional. Franco fue un rey caudillo, y el franquismo, una monarquía sin rey. La represión política y social que siguió a la guerra civil fue como una especie de reedición de la Inquisición de la España del Siglo de Oro (esta vez en manos del Estado, aunque la Iglesia española, por lo general, se mantuvo en silencio ante el hecho). Desde...

Calderón en Polonia

La influencia de Calderón de la Barca en las letras polacas no es fruto de la casualidad, sino de una fecunda y dilatada relación histórica y cultural entre España y Polonia, más intensa en unas épocas que en otras, pero siempre latente y patente. Atendiendo a esta consideración, nos pareció oportuno ocuparnos, al cumplirse en este año 2000 el cuarto centenario de su nacimiento —el 17 de enero, en Madrid—, de la importancia y trascendencia de la obra calderoniana en la literatura polaca, fundamental en el contexto de las literaturas eslavas y europeas, pero, por circunstancias diversas, no muy conocida en España. De los frutos de esas relaciones hispano-polacas y del magisterio ejercido por Calderón, como culminación de un proceso de vinculaciones literarias anteriores, sobre algunos de los más importantes creadores de las letras polacas de la primera mitad del siglo xix, se ocupa Femando Presa en las líneas que siguen.

Lo que queda por descubrir

Más que de un libro de prospectiva, se trata de una serie de reflexiones sobre el futuro de la ciencia que hace John Maddox, quien fue director de la revista «Nature» durante 23 años. Sus reflexiones se condensan en tres extensos capítulos: la materia, la vida y nuestro mundo.

Irving Layton, bestiario de sangre

Diversos críticos han señalado la obsesión permanente de los escritores canadienses por representar los animales como víctimas. Irving Layton, aún desconocido en nuestro país, es un ejemplo de ello, pero su poesía va más allá. Como explican Antonio Ruiz y Nines Gámiz, autores de estas traducciones inéditas, más que un moralista, Layton es un pensador ético empeñado en conducirnos hacia una esfera de sabiduría superior, aunque para ello deba ahondar en nuestro lado más oscuro y hablar de tú a tú a la crueldad humana.

Amalia Bautista.

Amalia Bautista (Madrid, 1962) acaba de rozar la efímera gloria de ser galardonada con el Premio de la Crítica. Bueno, ella no, sino su libro Cuéntamelo otra vez (Granada, La Veleta, 1999), porque son los libros los que obtienen los premios, aunque los libros suelen ir firmados, y en este caso iba firmado por ella. En última instancia, un libro de Guillermo Carnero (Valencia, 1947), Verano inglés, muy explícito esta vez y enormemente comunicativo, se llevó el galardón, pero Amalia estuvo ahí todo el rato, compitiendo en buena lid con Guillermo, creando complicidades entre los miembros del jurado, que hubiesen deseado no tener que elegir entre dos libros tan distintos y, a la vez, tan hermosos. De Carnero se ha ocupado ampliamente la prensa nacional. De Bautista escribió José Luis García Martín en «El Cultural» de El Mundo con su habitual perspicacia (fue García Martín, y no Carnero, como obstinadamente defendí ante el mismísimo autor de Verano inglés, cuando le di la enhorabuena), y ahora yo tomo el relevo de José Luis, reseñando Cuéntamelo otra vez en las páginas de este número de NUEVA REVISTA, e incluyendo un precioso poema del libro finalista del Premio de la Crítica, a mayor gloria de la más alta poesía española contemporánea.Al cabo Al cabo, son muy pocas las palabras que de verdad nos duelen, y muy pocas las que consiguen alegrar el alma. Y son también muy pocas las personas que mueven nuestro corazón, y menos aún las que lo mueven mucho tiempo. Al cabo, son poquísimas las cosas que de verdad importan en la vida: poder querer a alguien, que nos quieran y no morir después que nuestros hijos.Las maravillas de Amalia Creo firmemente que la colección La Veleta, dirigida por Andrés Trapiello, es uno de los lugares más apetecibles de la geografía editorial española para publicar un libro de versos. De manera que, ante todo, debo congratularme de la conexión de mi admirada Amalia Bautista con la admirable serie granadina, pues siempre es grato ver cómo coinciden los autores y las colecciones que prefiero en una misma entrada bibliográfica, cosa que ha sucedido en esta ocasión. Así, el libro de Amalia constituye la entrega cuadragésimo séptima de La Veleta, tras la inmortal edición de la Poesía de Rafael Lasso de la Vega, a cargo de Juan Manuel Bonet, y precediendo a los Poemas de Robert Louis Stevenson, a la Poesía de Gerard Manley Hopkins, a las Poesías de Enrique DíezCanedo, a unos Espejos de Abelardo Linares y a la Poesía completa de José del Río Sainz.Treinta y cuatro son las composiciones de que consta el libro, repartidas en tres secciones, de trece, diez y once poemas respectivamente. Algunas piezas habían visto ya la luz en diversas revistas, y un conjunto de diez poemas apareció en forma de plaquette malagueña (La mujer de Lot y otros poemas, Llama de amor viva, 1995, al cuidado de Rafael Inglada). Uno de los treinta y cuatro poemas, el que clausura la primera parte (pág....

Guía de lecturas contemporáneas

Reseña del libro "Guía de lecturas contemporáneas" de Pedro de Miguel y Ángel Peña.

Ficciones de libertad en la literatura infantil y juvenil

Luis Daniel González parte de la base de que las ficciones que llegan a los niños aumentan sus experiencias cotidianas, amplían sus horizontes interiores, moldean sus sentimientos, influyen en la formación de sus opiniones y en su futura conducta. Por eso considera que un análisis global de la Literatura infantil y juvenil (en adelante, lij) debe prestar atención a cómo promueve y presenta el aprendizaje de la libertad. De esto se ocupa en las líneas que siguen.

El mayor error de la Segunda República Española

Casi simultáneamente se publicaron, en 1998, dos libros a los que la crítica no prestó excesiva atención, pero que ilustran, con erudita objetividad, un aspecto decisivo en la historia de la Segunda República: el de las relaciones del Régimen con la Iglesia. La política religiosa de la Segunda República es el título del estudio de Francisco Martí Gilabert (Eunsa, 1998) al que se refiere el comentario de Carlos Seco Serrano. El otro es la espléndida monografía que José María García Escudero ha dedicado al cardenal Herrera Oria.

Humanismo cívico

En "Humanismo cívico", Alejandro Llano reflexiona sobre cuestiones centrales de la filosofía política contemporánea. Identifica los errores básicos de la democracia occidental, donde prima una visión individualista, para dar paso a su visión de cómo debería operar la sociedad: un espacio plural de diálogo donde se encuentran distintas personas conscientes de su rol activo como ciudadanos.

Del viejo pozo el agua nueva

El nombre de Fernando Ortiz (Sevilla, 1947) es uno de los primeros que acuden a la mente cuando se trata de recordar a aquel grupo de poetas que, si bien adscritos por su fecha de nacimiento (1940-1955) y por la de la publicación de su primer libro (1967-1980) a la llamada «generación del 70» o «tercera generación de la posguerra», protagonizaron, con respecto a la poética «novísima» dominante en los primeros tiempos de actividad de aquella generación, una disidencia; disidencia en un principio muy poco perceptible, debido a su orientación estética nada estrepitosa y también a su marcado signo individualista, pero que a partir de 1980 ha sido especialmente valorada y hoy se nos revela como la influencia primordial en los rumbos de la lírica española de las dos últimas décadas.Entre los poetas de aquel grupo —aparte del propio Ortiz, Juan Luis Panero, Antonio Colinas, Carlos Clementson, Javier Salvago, Eloy Sánchez Rosillo, Víctor Botas, Abelardo Linares, Emilio Barón, etc.—, existían sin duda considerables diferencias individuales, pero todos ellos, contemplados a la debida distancia, tenían en común lo que en otras ocasiones he llamado «la recuperación del sentido clásico» de la poesía, es decir «no sólo el voluntario encadenamiento a la tradición, tanto en los aspectos temáticos como formales, sino también la concepción humanista de la poesía, la confianza en el poder comunicativo del lenguaje y del arte, la simultánea conciencia de sus límites, la serena aceptación de éstos, la sobriedad y contención expresivas y el equilibrio entre el contenido y la forma, entre los elementos intelectuales, emocionales y sensibles, y entre la realidad objetiva y la subjetiva» («Última poesía española: por el sentido común al aburrimiento», Nueva Revista, 50, abril-mayo 1997, p. 121).Dentro de ese conjunto de poetas no cabe duda de que Fernando Ortiz es uno de los más representativos. Ya ante la mera enumeración de las editoriales y colecciones que han publicado la mayoría de sus libros —Calle del Aire, Trieste, Renacimiento, La Veleta, Pre-Textos...— un ojo avisado se hará enseguida una idea de la tendencia estética del poeta sevillano. Pero, además, hay un hecho que convierte a Ortiz en un exponente especialmente significativo de esa actitud clásica, y es que ha renunciado de modo más visible que la mayoría de los poetas de su edad al papel de mago o visionario para adoptar el del artesano, con toda la modestia y, a la vez, toda la tranquila seguridad que ello comporta.Con oficio maduro, Ortiz ha ido erigiendo una obra en la que, al contrario de lo que ocurre tan a menudo entre autores de su quinta, las nueces superan con mucho al ruido. Cada uno de sus libros nos habla de un poeta que conoce bien la tradición, que sabe bien lo que quiere en cada poema, que domina bien su oficio y que resuelve bien las dificultades que cada verso le presenta. Incluso me aventuraría a decir que a lo largo de su producción lírica, que comenzó en 1978 con el libro Primera despedida y...

Señales de humo

En la «Nota del autor» que cierra Señales de humo, Luis Alberto de Cuenca afirma que le hubiera gustado añadir a su libro una lista de nombres propios. Llenos de nombres propios, sí, están estos estupendos artículos, llenos de erudición, de pequeños detalles, de fechas, de precisiones. Pero también de emoción, esa espuela que da siempre alas a la mejor literatura, conjugada a menudo con una sabia ironía y un humor bien dosificado. En Luis Alberto de Cuenca conviven el experto filólogo de una vasta cultura y el intenso poeta, uno de los más originales y celebrados de los últimos tiempos. Eso se nota. Y él, que reivindica el placer como meta de toda forma de expresión artística, ha querido que estas páginas supuestamente volanderas (nada amarillea tan pronto como el papel de los periódicos) tuviesen el pulso de lo literario, y fuesen fuente de constantes alegrías para el lector.Lo mejor que se puede decir de este libro es que resulta imposible dar una vaga idea de la cantidad de materiales de que está hecho: de notas autobiográficas, de viajes, de cine, de mitos, de literatura, de cómics, de amigos, de reflexiones sociopolíticas, de... todo, en una palabra.Luis Alberto de Cuenca nos confiesa que hay quien le ha llamado alguna vez por teléfono para decirle que cada vez habla más de sí mismo en sus artículos. Afortunadamente, diríamos nosotros, porque si no hablase en parte de sí mismo, con máscara o sin ella, estas páginas no tendrían el voltaje que aquí muestran reunidas. Lo cierto es que traspasando el umbral de la portada, uno siente el espejismo de que el autor le ha invitado a su biblioteca particular con gente cercana a él y, al escuchar de qué se habla ahí, y al ver los estantes, las fotografías, la mesa de trabajo, los objetos que hay en ella (una reproducción a escala de la Venus de Willendorf, por ejemplo) obtiene una imagen bastante precisa sobre la vida de la persona que habita ese espacio.«La primera imagen mental que conservo de mí mismo es la de un niño cabezón, con gafitas de pasta blanca, el pelo alborotado en rizos y un tebeo de El Guerrero del Antifaz en las manos». Estas palabras nos recuerdan la magnífica película de Woody Alien, Días de radio, donde «El Vengador Enmascarado» era evocado por el inolvidable protagonista con la devoción con que sólo se evoca la infancia. Pero hay otros muchos apuntes y fragmentos de unas posibles memorias.Así nos enteramos de que los Cuenca llevan más de cien años siendo adictos a la literatura mal llamada de segundo orden, o de que la hija del poeta quería ser Dorita (Judy Garland), la de El mago de Oz, de la misma manera que él hubo un tiempo en que soñó con convertirse de mayor en detective.No faltan, junto a la pincelada intimista, los pasajes en los que Luis Alberto de Cuenca perfila su visión de la literatura en general y de la poesía en particular....

Verano inglés

Los periódicos han reseñado que el nuevo libro de Guillermo Carnero (Valencia, 1947) es muy importante porque nace «después del silencio de nueve años». Yo creo con el poeta Brodsky que la vida sólo es una conversación previa al silencio, y acaso la poesía sea una vida nueva y posterior al silencio, para que ese incesante himno órfico que sería el lenguaje según Shelley (Prometeo desencadenado), quede temblando en los límites del tiempo definido por garganta humana. En ese sentido, Guillermo Carnero nace tras nueve años de silencio. También han dicho los periódicos (El País, 20.XI.1999) que este Verano Inglés es muy importante porque surge de la locura de los 50 años del poeta: y todo, porque diz que «trae varias novedades: más sexo, menos culturalismo, más claridad y nostalgia»Me he precipitado pues, tras esos previos, a leer el libro del que fue «novísimo» antologizado por Castellet en el 70, que publicó luego «El sueño de Escipión» (1971), «Variaciones y figuras sobre un tema de La Bruyére» (1974), «El azar objetivo» (1975), «Música para fuegos de artificio» (1989), «Divisibilidad indefinida »(1990). He buscado en mi biblioteca sus dos antologías: «Ensayo para una teoría de la visión» y «Dibujo de la Muerte», y leído afanoso mis notas, recorrido con la vista y con los dedos los subrayados a lápiz; me he conmovido nuevamente por el billete manuscrito con el que el poeta acompañaba su último envío a mi domicilio.En Verano Inglés no hallé locura, no he encontrado nostalgia; ni en más claridad me he visto, ni en menos culturalismo: y hablando de sexo, ni menos ni más. Voy a intentar decir qué es lo que creo que ha sucedido con Guillermo Carnero el poeta, y porqué al cerrar las guardas de su último libro, he tenido que abrir con el corazón al galope, las líneas de Dibujo de la Muerte y sumergirme en la densa belleza de sus primeros poemas —«Avila», «Castilla», «Amanecer en Burgos»—, y en ellos encontrarme con la abundancia generosa de la lengua que el joven Carnero creó para compartir con nosotros declarando: Mi cuerpo es ancho como un río. y también: Conozco muchos nombres de murallas, para terminar:otra vez al galope, matando / descuartizando telas y andamiajes y máscaras /levantando muros y andamiajes y telas /y máscaras, y otra vez declarando:Mi cuerpo es ancho como un río.Desde entonces, y contrariamente al gesto de otros poetas muy próximos a él, Guillermo Carnero no ha desnudado el lenguaje para librarlo del veneno acumulado por los años de guerra, de la baba de caracol de las consignas fascistas o marxistas, del sudor frío de la imitación servil, de las encanecidas metáforas ya fundadas desde antes de Homero, operando en los confines del lenguaje o funcionando contra él, fiel a la máxima mallarmeana de depuración linguística: Carnero lo ha enriquecido.Su cuerpo ancho como un río, ha llegado hasta aquí recogiendo espumas diversas, hojas, pámpanos, arrastrando alabastros, violando cortes de amor y desastrando relojes de sol, empapando su inteligencia de belleza,...

La transmigración de las batallas

Lo intuyó un George C. Scott reencarnado en Patton para la película del mismo nombre: luchamos siempre la misma batalla, y siempre acabamos luchando en los mismos sitios.No me refiero a los lugares estratégicos donde, por lógica, dada su ubicación, siempre se va a llevar a cabo una batalla decisiva. Ese sería el caso de las Termopilas, por ej emplo, donde los espartanos de Leónidas, en exigua y bien formada falange, se enfrentaron con la numerosa tropa de Jerjes, que cegaba al sol con sus flechas. El lugar es un paso ineludible entre montañas, que más tarde defenderían griegos e ingleses para taponar el avance de los blindados alemanes en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial. Tampoco me refiero a las ciudades importantes, ni a los puntos clave —o que se hacen clave con el desarrollo de las campañas—, que también, necesariamente, han de ser escenario de repetidos combates: así el sector de Ypres-Passchendaele en la I Guerra Mundial, o el frente de Teruel en nuestra guerra civil.Cuando hablo de la transmigración de las batallas me refiero a esos lugares propicios para el enfrentamiento, predestinados desde antiguo a la lucha, y que llaman al choque de los ejércitos tal como los puñales de algún cuento de Borges demandaban muertes, sea cual fuere la mano que los empuñara.Uno de esos puntos está en Túnez, y como tal lo reconocía Patton en la película homónima. El general de caballería pasaba revista a los restos de la columna norteamericana destruida en Kasserine a manos del Afrika Korps, y ahuyentaba a los expoliadores de cadáveres, rememorando el mismo expolio de los lugareños en Zama, al final de la II Guerra Púnica, muchos siglos atrás. Una vez los protagonistas habían sido Aníbal y Escipión; ahora, Rommel y las inexpertas tropas estadounidenses que aún no dirigía Patton. El terreno, los contraluces del desierto, los buitres y la rapiña eran los mismos.Otro paraje de batalla es Poitiers. Allí, en 732, resistió Carlos Martel el avance de las razzias musulmanas, a golpe de hacha y de escudos compactos. Mucho tiempo después, en 1356, en el mismo terreno, Juan el Bueno, rey de Francia, fue derrotado por el Príncipe Negro en una de las batallas más famosas de la Guerra de los Cien Años. Por cierto, aquí se da un doble cruce. No sólo se repite un lugar sino, además, un mismo esquema de batalla. Tanto en Poitiers en 1356, como antes en Crécy en 1346 y luego en Agincourt en 1415, se dio la misma escena: una pequeña hueste inglesa aniquilaba a un poderoso ejército francés, que ostentaba la flor de su caballería. Lo hicieron aprovechando terrenos estrechos en los que la caballería no era capaz de maniobrar, y sobre todo sacando el máximo partido de un arma plebeya, barata y revolucionaria: el arco largo galés, que derramaba muerte desde el cielo (los buenos arqueros podían disparar hasta seis saetas por minuto) y atravesaba desde la distancia cualquier coraza.El río Boyne, en Irlanda, también se ve investido...

Tolerancia ilustrada y tolerancia republicana

Fernando Inciarte escribió un pequeño ensayo sobre la tolerancia a partir del libro de Carlos Thiebaut publicado por Visor y titulado así justamente, «De la tolerancia», que le permitió sacar conclusiones sobre universalismo, particularismos, republicanismo y liberalismo en compañía de otras obras de Jon Juaristi y José María Beneyto.

Poética de la oralidad. Paul Zumthor

Ana Calvo Revilla explica la relevancia de Introducción a la poesía oral, de Paul Zumthor, obra considerada una auténtica Poética de la oralidad. Este medievalista canadiense, profesor de Poética y de Teoría literaria en la Universidad de Montreal, ha abordado con profundidad el estudio de la Edad Media y de la oralidad desde las teorías modernas de la literatura.

Los amigos

Ludwig Tieck (Berlín, 1773- id., 1853), hijo de un artesano aficionado a la literatura, estudió historia, literatura y filosofía en la universidad de su ciudad natal. Allí conoció a Wackenroder, quien le introdujo en el romanticismo. En 1799 Tieck marchó a Jena, y luego a Halle, Gotinga y Nurenberg, en cuyas respectivas universidades estudió literatura e historia medieval germánicas. En Jena conoció a Schlegel, Novalis y Schelling, y fue admitido en su cenáculo romántico. En sus primeras obras, el romanticismo de Tieck se orienta hacia lo fantástico y a la recreación de las antiguas leyendas medievales, presentes tanto en sus cuentos satíricos-originales o refundiciones de obras medievales—El caballero Barba Azul (1797), El gato con botas (1797) y El príncipe Zerbino o El Viaje hacia el buen gusto (1799)—, como en otras fábulas —El rubio Eckbert[]796) o La maravillosa historia de amor entre la bella Magalona y el conde Pedro de Provenza (1796)—. Sus principales relatos aparecieron reunidos en Phantasus (1812-16). Posteriormente publicó La rebelión de las Cevenas (1826), El ¡oven ebanista (1836) y la novela Vittoría Accoromboni (1840). Tieck es autor de la más cuidada traducción al alemán del Quijote (1799-1801), y corresponsable de la versión alemana de la obra completa de Shakespeare, que realizó en colaboración con Schlegel.

 

El relato que publicamos a continuación fue escrito por Tieck en 1797 y se publicó en el número 7 de la revista Strauβfedern, de Berlín; apareció con el el título actual, Los amigos, en la edición de Escritos de Tieck (Leipzig, 1829).

El esplendor de la biografía

Antonio Morales Moya explica las causas del auge del género biográfico en la actualidad y realiza un repaso exhaustivo de los temas y personajes que, en los últimos años, han merecido la atención de los historiadores.

Veinte años del Estatuto de Gernika

Con motivo del vigésimo aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía del País Vasco, Nueva Revista ha realizado un cuestionario a tres de sus ponentes —Alfredo Marco Tabar, Enrique Múgica y Mitxel Unzueta—para que evalúen su desarrollo a lo largo de estos años.NUEVA REVISTA • ¿Qué evaluación cabe realizar, veinte años después de su aprobación, del desarrollo legal del Estatuto vasco?ENRIQUE MÚGICA - El Estatuto vasco ha permitido que el nivel de competencias de las instituciones autonómicas sea más alto que el de cualquier otra región europea en el marco de los Estados, incluyendo a los federales.La importante mayoría ciudadana que lo aprobó, además de su valor como instrumento de gobierno —lo que autoriza al PNV a utilizarlo con generosidad sólo o en coalición con los socialistas— exigía que definiera la necesaria convivencia entre los que no son nacionalistas y cuantos lo son. Este segundo factor se ha malogrado porque los partidos nacionalistas, a los que convencionalmente veníamos calificando de moderados, se han decidido por su ruptura, pactando en Estella con el brazo civil del grupo criminal.Confiemos en que regresen al sentido común, y ayudémosles con crítica equilibrada y rigurosa.ALFREDO MARCO TABAR • Estamos ante la vieja cuestión de la visión de la botella medio llena o medio vacía. El sentimiento nacionalista y su permanente actitud reivindicatória lleva a los partidos nacionalistas a una visión negativa e interesada del desarrollo legal del Estatuto vasco; incluso niegan su vigencia por caduco y sobre la base de unos hipotéticos incumplimientos. Sólo la miopía puede explicar esta visión deformada de una realidad espléndida como es la autonomía vasca. La miopía o el interés torticero en justificar la permanente reivindicación y explicar incluso la existencia de la violencia con referencia a esos hipotéticos incumplimientos. Habría que preguntarse dónde han estado los incumplimientos y si las escasas competencias estatutarias pendientes no son consecuencia precisamente de la intransigencia y del inmovilismo de quienes han gestionado estas transferencias con actitudes en modo alguno compatibles con el consenso y el acuerdo que fue la fórmula de la elaboración del Estatuto.MITXEL UNZUETA - La respuesta gira en torno a dos ideas que, a mi juicio, recogen la situación. El Estatuto de Autonomía en sí es un hecho positivo de singular importancia histórica. La razón de ser de su singular contenido no ha sido otra que el propósito de dar respuesta a una cuestión que, llámese «hecho vasco», «contencioso vasco», o como se quiera, constituye una realidad que, desde el punto de vista político, se presenta como una situación problemática, que pervive en el tiempo. Su origen hay que situarlo hace cerca de dos siglos. Este dato pone de manifiesto que la cuestión no es efímera. La tensión o el rechazo respecto de una cierta manera de entender España se inicia con la incorporación del Reino al sistema constitucional. No porque los vascos repudiasen el sistema de libertades que se empezaba a implantar en Europa o porque tuviesen nostalgia del antiguo régimen, sino porque el nuevo sistema pretendió...