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«Homero y su Ilíada», de Robin Lane Fox

La «Ilíada» grabada a partir de las composiciones de John Flaxman.

Robin Lane Fox fue profesor de Historia Antigua en Oxford y, actualmente, emérito de la misma universidad. Es autor de numerosos trabajos sobre el mundo clásico.


Avance

Robin Lane Fox: «Homero y su Ilíada». Crítica, 2024.

La autoría de la Ilíada, o mejor, la personalidad de ese oscuro Homero al que se le atribuye, ha sido un asunto debatido durante años. ¿Fue Homero una persona concreta o un nombre que encubría a una colectividad de rapsodas que habrían compuesto el poema por acumulación? Para el experto Robin Lane Fox, autor del estudio más reciente sobre el poema heroico, no hay duda: el individuo concreto Homero, ejercitado desde niño en la composición y la interpretación, es el autor de la Ilíada. La compuso oralmente, basándose en sus recuerdos de las ruinas de una ciudad que ya era mítica para los griegos (otra cosa es que hubiera existido la guerra). La compresión y la exhaustividad del poema, así como la coherencia interna de una trama que se desarrolla gradualmente, son para Fox pruebas evidentes de esa autoría personal. Compuesta hacia 750-740 a. C. (aquí, los indicios son desde un texto de Hesíodo a algún resto arqueológico), la Ilíada fue concebida para ser recitada, no leída.

La Ilíada presenta, en un cosmos masculino y una atmósfera de omnipresente tristeza, una visión de conjunto de la peripecia humana. La guerra —vista desde ambos bandos y desde dos puntos de vista: odiosa y fuente de gloria, a la vez— es omnipresente. Pero en ella hay sitio para la compasión y la piedad. Los valores éticos del poema siguen siendo instructivos y vigentes. Hay acuerdo entre los expertos acerca del punto culminante que supone a ese respecto el encuentro del viejo Príamo con Aquiles, el autor de la muerte de su hijo; una escena que «abre las puertas al humanismo occidental» (C. García Gual).

Aquiles, la más imponente de las creaciones homéricas, es, por supuesto, la columna vertebral del relato. Un Aquiles colérico y vengativo, pero capaz también de compasión. Su tránsito de unos sentimientos a otros, marca también el desarrollo de la trama del poema.

El de la Ilíada es un mundo de dioses y héroes, en el que también participan las mujeres. Los dioses y las diosas modelan e impulsan la trama, toman partido por los bandos en lucha, y ellos mismos luchan entre sí, con artimañas y mentiras. Las mujeres, cuyo atributo destacado es la belleza, aportan dramatismo a la trama, a menudo en su papel de madres. No es casual que algunas de ellas se convirtieran en heroínas de las posteriores tragedias atenienses.

Un rasgo importante del poema es que este se sitúe en un pasado lejano para sus oyentes, cuando –insiste Homero– «los héroes no eran como los hombres mortales son ahora». En ese pasado, que se corresponde grosso modo con el mundo micénico, con algún anacronismo de la época de Homero y sus oyentes, transcurre «una trama despiadadamente dramática» que ha llegado a obtener la misma gloria inmortal que sus héroes.


Artículo

La Ilíada lleva cerca de 2.800 años fascinando a numerosos lectores. Hay toda una tradición de viajeros que han visitado las ruinas de Troya con el texto de Homero en la mano, recitando emocionados sus versos o ejecutando ciertos rituales. Desde Alejandro Magno, corriendo desnudo alrededor de la que suponía tumba de Aquiles, hasta el autor de este libro, uno de los grandes expertos en cultura clásica, que asegura haber hecho lo propio en las ruinas troyanas, en homenaje a Homero y a Alejandro. Al historiador Alexander Kinglake, su madre le había enseñado «las lecciones fundamentales de la vida: a encontrar un hogar en la silla de montar y a amar al viejo Homero y todo cuanto este cantó». ¿Y qué decir de Heinrich Schliemann, que nombró a sus hijos Agamenón y Andrómaca, y bautizó al primero con un ejemplar de la Ilíada sobre la cabeza mientras recitaba un centenar de hexámetros homéricos?

Para Robin Lane Fox, la Ilíada es la mayor epopeya del mundo y el mejor poema de todos los tiempos; un relato que nos interpela a todos, pero que, aunque se vale por sí mismo, sigue planteando interrogantes sobre las circunstancias en que fue compuesto. Fox («con la pasión que da el conocimiento») disecciona el poema con el propósito de explicar por qué nos desborda y nos sigue pareciendo tan profundamente conmovedor.

Un primer asunto importante es la relación entre el poema y la supuesta guerra de Troya. Aquí hay acuerdo entre los expertos: Troya es arqueológicamente histórica; la guerra, no. La ciudad existió antes de la Ilíada y su emplazamiento es seguro en la actualidad: la colina de Hisarlik, en Turquía. Pero el goce y la comprensión del poema no dependen de saber si hubo o no una guerra en Troya. «La verdad de la Ilíada reside en su capacidad para describir y comprender lo humano, con independencia de que alguno de los acontecimientos del poema sucediera realmente». Para Fox, el espacio de la Ilíada procede de los recuerdos de Homero, que la visitó (por supuesto, ya en ruinas, en el siglo VIII a. C.). «El centro de la acción lo ocupa una ciudad real, atestiguada mucho antes de los tiempos de Homero», por lo que «sería inverosímil concluir que los espacios que la rodean son invenciones… El relato está ambientado en un paisaje real que le sirve de base». Que Homero compuso a partir de un sólido conocimiento del lugar, obtenido a través de su propia experiencia, «es algo que se palpa en el texto que hoy leemos». Aunque Fox no cree que Homero, como piensan otros, contara pasos por la playa para calcular los barcos que cabrían, sí se lo imagina caminando en otras circunstancias u oteando el paisaje. Otra prueba de la pasión con que los expertos se acercan al poema.

Un autor único y concreto

Frente a los analistas que ven la Ilíada compuesta fragmentariamente a través de varias generaciones y en circunstancias distintas, o los que la ven como una bola de nieve que crece a partir de un núcleo homérico al que se hacen añadidos, el autor defiende que el poema posee una cualidad que desmiente esas teorías. Esa cualidad es la mezcla de compresión (Aristóteles habla de una compresión casi divina) y exhaustividad, con alusiones al pasado y al futuro muy bien dosificadas. Igual que la epopeya, Homero inventó la trama que se desarrolla gradualmente. Dos excepciones a la coherencia de la trama se deben a que se trata de añadidos, ajenos a la autoría de Homero; uno es, curiosamente, el famoso catálogo de las naves. Con esas excepciones, «la trama de la Ilíada está tan bien cohesionada que resulta evidente que un único autor guía su curso. Este autor es sin duda un individuo, un él, no una larga tradición impersonal», sostiene Fox, rechazando lo que, durante algún tiempo, fue una hipótesis sobre la autoría del poema. Ese individuo —Homero— es alguien que no sabe leer ni escribir, que, de niño, ve a sus mayores interpretar poemas y se ejercita en la composición oral como los niños prodigio que tocan a los tres o cuatro años. Hacia 750-740, interpretaba ya distintas versiones de una Ilíada de gran extensión —fruto de años de práctica e interpretación— que culmina en una versión dictada (seguramente para uso futuro de su familia), y que, al no saber leer, ni releyó ni corrigió. Ese texto quedó enseguida investido de autoridad y es la base del que ha llegado hasta nosotros. Por debajo de ese texto, al autor, según escribe, le parece oír la voz de Homero actuando, modulando la voz, cambiando el ritmo, gesticulando. La Ilíada fue concebida para ser recitada, no leída, y lo más probable es que Homero dictara componiendo sobre la marcha. Acerca de la forma en que se compusiera, han arrojado una luz especialmente importante los estudios sobre poemas narrativos de composición oral procedentes de distintas culturas, una línea de estudio de la Ilíada totalmente nueva, que —dice Lane Fox— «los eruditos de biblioteca jamás habrían abordado». La composición anular (concluir un discurso o un episodio volviendo al punto de partida), o un estilo parco en subordinaciones, son otros rasgos que refuerzan la idea de la composición oral.

Que Homero dictara nos da otro indicio sobre cuándo se compuso el poema, pues implica que el receptor del dictado sabía escribir. Eso nos lleva a un momento posterior al 850 a. C. Otros datos, como una referencia en Hesíodo —que Lane Fox está dispuesto a mantener que se trata de un guiño-homenaje a Homero, aunque nadie más le secunde— o una copa con dibujos homéricos, le llevan a situar la composición del poema entre 750-740. Afirmaciones como la anterior, que denotan cierta suficiencia intelectual, no faltan en un trabajo con cierto carácter militante. Aunque su autor es capaz de reconocer el mérito de algunos colegas, no reprime juicios del tipo «una mala interpretación», «una lectura errónea» o «esto casi nadie lo ha comprendido del todo». Otra muestra de su pasión, aunque también admita que sus argumentos «solo pueden apelar a la persuasión, ya que no han sobrevivido pruebas concluyentes».

En cuanto al fondo de la Ilíada, esta nos presenta un cosmos masculino, una atmósfera de omnipresente tristeza y una visión de conjunto de la peripecia humana. Una idea central del poema es que entre los guerreros nobles enfrentados (todos los héroes son de clase alta) podía haber más puntos en común que diferencias. Por supuesto, la guerra es su rasgo distintivo. Una guerra vista desde ambos bandos y desde dos puntos de vista. Por un lado, es perturbadora, odiosa, motivo de lágrimas, un modo de existir que nadie elegiría si pudiera evitarlo; por otro, es fuente de gloria para los hombres. Homero no es unidimensional, y su poema ni es antibélico ni una celebración de la masacre y la violencia. Presenta la dualidad de la guerra como un misterio preocupante y perturbador, con esas dos facetas de gloria y horror, sostiene Lane Fox.

Junto a la guerra, la compasión, tanto divina como humana, es un elemento recurrente; y la piedad, otro elemento crucial. Sus valores éticos, por los que se viene leyendo la Ilíada desde antiguo, siguen siendo instructivos, y plantean preguntas. «Los valores de la Ilíada no son una rareza histórica de tiempos remotos. La vergüenza y la fama, el honor, la rabia y el oprobio captan nuestra atención porque siguen vigentes». Si hay un punto culminante en cuanto a estos valores de piedad y compasión, este es, sin duda, el del encuentro del viejo rey Príamo con quien ha matado a su hijo Héctor, el colérico Aquiles. Para el experto español Carlos García Gual, este pasaje «abre las puertas al humanismo occidental. El mostrar cómo se puede llegar a ver algo familiar en los enemigos revela la grandeza de Homero».

Aquiles, la gran creación homérica

Sin duda, una de las principales señas de identidad del poema es el propio protagonista: Aquiles, la más imponente de las creaciones homéricas; alguien especial desde su nacimiento, el único héroe nacido de un matrimonio formal entre una diosa y un mortal, criado por un centauro. Aquiles cuestiona las normas y las transgrede, es capaz de dar rienda suelta a la furia y el frenesí, y expresa deseos que denotan un enorme egoísmo. Pero no es solo un homicida furibundo; también da muestras de caballerosidad, se muestra como un anfitrión generoso, tiene una inusual conciencia de sí mismo y capacidad de compasión. Sería erróneo ver en él —nos advierte el autor— a un inadaptado ajeno a los valores heroicos. La Ilíada sigue el tránsito de Aquiles de la cólera a la rabia, de la rabia a la venganza y, finalmente, a la piedad y la compasión, esos valores centrales del poema.

Junto a los héroes, hay otros importantes protagonistas colectivos: los dioses y las mujeres. Los primeros son un componente esencial, son los que modelan e impulsan la trama. De hecho, lo que se desarrolla a lo largo de todo el poema es el plan de Zeus. Los dioses y las diosas toman partido por un bando u otro y emplean toda su maldad para conseguir sus fines. Discuten, se pelean, mienten y luchan, y eso influye en el desarrollo de la trama. Son como superaristócratas, megadéspotas celestiales. Y la incomprensión es inherente al lado humano de la relación hombres-dioses, lo que es crucial para valorar la inmensa fuerza del poema, dice el autor.

Las mujeres habitan un mundo paralelo al de los hombres, con el que, no obstante, se entrecruzan. Uno de sus atributos es la belleza. Abundan las mujeres y, sin ellas, el poema quedaría muy mermado. Las principales son Andrómaca, Hécuba y Helena («la primera dama inconsistente de la poesía», según Fox); en ellas luce el sello de la empatía y la inteligencia emocional de Homero. Aunque son marginales con respecto a la trama, sin ellas, la historia sería mucho menos dramática. Por algo se convirtieron en grandes heroínas de las tragedias atenienses. En la Ilíada —explica el autor, con dudosa corrección política— las mujeres y los caballos son artículos muy apreciados, algo por lo que vale la pena luchar, objetos de deseo y trofeos que incitan a los héroes a batirse.

Curiosamente, Homero presenta relaciones entre los héroes y los caballos, pero no entre el jinete y su montura, no hay, de hecho, soldados de caballería en la Ilíada. Y es que el mundo de los personajes del poema es distinto al de sus oyentes. Homero insiste en que «los héroes no eran como los hombres mortales son ahora». Las armas y otros objetos pertenecen a un pasado micénico, remoto para Homero; no así la representación del poder y las relaciones sociales. Hay «elementos intermitentes del pasado micénico» en el poema; especialmente el bronce de las armas. El hierro, que apenas aparece, es un anacronismo; su uso es más cercano al tiempo de Homero que al del poema.

Entre tantos logros de la Ilíada, como «el arte supremo de decir mucho con muy poco», o hacer que el lector sepa cosas que los personajes ignoran –lo que, además de dotar de fuerza al poema, anticipa la receta del suspense de Hitchcock–, el summum del arte homérico lo encuentra Fox en la fabricación de la panoplia de Aquiles. Esas diez escenas que se suceden sin solución de continuidad le parecen un auténtico tour de force, un largo episodio que afecta al impacto del poema en su conjunto, una secuencia cautivadora, un despliegue de brillantez e ingenio que no se da en otra parte del relato. Ahí, Homero muestra la primera representación de un robot (véase a este respecto el libro Dioses y robots de Adrienne Mayor) y pone ante nosotros los sonidos y el movimiento, las emociones, los deseos y las intenciones, efectos que solo puede recrear la poesía.

En resumen, «una trama despiadadamente dramática», el sufrimiento que describe y la tristeza con que nos conmueve (los padres ancianos tienen particular importancia a este respecto), la compasión y la piedad, son los elementos que hacen que la Ilíada haya obtenido la misma gloria inmortal que sus héroes.


Foto de cabecera: La Ilíada de Homero grabada a partir de las composiciones de John Flaxman. La imagen se puede encontrar aquí, dentro de la colección digital del Metropolitan Museum of Art.

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