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El culto a Jordan Peterson

Foto: © Gage Skidmore. Archivo: CC en Wikimedia Commons

Jordan Peterson. Doctor en Psicología Clínica, es ensayista, crítico cultural y profesor emérito de la Universidad de Toronto. En su web se define como educador online, labor que realiza a través de pódcast de gran difusión, al igual que sus libros, entre los que se encuentran Mapas de sentidos, 12 reglas para vivir y Más allá del orden


Avance

Esta no es una crítica ortodoxa al último libro de Jordan B. Peterson, sino al propio Peterson. El autor trata de entender qué es lo que significa el fenómeno Peterson, las razones de su éxito, por qué hay muchas personas dispuestas a pagar dinero por los productos que ofrece. Se fija en quiénes son estas personas: atribulados hombres jóvenes. En sus 12 reglas para vivir, escribía: «Los chicos sufren en el mundo moderno». Frente a la ignorancia de este hecho o la chanza, Peterson saca provecho. No es el único. «Trump se encuentra entre ese grupo de beneficiarios, al que también pertenece Peterson, dado que ofrece algo que la gente necesita», se lee en el artículo de The Economist. «Y ese algo, al más puro estilo niñera inglesa, es una combinación de compasión con una buena dosis de mano dura». Algo del tipo «No seas gallina, cobardica», que también se encontraba entre sus 12 reglas para vivir.


Artículo

El último libro de Jordan Peterson se titula We Who Wrestle With God, lo que se traduciría de manera literal como Nosotros, los que peleamos con Dios. La primera duda que surge es qué le habrá hecho Dios para buscar semejante trifulca. Sin embargo, nada más abrir este ensayo ya quedan claras dos cosas. La primera es que, en realidad, no es más que una refriega amistosa: la intención del psicólogo canadiense no es tanto pelearse con Dios como tratar de entenderlo.

Jordan B. Peterson: «We Who Wrestle With God». Allen Lane, 2024

Para ello, ofrece una revisión de los mejores momentos de la Biblia (la expulsión del Edén, el Diluvio) en la que mezcla teología, psicología y simbolismo. La pena es que es un simbolismo más bien marca Disney. Así, nos encontramos con una narración de la historia de Adán y Eva con paralelismos con La bella y la bestia; o con un Caín al que se compara con el malvado Scar de El rey león. En su conjunto, es como si a un vicario victoriano le hubieran regalado una suscripción a Disney+ y este se hubiera empachado de películas (y puede que también de algo de opio) antes de sentarse a escribir su sermón semanal.

Lo segundo que salta a la vista es que no hay mayor contienda en el libro que la que mantiene Peterson con su prosa. Nunca ha sido un autor al que resulte fácil leer: en cierta crítica literaria se llegó a describir una de sus obras como un «tocho». El mamotreto que nos ocupa en esta ocasión no es mucho más sencillo. Al abrirlo al azar, es inevitable que la mirada recaiga sobre alguna frase del estilo a «Los metamarxistas modernos, los pesos pesados posmodernos, han, por así decirlo, metastatizado a Marx». ¿Se entiende? Estupendo. Pues así, varios cientos de páginas más.

Los lectores que ya se hayan «peleado» con Jordan Peterson en el pasado quizá se pregunten por qué iban a querer soltar ni un duro para sumergirse en las 600 farragosas páginas que el autor dedica a su personal liza con Dios. Para muchos, la respuesta será que por la fama. Los dos contendientes son bastante conocidos. Dios es Dios. Peterson es un especialista en llevar la contraria que ya ha mantenido con anterioridad contiendas similares a propósito de todo tipo de temas, como la que le enfrentó a un grupo de estudiantes en torno a la libertad de expresión (y que ganó), a feministas en torno a la posibilidad de comparar a los hombres con langostas (quedó en empate) o a Richard Dawkins, un biólogo ateo, en torno a la existencia real de los dragones (aquello fue insoportable).

Amado y odiado

Han sido estos combates los que le han hecho abandonar el segundo plano del mundo académico para saltar a la fama. Ha recibido, al mismo tiempo, el apelativo de «el intelectual popular más famoso del mundo» y el de «el listo al que recurren los idiotas». Resulta difícil de encasillar. Su obra más conocida, 12 reglas para vivir, es una extraña combinación de cotidianeidad rutinaria y filosofía existencial, como si una niñera inglesa se fusionara con Nietzsche y empezara a soltar órdenes a diestro y siniestro: ¡Enderézate! ¡Los hombros, rectos! ¡Plantéate el vacío existencial que supone la modernidad! A sus seguidores, mayoritariamente hombres, les encantó. Compraron más de diez millones de ejemplares.

Pero también hay millones de personas que lo odian. En 2017, un grupo de académicos de la Universidad de Toronto firmaron una carta abierta en la que solicitaban que se le retirara su cátedra, en parte porque se negaba a cumplir con la normativa legal que establecía la obligatoriedad de utilizar pronombres neutros. Sería él quien terminara dimitiendo. Durante algún tiempo, hacer pública cualquier tipo de opinión sobre su persona fue tan obligatorio (por ser un tema recurrente) como peligroso (puesto que una respuesta equivocada podía desencadenar un aluvión de odio). Ya no era un hombre, era la prueba del algodón encarnada.

Como ocurre con Donald Trump o con el podcaster estadounidense Joe Rogan, pertenece a ese grupo de hombres que reciben la adoración incondicional de sus seguidores masculinos, de sus bros, a pesar del desprecio con que se les recibe en la comunidad intelectual, o quizás precisamente por eso. Existe un número muy reducido de autores capaces de utilizar, como hace él en su último libro, frases del estilo «el metaespacio colectivo de la imaginación humana», al mismo tiempo que abarrota estadios con sus admiradores. De hecho, es probable que solo exista uno. Sin embargo, tampoco había demasiada gente capaz de prever el fenómeno en que se ha convertido, y desde luego él mismo no estaba entre ellos. Según su propia cita: «En un mundo sensato, yo ya habría tenido mis quince minutos de fama». Eso fue en 2017. Ahí sigue.

El pasado 18 de noviembre, reunió a toda una multitud en la primera noche del tour de presentación de su libro, que inició en un pueblo cerca de Nueva York. Parecía un concierto. Había merchandising a la venta (tazas y pósteres) e incluso salió un telonero a tocar la guitarra. Cuando saltó al escenario en su elegante traje de lino de tres piezas, la muchedumbre, en la que no solo había varones y jóvenes, enloqueció. El tema de su sermón del día, según anunció a su congregación de seguidores, sería el sacrificio.

En torno a Peterson ha surgido todo un emporio destinado a aquellos dispuestos a sacrificar su dinero por él: está el boletín semanal de Jordan Peterson (Mondays of Meaning), la Academia Peterson (que por el módico precio de 500 dólares anuales te da acceso a numerosas ponencias muy masculinas impartidas por diferentes señores con barba) y el programa de «autoescritura». Según afirma, las personas que dedican tiempo a escribir sobre ellas mismas son «más felices, tienen menos ansiedad y depresión». Vaya, ¿quién nos lo iba a decir? Ernest Hemingway o Virginia Woolf seguro que no. Jordan Peterson, al parecer, tampoco. Aquel día, conforme iba acercándose al clímax de su ponencia, comenzó a quebrársele la voz. Es de sobra conocida su tendencia a acabar sus discursos entre lágrimas: en YouTube puede encontrarse un vídeo recopilatorio titulado Jordan Peterson llorando.

El nuevo libro de Peterson está tan chapado a la antigua como su vestimenta. Según un editor, «podría haberse escrito en la década de 1950». O en la de 1850. Incluye referencias a sermones y a eruditos de la Biblia de la era victoriana. El lector se ve obligado a lidiar con páginas y páginas de arcaísmos propios de ediciones antiguas de las Sagradas Escrituras, como la célebre versión protestante conocida como la Biblia del rey Jacobo. Y no es una cuestión de que esas ediciones carezcan de belleza estilística. En absoluto. El problema surge cuando se trata de combinar ese tipo de retórica con referencias a «posmodernos metastatizadores».

¿Qué significa el fenómeno Peterson?

Sin embargo, si lo que se desea es entender de verdad a Peterson, lo mejor es olvidarse de sus libros. «No te fijes en el “proveedor”. Plantéate, más bien, de dónde surge la demanda», nos aconseja Richard Reeves, autor de Hombres, libro que trata de los problemas que sufre el varón moderno. Es decir, que nos fijemos en sus seguidores. Apenas un año después del salto a la fama de Peterson, a tenor del debate público de 2016 en torno a los pronombres neutros, fue cuando comenzó a expandirse el movimiento del #MeToo. Expresiones como «masculinidad tóxica», mansplaining o manspreading empezaron a asentarse en el vocabulario popular, y en la sociedad se percibía la rabia en torno a la forma en que los hombres tratan a las mujeres.

Sin embargo, los varones jóvenes también tenían problemas. El mundo lleva tiempo evolucionando hacia una economía de la información en la que el cerebro prima por encima de la fuerza bruta. Las mujeres prosperan. ¿Y los hombres? No siempre. Tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, las niñas y mujeres jóvenes están dejando atrás a los varones en cuanto a resultados académicos en todas las etapas de la educación: primaria, secundaria y universitaria. El atractivo de Peterson, o incluso el de Trump, «surge, en realidad, de un enorme […] giro socioeconómico», afirma Francis Fukuyama, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford.

Según Reeves, sacar a colación los problemas masculinos puede generar rechazo, o una respuesta inmediata con expresiones del tipo «A llorar a la llorería». Salvo en el caso de Peterson. En sus 12 reglas para vivir, escribe: «Los chicos sufren en el mundo moderno».

Tras las recientes elecciones en Estados Unidos, las consecuencias saltan a la vista. Según Reeves, «ponemos los ojos en blanco cuando un chaval nos dice que lo está pasando mal». Así que, «¿cómo no van buscar a otros a los que recurrir?». Trump se encuentra entre ese grupo de beneficiarios, al que también pertenece Peterson, dado que «ofrece algo que la gente necesita». Y ese «algo», al más puro estilo niñera inglesa, es una combinación de compasión con una buena dosis de mano dura. Lo escribe en 12 reglas para vivir: «No seas gallina, cobardica».

Desde aquel escenario de Nueva York, dedicó más de una hora a hablar de dolor, muerte, «el vacío» y de esa «completa catástrofe existencial que es la vida». Después, procedió a explicarle a sus embelesados admiradores cómo lidiar con todas esas cosas. A grandes rasgos, fue una versión suavizada del «No seas gallina, cobardica». Aquella oscura noche de noviembre, todo el público salió del recinto absolutamente encantado.


Artículo originariamente publicado el 19 de noviembre en la sección cultural de la edición impresa de The Economist, bajo el título The cult of Jordan Peterson. Se publica en Nueva Revista traducido por Patricia Losa Pedrero y con todos los permisos.


Jordan Peterson en una de sus ponencias en el marco de la Cumbre de Acción Estudiantil 2018 organizada por Turning Point USA en el Centro de Convenciones del Condado de Palm Beach en West Palm Beach, Florida. Foto: Gage Skidmore. Archivo en Wikimedia Commons y con licencia CC. Se puede consultar aquí.

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