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Nathalie Heinich. Socióloga francesa, especialista en arte y, particularmente, en arte contemporáneo. Se doctoró en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) con su trabajo «La constitución del campo de la pintura francesa en el siglo XVII», dirigida por Pierre Bourdieu. Es directora de investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), en particular en el Centro de Investigaciones sobre Arte y Lenguaje de la EHESS.


Avance

Nathalie Heinich: «Le wokisme serait-il un totalitarisme?». Albin Michel, 2023

«El infierno está empedrado de buenas intenciones», señala desde la faja la editorial Albin Michel, que ha publicado el libro de la socióloga francesa Nathalie Heinich titulado Le wokisme serait-il un totalitarisme? Porque la intención siempre es buena. Como subraya Laura Freixas, «se trata de reivindicar la «diversidad», luchando por la «inclusión»», las dos palabras de referencia del pensamiento woke. Esta corriente, desconocida en Francia hasta hace solo unos años, parece estar ahora en todas partes, y con ello, también el rechazo que provoca. El libro de Heinich se inscribe en la línea de ensayos que son abiertamente críticos con el wokismo en nombre de la izquierda tradicional o universalista.

Explica Heinich en su introducción que el wokismo establece una relación con el mundo enteramente ideologizada: concibe toda forma de conocimiento, relación social y actividad humana como una manifestación de relaciones de poder. Su objetivo es visibilizarlas y así enfrentarse a toda forma de opresión e injusticia. Los grupos que le interesa reivindicar al movimiento woke son los tradicionalmente subalternos, como pueblos colonizados, inmigrantes, mujeres o LGTBIQ+.

Hay peligros en los ideales woke: el victimismo que siempre le da la razón a la víctima, su desconfianza en la ciencia y toda pretensión de objetividad, las fragmentaciones que promueve y el silenciamiento de la lucha de clases en nombre de la lucha identitaria. En nombre de su superioridad moral, se considera autorizado a amordazar a quienes discrepan de sus ideas mediante la coacción, el linchamiento social u otras formas de lo que se conoce como «cultura de la cancelación». Así, restringe el intercambio libre de ideas en espacios que deberían estar abocados a ello, como el académico. En opinión de Heinich, buena parte de la izquierda ha aceptado los postulados woke por miedo a ser cancelado, marginado o tachado de estar pasado de moda. Y es que es mucho lo que ha movilizado esta corriente: activismo intolerante que no admite que nadie examine críticamente sus postulados; poder institucional (pues, como señala Heinich, los woke, al contrario que otros activistas del pasado, gozan del favor institucional); e intereses mercantiles, sobre todo de la industria médico-farmacéutica.

El artículo de Freixas concluye con una consideración de los puntos débiles del ensayo de Heinich: «Despacha con demasiada ligereza temas muy complejos, como el de la apropiación cultural, el de la discriminación positiva versus la meritocracia o la articulación entre identidades y universalismo», aportando algunos libros que pueden ayudar a profundizar en estos temas. Con todo, destaca de esta obra la reflexión sobre los estragos que el wokismo, y su inseparable cultura de la cancelación, están causando en el ámbito intelectual y político en los países occidentales, particularmente en Francia.


Artículo

Convertir la anécdota en categoría es hacer trampa, como todo el mundo sabe. En el tema que nos ocupa, se hace mucho. Pero reconozcamos que algo de justificación tiene; y es que las anécdotas woke son de lo más jugoso. ¿Qué decir de la petición de no usar la palabra field (campo), en su sentido académico, alegando que a los afroamericanos les evoca los campos de algodón? ¿O de una investigación sobre «personas con vulva que tienen relaciones con otras personas con vulva» (para evitar palabras que se han vuelto polémicas, como «mujeres» o «lesbianas»)? ¿Y de la petición de cambiarle el nombre a un pastel llamado nègre en chemise (algo así como nuestro brazo de gitano)? Son mucho más significativas, sin embargo, aunque sean menos cómicas, otras muestras de la cultura de la cancelación propia del wokismo. Por ejemplo, que la Sorbona anulara un curso sobre prevención de la radicalización (islamista), por presiones de quienes lo consideraban «islamófobo». O que se suspendiera la conferencia de la filósofa Sylviane Agacinski sobre «El ser humano en la era de su reproductibilidad técnica», por amenazas de activistas LGTBIQ+, que acusan a Agacinski de «homófoba» por oponerse a la gestación subrogada…

Esa nueva forma del pensamiento de izquierdas llamada woke (del inglés woke, que dignifica estar despierto, o alerta, sobreentendido: ante la injusticia) o wokismo era casi desconocida en Francia hace solo un par de años, constata Heinich, pero ahora está en todas partes. También el rechazo que provoca. Todo lo cual se ha desarrollado en Estados Unidos y en el Reino Unido antes que en Francia o en España. El ensayo Teorías cínicas (2020), de la británica Helen Pluckrose y el estadounidense James Lindsay, un libro claro y ameno sin ser superficial, explica el origen filosófico y francés del pensamiento woke (Foucault, Derrida, Lyotard…), su desarrollo en Estados Unidos, en distintas vertientes (teoría queer, teoría crítica de la raza, teoría postcolonial, interseccionalidad…) y su transformación en agenda política que persigue la justicia social. Pero si el enfoque de Pluckrose y Lindsay es básicamente descriptivo (aunque entre líneas, la posición de esos autores es un liberalismo clásico), están surgiendo otros ensayos abiertamente críticos en nombre de la izquierda tradicional o universalista, como los de Susan Neiman (Izquierda no es woke, 2023) o Umut Ozkirimli (Cancelados: Dejar atrás lo woke por una izquierda más progresista, 2023). En esta línea se inscribe Le wokisme serait-il un totalitarisme? de la respetada socióloga francesa Nathalie Heinich.

Explica Heinich en su introducción que el wokismo es un pensamiento que establece una relación con el mundo enteramente ideologizada: no concibe ninguna forma de conocimiento, ninguna relación social, ninguna actividad humana… que no sea una forma de poder, de opresión, de injusticia, susceptible por lo tanto de una crítica ideológica. El wokismo no cree ni en una ciencia neutra, ni en un arte ajeno a la política. El lado oscuro de ese planteamiento, siempre según Heinich, es el fanatismo: los woke albergan una certeza de superioridad moral cuyo corolario es el derecho a imponer su dogma, y a «cancelar» (censurar) cualquier punto de vista disidente. Pero ese dogma woke, ¿en qué consiste? Ante todo, es un identitarismo.

La visión de la sociedad como un conjunto de grupos definidos por «identidades» innatas no es nueva: procede de la tradición multiculturalista —o «comunitarista», como se tiende a llamar en Francia—, en las antípodas del antiguo universalismo de la izquierda. La diferencia es que las identidades que le interesan al pensamiento woke son únicamente las subalternas: pueblos colonizados, inmigrantes, mujeres, LGTBIQ+, personas con discapacidad, o incluso obesas.

«El infierno está empedrado de buenas intenciones»

La intención es buena: se trata de reivindicar la «diversidad», luchando por la «inclusión» (entrecomillo las dos palabras por ser santo y seña del pensamiento woke) de todos esos grupos en ámbitos como el poder, la representación en los medios o la universidad. Pero, tal como anuncia la faja que la editorial Albin Michel ha colocado en la portada de este libro, «el infierno está empedrado de buenas intenciones». Heinich señala los peligros de esos hermosos ideales. Por ejemplo, el victimismo, que amordaza la crítica, porque la víctima (aunque en realidad no lo sea personalmente, por más que lo fueran sus antepasados, o lo sea el colectivo al que pertenece) siempre tiene razón. Lo cual tiene consecuencias tan graves como no poder combatir el fanatismo islamista («islamofascismo», le llaman en Francia), porque hacerlo sería, en la óptica woke, caer en la islamofobia.

Otros aspectos preocupantes del identitarismo: la subjetividad como criterio de legitimidad política, lo que impide el examen objetivo. No se permite discutir lo que la persona siente (sentirse ofendido, amenazado, discriminado o mujer basta como prueba de discriminación, amenaza, ofensa o condición de mujer); el derecho a la palabra lo tienen siempre los interesados (las víctimas), no los expertos. El pensamiento woke desconfía de la ciencia, no cree en la razón, niega que sea posible la objetividad, denuncia la hipocresía de los supuestos valores universales, sustituye las antiguas disciplinas académicas por «estudios» (estudios de discapacidad, estudios de género, estudios poscoloniales…) que no aspiran a descubrir nada, sino a confirmar los presupuestos ideológicos de partida. Como dice Heinich, la separación entre ciencia e ideología (religiosa) fue uno de los grandes progresos de la civilización occidental; en este sentido, como en otros, lo woke, que se presenta como el colmo de la modernidad, es reaccionario.

O la fragmentación: «la hermosa utopía de alianza de las luchas se descompone en una sórdida guerra interna», escribe Heinich. Es lo que ha sucedido en el caso del feminismo, dividido entre la facción queer (que cree en la «identidad de género») y la gender critical o terf, que afirma la realidad y relevancia del sexo biológico y aspira a abolir el género (que concibe, no como una «identidad» individual, sino como un sistema social jerárquico).

Definir a los sujetos por su condición de miembros de una raza, o de un pueblo colonizado, opina Heinich, encierra a cada uno en su grupo o en su pasado, negando su libertad e individualidad. Y además, o quizá sobre todo (esto es algo que coinciden en señalar todos los que critican el pensamiento woke desde la izquierda), olvida la mayor «diversidad» de todas: la económica. Quienes entienden la sociedad como una serie de luchas (en términos, por cierto, simplistas y maniqueos: víctimas contra opresores) de razas, orientaciones sexuales o «géneros», silencian en cambio la lucha de clases.

La cultura de la cancelación

Resulta inevitable que esa visión del mundo desemboque en la censura. Pues si no existen valores universales; si la objetividad y la razón son espejismos creados interesadamente por los grupos dominantes; si el conocimiento, en todas sus formas (ciencia, arte…) no es sino la máscara del poder, ¿de qué serviría el debate?, ¿para qué necesitamos libertad de expresión?, ¿qué (inexistente) verdad estamos buscando? Viéndose a sí mismo como la voz de las víctimas, como la encarnación de la justicia social, el wokismo se considera autorizado a amordazar a los discrepantes mediante la coacción, el linchamiento social u otras formas de lo que se conoce como «cultura de la cancelación».

Quienes practican la cancelación, por ejemplo boicoteando conferencias, la defienden alegando que actúan «desde abajo» (a diferencia de la censura, que viene de arriba) y en nombre de ideales tan nobles como proteger a las personas racializadas, homosexuales o trans. Pero miremos, por ejemplo, lo que pasó con un congreso de psicoanalistas que pretendía examinar el aumento vertiginoso de diagnósticos de «disforia de género» y consiguientes demandas de «transición» o «cambio de sexo» mediante hormonación y cirugía. Activistas trans lo impidieron, acogiéndoles con gritos y lanzamiento de excrementos, y fueron denunciados al procurador de la República (fiscal general del Estado) por un organismo público llamado Dilcrah (Delegación interministerial para la lucha contra el racismo, el antisemitismo y el odio anti-LGTB). Es una buena muestra de todo lo que confluye en la cultura de la cancelación: unos grupos activistas que no toleran que nadie examine críticamente sus postulados; unas autoridades que los apoyan (pues, como señala Heinich, los woke, al contrario que otros activistas del pasado, gozan de poder institucional), y last but not least, los intereses mercantiles: hay una industria (la médico-farmacéutica) que tiene mucho que ganar con la práctica de hormonaciones y cirugías, como la hay en torno a la gestación subrogada, esa que habría criticado Sylviane Agacinski (como expliqué al principio) si su conferencia no hubiera sido boicoteada.

Pero ¿por qué buena parte de la izquierda ha aceptado los postulados woke, cancelación incluida? Por miedo, responde Heinich. Miedo a ser cancelado, a sufrir el ostracismo del grupo, a ser marginado como viejo o pasado de moda por los jóvenes woke. Miedo al poder de las instituciones (como universidades, editoriales u otras empresas en las que quien disiente públicamente del wokismo puede acabar en la calle). Miedo a dar armas a la derecha… También sentimiento de culpa, afán de sentirse buena persona defendiendo a los oprimidos; y «nostalgia del pathos fascista», opina Heinich. (Sobre el cómo y el por qué del veni vidi vici de la izquierda woke en todo tipo de instituciones, en particular en el ámbito británico, desde la policía hasta los museos o el National Trust, equivalente a nuestro Patrimonio Nacional, recomiendo el libro interesantísimo de Joanna Williams titulado How woke Won).

Reflexiones finales

El ensayo de Nathalie Heinich tiene puntos flacos. Sea porque lo ha escrito deprisa o porque intenta abarcar mucho en pocas páginas, despacha con demasiada ligereza temas muy complejos, como el de la apropiación cultural, el de la discriminación positiva versus la meritocracia o la articulación entre identidades y universalismo. Parece no conocer (no podemos saberlo, puesto que su libro no incluye bibliografía) el ensayo citado de Pluckrose y Lindsay, ni tampoco La tiranía del mérito de Michael Sandel o Ética de la apropiación cultural de Jens Balzer (los libros de Neiman y Ozkirimli no pudo leerlos, pues se publicaron en 2023 como el de Heinich), todos ellos muy aconsejables. Con todo, Le wokisme est-il un totalitarisme? es un vívido retrato, acompañado de reflexiones muy válidas, sobre los estragos que el wokismo, y su inseparable cultura de la cancelación, están causando en el ámbito intelectual y político en los países occidentales, particularmente en Francia.


La foto, de GDJ y editada en Canva, se puede encontrar en Pixabay.

Escritora. Entre sus obras narrativas destaca «A mí no me iba a pasar» (2019). Su último ensayo es «¿Qué hacemos con Lolita? Argumentos y batallas en torno a las mujeres y la cultura» (2022). En 2013, con «Una vida subterránea. Diario 1991-1994», empezó a publicar sus diarios, de los que han salido a la luz hasta ahora cuatro volúmenes.