Clara Sánchez (Guadalajara, 1955). Escritora y filóloga española, cuyas novelas han recibido los principales premios de narrativa en habla hispana y han sido traducidas a una veintena de idiomas. Desde 2023 es miembro de la Real Academia Española.
Avance
El asombro protagonizó el discurso que la académica Clara Sánchez pronunció el día 12 de noviembre en el XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), celebrado del 11 al 13 de noviembre en Quito. Junto con el asombro, reivindicó un concepto particular de la naturalidad del escritor y una creatividad lingüística patrimonio de todos los hablantes, aunque la literatura sienta la «osadía de convertirla en perdurable». Dos nombres la acompañaron en su exposición: Truman Capote y Mercè Rodoreda, que decía algo tan hermoso como que «cualquier palabra, por anodina que sea, colocada en su exacto lugar, puede brillar».
Artículo
Es un honor estar aquí y haber compartido tanta sabiduría como he oído hasta este momento. Yo pertenezco a dos mundos que, de algún modo, han estado presentes aquí en el Congreso. Estudié filología, porque escribía desde niña: digamos que una cosa me llevó a otra. Esos estudios, además, me condujeron a la docencia. He enseñado literatura durante bastantes años, pero siempre mi vinculación profunda con la literatura fue a través de la escritura, porque, como digo, es algo que nace desde que era niña y para mí es y ha sido uno de los métodos de conocimiento del mundo.
Aquí, en lugar de lidiar con la vena de la docencia, voy a lidiar con la vena de la escritura, que quizás es lo que yo realmente, de una manera más profunda, puedo aportar: lo que soy como escritora, por qué escribo lo que escribo y cuál es mi concepción del mundo desde ese punto de vista. Un punto de vista que se fue formando a través de un mundo emocional que es el que me llevó a escribir. Sería muy arduo tratar de explicar esto último y no voy a hacerlo en detalle.
Empezaré con una frase de Truman Capote, que para mí ha sido muy luminosa. Decía Capote: «Primero aprendí la diferencia que hay entre escribir mal y escribir bien. Pero después hice un descubrimiento mucho más importante, que es la diferencia que hay entre escribir bien y el arte verdadero. Es algo sutil, pero brutal». Para mí esa frase ha sido siempre una guía. Digamos que él formuló la visión que yo tenía de lo que era la literatura, qué es lo que esta habría de tener para que prendiese en mí como lectora, como alguien que está ávida de asombro, de que los demás le den algo de su mundo, pero no de su mundo intelectual, sino de ese mundo más personal donde se forja la alegría, la tristeza, donde se forja el carácter. Porque lo que los escritores ponemos —ya sé que todo lo que digo es sumamente discutible— en lo que escribimos es un avistamiento de nuestro carácter. Escribimos la literatura que nos gusta y de ella se destila que el escritor escribe como quiere, que no está imitando, no está intentando deslumbrar ni intentando manejar fuegos artificiales, sino que es él el que está detrás y lo voy a conocer. Porque detrás de una novela, lo dijo una vez Vargas Llosa, siempre hay una personalidad, y a esa personalidad le llaman el carácter, el espíritu de esa persona que ha escrito, que ha volcado ahí todo lo que lleva adentro.
El poso de la infancia
Me pongo yo como ejemplo, y pido perdón por ello. Se ha dicho en la presentación que mi literatura está enfocada en el presente, que me gusta extraer lo extraordinario de lo ordinario, etc. Todo esto no viene de la nada, viene de un poso que generalmente pertenece a la infancia. En mi caso, ¿por qué en todas mis novelas hay alguien que está inadaptado, que intenta adaptarse a una nueva situación? Siempre se crea un conflicto, que no es premeditado: yo escribo y, de pronto, aparece ese conflicto. Y ¿por qué? Porque ese conflicto pertenece a mi vida, a mi mundo interior, a mi personalidad. Y siempre, en todas las historias, hay alguien que se encuentra con una situación anormal a la que se tiene que adaptar de alguna manera. A veces me he preguntado por qué me ocurre esto y me ocurre sencillamente porque, cuando yo era niña —y seguramente por eso escribía—, por la profesión de mi padre, teníamos que trasladarnos de ciudad con bastante frecuencia. Mi padre era opositor y cada vez que superaba unas oposiciones nos teníamos que cambiar de ciudad. Eso significaba cambiarse de casa, cambiarse de colegio, de calle… La calle en mi infancia era muy importante: todo el aprendizaje lo recibíamos a través de lo que vivíamos allí. Todo eso a mí me traumatizaba, me generaba una ansiedad y un sentimiento de inadaptación a la vida muy profundo, que, de alguna manera y de forma inconsciente, yo he llevado a mis novelas.
Otra cosa que está sustentando a mis novelas es el presente, sencillamente porque no lo entiendo. Yo de niña no entendía la vida, no la entiendo ahora y creo que no la voy a entender nunca. Entonces, trato de desentrañar el presente, ese presente que siempre está cabalgando entre el pasado y el futuro, y que arrastra de una manera… Parece que cuando hablamos de arrastrar estamos hablando del pasado, pero arrastra también un futuro. Y eso me produce inquietud y un desasosiego tremendo. Por eso El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, es mi libro de cabecera, literalmente: lo tengo siempre en mi mesilla y, cuando estoy triste, lo leo y entonces me pongo mucho más triste.
Y otra cosa que a mí me ha perturbado, o mejor, me ha enseñado lo que es la vida es que yo vivo la vida a través de mi familia. Tengo una familia absolutamente melodramática. En mi familia, de gente muy temperamental, siempre se ha llorado mucho, se ha reído mucho, ha habido muchos celos… Mis padres vivían en un estado emocional extremo y yo reconocía las emociones humanas y, de hecho, creo que escribo a través de todos esos conflictos vividos en casa. O sea, sé perfectamente lo que son los celos, el amor, lo que es el desamor, porque lo vivía y lo sentía. Mi madre, por ejemplo, era una mujer profundamente enamorada de mi padre. Y creo que mi padre estaba enamorado de otras mujeres. Eso creaba un clima, digamos, una tensión a punto de explotar constantemente. Y yo eso lo reconocía desde niña; esos conflictos, esas emociones…. No sabía cómo superarlas y fue a través de la escritura.
Naturalidad y creatividad lingüística
Ahora que el tiempo ha pasado, he escrito dieciséis novelas, he pasado por muchas alegrías, pero también desasosiegos y otras cosas menos agradables, veo que hay un hilo conductor en toda mi obra, una coherencia que me pone los pelos de punta, porque es como algo que se ha hecho solo, casi al margen de mí misma. Esa coherencia reside en el hecho de buscar la naturalidad en lo que escribo. Para mí, es fundamental. No sé si lo conseguiré, pero desde luego estoy en ello. El lenguaje claro, del que también se ha hablado en el Congreso, en la literatura se puede plasmar como naturalidad, como no buscar aquello que es ajeno a la persona que escribe. Eso es la naturalidad para mí. El arte verdadero del que hablaba Truman Capote va por esa línea. Esa dirección que dice «no voy a tratar de hacer algo correcto», sino «me voy a mojar, voy a ir un poquito más allá, aunque me arriesgue, aunque me pongan verde y no me entienda nadie, yo quiero saltar esa línea e ir al arte verdadero». Se consiga o no, creo que esta es la obligación de todo escritor. No es satisfacer a los posibles lectores y que se encuentren a gusto con aquello que han leído, que les relaje. Para nada. La obligación del escritor es ser él, él en lo que escribe.
La creatividad lingüística está en todas partes, en todo lo que hablamos en cuanto retorcemos una frase, una palabra, cuando no somos correctitos y forzamos un poco el lenguaje. Esa es la creatividad lingüística. Lo que pasa es que la literatura la quiere convertir en perdurable. O sea, la creatividad lingüística está en todos nosotros, pero la literatura siente la osadía de convertirla en perdurable. Ese es el momento en que se convierte en arte. Pero no es solamente patrimonio de la literatura.
Creo también algo que decía Mercè Rodoreda en relación con la naturalidad. Ella decía que cualquier palabra, por anodina que sea, por manoseada que esté, colocada en su exacto lugar, puede brillar. Eso tiene que ver con esa utilización del lenguaje, no como forma de seducción, sino como forma de respeto a los demás, dirigiéndose a ellos no de una manera rutinaria, no de una manera vulgar, sino con la pretensión de que esa persona se lleve algo de nosotros. Que, cuando hablamos con alguien, esa persona se lleve un pequeño tesoro de nosotros. Esa es la creatividad lingüística y tiene que ver con la naturalidad, el lenguaje claro y con la intención de no deslumbrar o de no hacerlo constantemente.
El tono, el aceite donde se fríen los huevos
Para concluir, cito algo que también tienen que tener mis novelas y es algo que posiblemente también busco en las novelas de los demás: el tono. El tono, decía Mercè Rodoreda —la estoy citando ahora mucho, pero creo que es una autora maravillosa a la que se cita poco—, es como el aceite en el que se fríen los huevos. Y eso es lo que tiene que tener una novela. Aparte de todo lo que he dicho, ha de tener tono, melodía, encanto, embrujo… Tiene que tener ese aceite en el que se fríen los huevos. Y ¿cómo se llega a ese punto? Pues cada autor lo encontrará a su manera. Para mí, el tono está muy unido al espacio en el que suceden las cosas. Esto nos remite a la cocina del escritor, el espacio donde pasan las cosas. Yo no puedo imaginar una novela en la que los protagonistas, los personajes, no sientan el calor del sol, la lluvia, donde estén trabajando o de vacaciones. Porque los espacios no son paisajes, los espacios donde se sitúan los personajes son catalizadores poéticos. Es decir, no es lo mismo un lugar donde alguien esté de vacaciones, que otro en el que alguien esté trabajando. No es lo mismo un lugar en el que alguien esté enamorándose de otra persona, que una unidad de cuidados intensivos donde alguien acompaña a otra persona… Quiero decir que ese espacio es un catalizador de todos los sentimientos que esa persona está experimentando individualmente en un momento determinado de su vida, en un momento determinado de su historia, y que va a volcar en esas páginas. Porque la literatura es absolutamente individual. Proyecta todas las emociones, las ideas, las zozobras de un individuo. Luego la podemos compartimentar y llamarla novela social, política, novela policiaca… La podemos clasificar, porque es una necesidad y una manera didáctica de darla a los demás, pero, en esencia, la literatura, la novela es algo absolutamente individual, salido, emergido desde una personalidad que ha sufrido, que se ha alegrado, que se ha enamorado, que ha pasado por la muerte de sus seres queridos, que ha tenido, finalmente, algo irrepetible que quiere comentar con otras personas.
Para saber más sobre el XVII Congreso de la ASALE:
La foto que ilustra este texto es de la galería que la RAE dedicó a la ceremonia de ingreso de Clara Sánchez en dicha institución. El archivo se puede consultar aquí y se publica con autorización expresa.