Nueva Revista

El desencanto de Charles Taylor

Lago de Windermere. Foto: CC Wikimedia Commons

Graham McAleer es miembro del comité de ética judicial del estado de Maryland. Profesor de Filosofía en Loyola University Maryland. Colaborador del medio digital Liberty & Law. Recientemente publicó el libro Tolkien, Philosopher of War (CUA Press, 2024).


Avance

Charles Taylor: «Cosmic Connections. Poetry in the Age of Disenchantment». The Belknap Press of Harvard University Press, 2024

Graham McAleer analiza el libro Cosmic Connections: Poetry in the Age of Disenchantment, en el que el filósofo canadiense Charles Taylor aborda la desconexión con la naturaleza que comenzó con la Ilustración. Tal desconexión se produjo por el efecto disgregador de la ciencia moderna, que ha vuelto el cosmos indiferente a nuestra existencia. Taylor recurre a la poesía porque, incluso en plena modernidad, los poetas siguieron intentado aferrarse a una conexión con el orden natural. Los románticos especialmente plantaron cara al desencanto, anhelando la comunión con el cosmos, y pese a que su poesía diera muestras de un «retiro epistémico» del mundo. Con todo, el romanticismo sigue siendo la prueba irrefutable de la existencia de una perenne «necesidad humana de conexión cósmica». Para Taylor, «ese deseo de conexión es una constante humana que los pueblos, o como mínimo ciertos individuos, han experimentado a lo largo de todas las eras y periodos de la historia, si bien las formas que este deseo ha adoptado han variado mucho a lo largo de las distintas épocas y fases históricas». En todo caso, nuestra forma de entendernos a nosotros mismos está impregnada del ideario romántico, según Charles Taylor.

El autor de Cosmic Connections sigue esas variaciones en las formas del deseo de conexión cósmica (lo que llama cambios de paradigma) a través de diversos fragmentos de poesía romántica y posromántica: de William Wordsworth a T. S. Eliot, pasando por Keats o Baudelaire. Taylor, convencido de que la poesía expresa «el significado esencial de la vida humana», basándose en una intuición «forjada a lo largo de la historia, que responde a la realidad», se muestra crítico con los reduccionistas para los que lo único que tiene trascendencia es aquello que cumple con los actuales criterios de verificación científica.

El autor de la reseña, sin embargo, achaca a Taylor que no llegue a darnos esas conexiones cósmicas a las que se refiere su libro. McAleer, que echa de menos en las páginas del libro una mayor presencia de los conceptos de ley y orden (en su opinión, el concepto de la libertad no debe plantearse desde la ausencia de un imperio de la ley), se remite a la religión católica como defensora de las conexiones cósmicas, sobre todo en lo concerniente a la relación entre cosmos y ley. En su opinión, Taylor debería haber seguido en su exposición la ruta de la tradición de la ley natural. Otro reproche del autor de la reseña al autor de Cosmic Connections es que malinterprete al papa Francisco y su concepto de «ley del éxtasis», de la que Taylor da una visión reduccionista. McAleer concluye afirmando que, en el debate entre la poética antigua y la moderna, quienes valoren a la vez el autodescubrimiento y una interpretación liberal de la ley, tendrán que apreciar los recursos que ofrecen tanto el concepto de poética de Aristóteles (que Taylor no ve viable en la era moderna) como la idea de san Buenaventura de un cosmos impregnado de vestigios, de huellas de Dios.


Artículo

Decía Aristóteles en su Poética que somos imitadores por naturaleza, hallamos deleite en la poesía como forma de imitación porque, a través de ella, «al mismo tiempo se aprende y se recoge el sentido de las cosas». Para Charles Taylor, uno de los filósofos vivos más prominentes, el concepto de poética de Aristóteles ya no es viable en la era moderna, en la era de la autoconstrucción.

Este nonagenario canadiense dedica las seiscientas páginas de su última obra, Cosmic Connections: Poetry in the Age of Disenchantment, a abordar un dilema. En los grandes mitos y cuentos populares, el propósito humano y el orden natural son conceptos estrechamente ligados, entremezclados. En la sociedad moderna, no obstante, nos deleitamos en la imagen subjetiva e individualista que nos hemos forjado de nosotros mismos a partir de los recursos que la ciencia y la tecnología nos ofrecen. Es una desconexión con la naturaleza que comenzó con la Ilustración, y que queda bien reflejada en nuestra relación con la estética bucólico-pastoril de Jane Austen. Taylor señala que los valores sobre los que se estructuran estas novelas eran evidentes para sus contemporáneos. La popularidad actual de la que gozan es fruto de la nostalgia. La propia Austen (1775-1817) llegó ya a escribir que la ciencia ilustrada estaba socavando «el armazón que estabiliza» su mundo. La ciencia moderna tiene un efecto disgregador que ha reducido el cosmos a mera materia en movimiento, indiferente a nuestra existencia; y cualquier percepción de «orden» que podamos llegar a tener no es en realidad sino la interpretación subjetiva de una interacción aleatoria entre átomos. Taylor recurre a la poesía porque, incluso cuando la modernidad ya estaba plenamente asentada, los poetas siguieron intentado aferrarse a una conexión con el orden natural. Cosmic Connections refleja el lamento de quien es consciente de que ni siquiera la poesía mira ya hacia el mundo, hacia el exterior.

La «ilustración naturalista», como la denomina Taylor, es una fuerza alienadora que genera desencanto: «La civilización occidental lleva los últimos tres siglos despeñándose colina abajo hacia una percepción cada vez más centrada y obsesionada con el mero materialismo. Es esto lo que minó la creencia primigenia en el orden cósmico, a lo que el romanticismo, en su invocación al orden» intenta reaccionar. De acuerdo con su interpretación, el romanticismo constituiría un admirable ataque por la retaguardia con el que plantar cara al desencanto. Los románticos, según nos dice, «generan una poderosa sensación empírica de orden cósmico, pero no llegan a ratificar la realidad de estos órdenes en un mundo objetivo que trasciende la experiencia humana». Aunque «anhelaban la comunión» con el cosmos, la poesía que generaron da muestras de un «retiro epistémico» del mundo.

El romanticismo, no obstante, sigue siendo la prueba irrefutable de la existencia de una perenne «necesidad humana de conexión cósmica»; o incluso del deseo de experimentar el mundo «con alegría, con trascendencia, con inspiración».

A pesar del énfasis con que se recalca la poética de la libertad, no puede decirse que la ley y el orden gocen del mismo protagonismo en estas páginas. Las conexiones que generan el romanticismo y su legado parecen más difusas que cósmicas. Cosmic Connections concluye afirmando que la poesía moderna es prueba fehaciente de que contamos con una «comprensión ética más profunda» que otras sociedades pretéritas, pero si el concepto de la libertad se plantea desde la ausencia de un imperio de la ley, no estoy del todo convencido de que la confianza que Taylor manifiesta esté plenamente justificada.

El romanticismo

El desencanto «dio lugar a una opacidad, a una ceguera que nos impide plantearnos preguntas cuyas respuestas son fundamentales para comprender nuestra propia naturaleza humana». El consuelo que encontramos para nuestra falta de comprensión es la libertad: «Es responsabilidad del ser humano tomar la iniciativa de intentar encontrar y definir sus propios objetivos básicos, en lugar de limitarse a seguir las directrices impuestas por un orden cósmico-social superior». En ese sentido, el romanticismo adopta la ambivalencia del dios Jano. Los poetas románticos afirmaban anhelar la comunión con la naturaleza, pero no alcanzaron más que a una mera «introducción simbólica». Pasaron así a encarnar un nuevo «modelo antropológico de autodescubrimiento compulsivo» y, de hecho, «seguimos inmersos en el cambio de paradigma que provocaron y que se ha prolongado hasta el día de hoy».

Cosmic Connections explica esos cambios de paradigma intercalando fragmentos de poesía romántica y posromántica con comentarios analíticos. En la Edad Media, san Buenaventura, el Doctor Seráfico, habló de un cosmos impregnado de vestigios, de las huellas de Dios. Santo Tomás de Aquino creía que «toda la comunidad del universo está gobernada por la razón divina». Gran parte del romanticismo primitivo tomó el gótico como fuente de inspiración. La sensación de comunión cósmica queda patente en el poema La abadía de Tintern, de William Wordsworth (1770-1850):

Un movimiento y un espíritu que impelen
A todas las cosas pensadas, a todos los objetos de todos los pensamientos,
Y que se desliza sobre todas las cosas.

(Traducción de Gonzalo Torné)

John Keats (1795-1821) se opone y resiste ante la disgregación que la «ilustración naturalista» impone, y halla amabilidad en la naturaleza:

Adivino cada belleza
Con la que el mes de la estación procura
A la hierba, la espesura y los frutales silvestres;
El espino blanco y la eglantina pastoral;
Las violetas de corta vida cubiertas de hojas
Y el mayor entre los nacidos a mediados de mayo,
La rosa de almizcle

(Traducción de Henry Alexander)

La hipótesis de Taylor es que «ese deseo de conexión es una constante humana que los pueblos, o como mínimo ciertos individuos, han experimentado a lo largo de todas las eras y periodos de la historia, si bien las formas que este deseo ha adoptado han variado mucho a lo largo de las distintas épocas y fases históricas».

Los detractores

Taylor cita el Preludio de Wordsworth:

Por nuestra mente estamos subyugados, los sentidos
Siervos son, obedientes a su voluntad.

Este verso pone en entredicho la veracidad de ese supuesto empeño romántico por alcanzar un orden preexistente que aguarda nuestra llegada.

Hubiera sido deseable que Taylor hubiera dedicado también algo de atención a otras voces prominentes y más críticas, puesto que son precisamente fragmentos como estos en los que se basan los detractores del romanticismo para acusar a sus autores de vivir en un constante ensimismamiento. En su Romanticismo político (1919), Carl Schmitt defendió el argumento de que el mundo ejercía para estos poetas de «elemento elástico» dentro de su proceso de autoconstrucción, absortos como están en la celebración de esa «flor maravillosa» que es su propia imaginación. Albert Camus, pensador en las antípodas de Schmitt en muchos aspectos, coincidiría con él, no obstante, en este parecer. En su El hombre rebelde (1951) afirmaría que el romanticismo no es más que dandismo, un espectáculo autocomplaciente. Advierte que, de acuerdo con las raíces mismas de las que surgió, «el romanticismo desafía ante todo la ley moral y divina».

A los amantes de Taylor Swift les resultará familiar la descripción que hace Camus de la figura del dandi, según la cual se trata de alguien que «se engalana de luto y se hace admirar en las tablas». Camus sostiene que el romanticismo exalta el esplendor de la singularidad. Todo el imperio empresarial de Swift, por su parte, se basa en el hecho de que ha sabido rentabilizar la relación parasocial entre sus fans y su propio historial emocional. He aquí los versos iniciales de una de sus canciones más aclamadas, The Lakes:

¿Será romántica la forma en que me ensalzan todas mis elegías?
No estoy hecha para esos cínicos clónicos.
Para esos cazadores armados con teléfonos móviles.
Llévame a los lagos a donde fueron a morir todos los poetas
Este no es mi sitio, cariño mío, ni tampoco el tuyo.
Esas montañas Windermere parecen el sitio ideal para llorar.

El nombre de Wordsworth va irremediablemente de la mano del lago Windermere, en pleno corazón del Distrito de los Lagos, la región romántica por excelencia del norte de Inglaterra. Por un lado, el fenómeno Taylor Swift constituye una prueba viva de lo que argumenta Charles Taylor: que nuestra forma de entendernos a nosotros mismos está impregnada del ideario romántico. Por otro lado, también refuerza el punto de vista de Camus, pues ha sido su sufrimiento público, su brillante exposición y habilidosa gestión de su propio trayecto de autoconstrucción lo que le ha convertido en una superestrella internacional.

Postromanticismo

Taylor defiende que la poesía postromántica no se centra tanto en la naturaleza como en lo que él denomina «tiempos mejores». A la vista de que la ciencia y la historiografía de finales del siglo XIX revelaron «la vasta y cataclísmica historia de nuestro universo, que socavaría cualquier sensación de cierto orden (espacial) continuado», la poesía optó por destacar lo nuevo, lo novedoso. En su búsqueda de nuevos comienzos, Charles Baudelaire (1821-67) proclamaría:

Oh, Muerte, venerable capitana, ¡ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!
¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!

(Traducción de Eduardo Marquina)

Surgió la posibilidad de tiempos inéditos, ahora que Dios había muerto. A consecuencia de todo ello, el simbolismo llegó para pregonar «un retiro epistémico a gran escala». La rosa de almizcle a la que cantaba Keats es sustituida por una copia artificial que desentona de forma espantosa.

El angloamericano T. S. Eliot (1888–1965) no mantenía una relación tan íntima con la naturaleza como Keats. Aunque influido por el gótico y por el aristotelianismo de Hopkins, tiene un enfoque más cargado de intención:

A la música inaudita oculta en los arbustos,
Y el rayo invisible de la mirada recorrió las rosas

Que tenían el aspecto de flores veneradas

(Traducción de Jorge Aulicino)

Si las rosas florecen es solo porque el ser, en su concepción moderna, está ahí para contemplarlas. La naturaleza de Dios está monísticamente ligada a la conciencia histórica del hombre. De ahí, que Eliot fusione el cristianismo con el nacionalismo conservador:

Un pueblo sin historia
no se redime del tiempo, pues la historia es un patrón
de momentos atemporales. Por eso, mientras la luz falla
en una tarde de invierno, en una capilla ermitaña,
la historia vive, es ahora y es Inglaterra

(Traducción de Rodrigo Círigo Jiménez)

Lo que la poesía romántica y su legado transmiten es que el interés de cualquier reflexión en torno al cosmos está, en el mejor de los casos, supeditado a la historia humana.

Libertad sin ley

Para los románticos, el aspecto más destacable de la naturaleza es el papel que cumple en el proceso de autoconstrucción humana.

Taylor se muestra crítico con los reduccionistas que creen que lo único que tiene verdadera trascendencia es aquello que cumple con los actuales criterios de verificación científica. Está convencido de que la poesía expresa «el significado esencial de la vida humana», basándose en una intuición «forjada a lo largo de la historia, que responde a la realidad».

Sin embargo, tampoco Taylor llega a darnos esas conexiones cósmicas. Dado que practica la fe católica, ha de ser consciente de que esta religión defiende las conexiones cósmicas, sobre todo en lo concerniente a la relación entre cosmos y ley. Teniendo en cuenta el dilema inicial que plantea en su premisa, la ruta más evidente a seguir debería haber sido la tradición de la ley natural, y sin embargo, no es esa la que toma. Taylor cita al papa Francisco al referirse a la ley del éxtasis, pero su interpretación la reduce a poco más que la obligación de «ser más plenamente humanos, a través del contacto e intercambio con otras personas ajenas a nuestro espacio seguro primitivo». Francisco, por el contrario, enarbola una «ley del éxtasis» metafísica, como una forma de explicar la transición de la ley natural desde las lealtades particulares a la benevolencia generalizada.

En el debate entre la poética antigua y la moderna, quienes valoren tanto el autodescubrimiento como una interpretación liberal de la ley terminarán por apreciar los recursos que la imitación aristotélica y los vestigios de Buenaventura les ofrecen.


Este texto es un resumen de la reseña publicada por Graham McAleer el 11 de octubre de 2024 en Law & Liberty. Publicada en Nueva Revista con la autorización expresa de Law & Liberty, a quien se lo agradecemos. Traducción del ingles al español de Patricia Losa Pedrero.

La foto de cabecera, de Mkonikkara, se puede encontrar en Wikimedia Commons.

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