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«Educación universal», de Juan Manuel Moreno y Lucas Gortazar

Foto: CC Wikimedia Commos

Juan Manuel Moreno. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar en la UNED. Fue especialista principal de educación en el Banco Mundial.

Lucas Gortazar. Director del Área de Educación del Centro de Políticas Económicas de ESADE y consultor en el departamento de Educación del Banco Mundial.


Avance

El proyecto más exitoso de la historia genera malestar y nuevas desigualdades, dice el subtítulo de este trabajo de dos expertos en educación. Genera malestar en los que llaman descontentos, los que entienden que la calidad educativa es un bien escaso y que cierto elitismo es imprescindible, es decir, quienes defienden los intereses y privilegios de aquellos que parten con ventaja en la carrera escolar; y también en los desencantados, los que piensan que el avance de la educación universal ha sido lento y deja fuera a los más débiles, por lo que se puede considerar un fracaso que hay que enmendar por otras vías. Todos vienen a percibir la educación como un sector fallido al que se le reclaman constantemente cambios profundos, y al que casi nadie reconoce sus avances. En cuanto a las desigualdades, el libro, según sus autores, pretende «identificar y analizar cómo la escuela reproduce e incluso amplifica la desigualdad social y económica en un contexto de sociedades y mercados globalizados».

El malestar tiene efectos muy variados. Uno que no deja de crecer es la llamada educación en la sombra, el mercado privado de clases particulares, plataformas online y otros servicios, que está llevando a que la medida del éxito ya no esté tanto en el aprendizaje como en las calificaciones, certificados y diplomas que dan acceso a las universidades más exclusivas y a los trabajos de las empresas ganadoras en la economía global. «La confianza de la sociedad civil descansa cada vez más sobre la naturaleza competitiva y diferenciadora del sistema que sobre su potencial igualitario —señalan los autores—. Las familias seguirán más preocupadas por el retorno privado de la educación de sus hijos que por el retorno público medido en términos de igualdad, inclusión y cohesión social». Y advierten «que esa carrera en la cima se esté extendiendo a toda la sociedad es quizá el principal riesgo para el proyecto de la educación universal», ya que «la competición en igualdad de condiciones dependerá progresivamente de la posición económica de partida».

Otro efecto es la inflación curricular. El currículo escolar es un campo de batalla político, cultural, económico, ideológico y hasta corporativo, en el que grupos e instituciones defienden intereses particulares apelando al interés público. «En las guerras curriculares que se están librando en nuestro tiempo, las políticas identitarias prevalecen sobre las de la igualdad» afirman Moreno y Gortazar. Hay un repliegue identitario como respuesta a la globalización, que afecta a la derecha religiosa o nacionalista y a una izquierda que ha hecho bandera de la llamada política identitaria. En Estados Unidos, avanzadilla de estas guerras culturales, ya se han dado casos de denuncias a profesores por hacer sentirse incómodos a algunos alumnos. Los temas tabúes proliferan a velocidad vertiginosa y, con ellos, las denuncias y demandas judiciales a profesores y escuelas.

Las políticas del profesorado son la piedra angular de los sistemas educativos para pasar de la escolarización universal al aprendizaje para todos. «El continuo estado de reforma de la educación es, en realidad, una reflexión permanente sobre el papel de los profesores» y «colocar la profesión docente como prioridad número uno ha sido la constante detrás de todas las mejoras importantes y sostenibles en los resultados educativos de los últimos años», escriben Moreno y Gortazar. Pero, con todas las amenazas al sistema, ambos consideran que «el progreso de la educación universal de calidad para todos durante los dos últimos siglos ha sido tan extraordinario como innegable» y «permite aspirar a objetivos aún más ambiciosos y lograrlos en menos tiempo».


Artículo

Dos expertos en educación se preguntan en este libro «por qué el proyecto más exitoso de la historia genera malestar y nuevas desigualdades», subtítulo más aclaratorio que ese título demasiado genérico, Educación universal. Y dentro de las varias cuestiones que tratan, los propios autores destacan la de «identificar y analizar cómo la escuela reproduce e incluso amplifica la desigualdad social y económica en un contexto de sociedades y mercados globalizados». Ilustran esas cuestiones con ejemplos de diversos países (India, China, España, Sudán, Estados Unidos, Moldavia…), algo a lo que también parece aludir el título.

Para concretar o personificar ese malestar, se refieren a dos grupos que definen como descontentos y desencantados. Los primeros entienden que la calidad educativa es un bien escaso —por lo que todo intento de democratización implica rebajar los niveles de exigencia académica y, con ello, la calidad— y mantienen que cierto elitismo más allá de la educación básica es cuestión de supervivencia. Se trata, obviamente, de defensores de los intereses y privilegios de quienes parten con ventaja en la carrera escolar. Los desencantados, en cambio, piensan que el avance de la educación universal ha sido lento y deja fuera a los más débiles, por lo que se puede considerar un fracaso que hay que enmendar por otras vías.

Entre unos y otros, la educación suele percibirse como un sector fallido al que se le reclaman constantemente cambios profundos, y al que casi nadie reconoce sus avances. Los dardos se dirigen sobre todo a la educación secundaria. El tránsito de una educación secundaria elitista a otra masiva es quizá la clave de la problematización política de todo el sector educativo. La naturaleza y objetivos de la secundaria son siempre objeto de un debate encarnizado y es en ese tramo del sistema en el que se concentra el malestar social con la educación, sostienen los autores.

Juan Manuel Moreno y Lucas Gortazar. «Educación universal». Debate, 2024.

Lo cierto es que existe «un riesgo objetivo de encontrarse ante la primera generación de estudiantes peor preparada que la de sus padres». Hace falta otro modelo para la secundaria. Asegurar el acceso no es suficiente para democratizarla y si solo se pone el acento en el acceso físico, en llenar las aulas, la masificación resultante puede llevar a más desigualdad. Escolarización y aprendizaje ni son equivalentes ni van siempre de la mano; pueden aumentar los años de escolarización sin que mejoren los niveles de competencia y conocimiento adquiridos. Y ya es moneda común que la crisis actual no es de educación sino de aprendizaje. Sobre su declive caben tres hipótesis: que baje la calidad del profesorado; que se reduzca el interés y el compromiso familiar respecto a la educación de los hijos; o que no contemos con un instrumento de medida que haga justicia a lo que llamamos calidad de la educación.

Como sea, una pregunta queda en el aire: si esta crisis, en un momento en que la educación universal está cuestionada como proyecto, podría ser la primera crisis existencial de la educación desde el siglo XVIII. Hay datos que abonan tanto un diagnóstico pesimista como optimista. Adelantemos la conclusión más bien optimista de los autores: «El progreso de la educación universal de calidad para todos durante los dos últimos siglos ha sido tan extraordinario como innegable. Permite aspirar a objetivos aún más ambiciosos y lograrlos en menos tiempo». O, como han dicho en una reciente presentación del libro en la Residencia de Estudiantes, «a pesar de todo lo malo, estamos mejor que nunca» (Gortazar) y «de todos los principios de la Ilustración, el que mejor aguanta es el de la educación universal» (Moreno).

La educación en la sombra

Vayamos a las caras (o los efectos) del malestar, el recorrido que hacen los autores por los problemas de la educación. Uno de esos efectos es la llamada educación en la sombra, es decir, el mercado privado de clases particulares, plataformas online y otros servicios, como resultado de la explosión, en las últimas décadas, tanto de las aspiraciones individuales como de las expectativas sociales sobre la educación. Eso significa que la medida del éxito ya no está tanto en el aprendizaje como en las calificaciones, los certificados y diplomas y las oportunidades que conllevan. «La confianza de la sociedad civil descansa cada vez más sobre la naturaleza competitiva y diferenciadora del sistema que sobre su potencial igualitario. Las familias seguirán más preocupadas por el retorno privado de la educación de sus hijos que por el retorno público medido en términos de igualdad, inclusión y cohesión social», escriben. La transformación tecnológica ha auspiciado un cambio en la economía que ha alterado la lista de los más ricos del planeta: de élites con grandes herencias a nuevos ricos triunfadores en la nueva economía, tipo Elon Musk. De modo que «si la carrera tecnológica premia a los trabajadores mejor cualificados, la educativa sube de revoluciones… Y si hay un premio aún mayor para quien acceda a las universidades más exclusivas y a los trabajos de las empresas ganadoras en la economía global, la pendiente de la carrera educativa global se hará todavía más empinada».

«El desembolso en escuelas privadas, cuidados y actividades fuera de la escuela supone a largo plazo mucho más que una herencia». Eso ha llevado al surgimiento de un sistema educativo diferenciado (las llamadas escuelas internacionales, el bachillerato internacional) que comparte oferta pedagógica, tipo de alumnado, currículo y exámenes de secundaria, y que prácticamente garantiza el acceso a las universidades de élite de Europa y Estados Unidos. La nueva élite educativa global va a seguir apostando por la naturaleza competitiva de la educación mediante una mayor inversión en educación formal y no formal, tutores privados y actividades extraescolares que proporcione ventaja a sus hijos. «Que esa carrera en la cima se esté extendiendo a toda la sociedad es quizá el principal riesgo para el proyecto de la educación universal, ya que la competición en igualdad de condiciones dependerá progresivamente de la posición económica de partida». Pero, si bien la educación ha de ser una carrera, ha de ser «una en la que todo el mundo pueda ganar. Convertir un bien escaso en un bien libre o un bien público es el resumen del tipo de regeneración educativa que urge llevar a cabo».

Los currículos, de los que ya se ocupó Aristóteles (se preguntó si debían contener las disciplinas útiles para la vida, las que tienden a la virtud o las que se salen de lo ordinario) son otra faceta de la crisis. «El currículo escolar es un campo de batalla político, cultural, económico, ideológico y hasta corporativo». Grupos e instituciones defienden intereses particulares apelando al interés público, con el resultado de una inflación curricular. Aunque, felizmente, se mantiene la autonomía del profesor, al menos en la OCDE, al que le vienen dados el escenario, la orquesta, la partitura… pero le queda la libertad en la interpretación.

El peligro está en la entrada en el currículo de las nuevas alfabetizaciones (digital, socioemocional, ecológica…) en lo que Estados Unidos es la avanzadilla y donde ya se han dado casos de denuncias a profesores por hacer sentirse incómodos a algunos alumnos. Los temas tabúes proliferan a velocidad vertiginosa y, con ellos, las denuncias y demandas judiciales a profesores y escuelas. Hay un repliegue identitario como respuesta a la globalización, que afecta a la derecha religiosa o nacionalista y a una izquierda que ha hecho bandera de la llamada política identitaria. Repliegue que tiene «consecuencias sobre la desigualdad educativa porque priman intereses que pueden acabar sacrificando oportunidades e igualdad a cambio de reconocimiento de la identidad».

«En las guerras curriculares que se están librando en nuestro tiempo, las políticas identitarias prevalecen sobre las de la igualdad. El narcisismo y el victimismo colectivo y fragmentado parecen estar doblando el pulso a la destartalada —pero todavía digna—agenda de la libertad, igualdad y fraternidad», añaden los autores.

La meritocracia es un caballo de batalla que también ha entrado en el campo de la educación. No solo se constata que el mérito académico está mucho más relacionado con la cuna y los genes de lo que se había supuesto, sino que, para la izquierda identitaria, la igualdad de oportunidades ya no es suficiente y lo que cuenta hoy es la de resultados. «De la igualdad ante la ley se estaría pasando a la igualdad mediante la ley» (discriminación positiva). Dar ese paso «puede ser necesario en según qué casos y circunstancias. Aspirar a que tal cambio se lleve hasta las últimas consecuencias y demandarlo crea injusticia, incentivos perversos y enormes riesgos de involución».

Para los autores, se trata de hacer compatible la exigencia de la carrera con el hecho de que cualquier participante tenga posibilidades de éxito. Y eso «requiere trasladar el foco actual sobre las diferencias entre colectivos identitarios y ponerlo en las diferencias individuales dentro de todos esos grupos, que son mucho mayores y más relevantes». Los retos para conseguirlo son tres: ampliar las oportunidades de acceso a la escuela en mejores condiciones y con mejor profesorado, asumir que no todas las diferencias se traducen en desigualdades y seguir expandiendo la definición de mérito para que quepan las habilidades y capacidades más reconocidas hoy en la sociedad global. En todo caso, «las alternativas a la meritocracia no son mejores que las alternativas a la democracia». El objetivo es mejorar y fortalecer el régimen meritocrático; de ningún modo desecharlo. Se trata de conseguir más y mejor meritocracia, y de no conformarse con que la educación solo aspire a no incrementar la desigualdad, pero no a reducirla.

Educación y democracia

Otro asunto de calado que aborda el libro es la relación entre el auge de la educación y el declive de la democracia en muchos lugares. Desde finales del siglo XX, se constata la ruptura entre la expansión de la educación y la de la democracia (cuando una se afianza la otra parece entrar en recesión) y la consiguiente frustración ilustrada de que, teniendo ciudadanos más educados, sea cada vez más difícil construir consensos sobre políticas cruciales para el bienestar y la cohesión social. Más educación ha llevado a más polarización. Los autores sugieren que el problema no está en cuánta educación más hace falta, sino cuál necesitamos para sostener la democracia. 

Y constatan una «deriva antidemocrática» que se manifiesta, por un lado, en la cultura de la cancelación y, por otro, en el control directo del currículo escolar por parte de las familias de los estudiantes (lo que en España se conoce como PIN parental). Ambas manifestaciones responden a una misma voluntad de intervenir y desvirtuar las instituciones educativas, sometiendo intelectual y políticamente a los profesionales del sector. «Son dos muestras inequívocas de la tendencia hacia el desmantelamiento del proyecto ilustrado de educación para todos», afirman. Para los autores, una democracia efectiva necesita ciudadanos que sepan tomar decisiones juntos y, para conseguirlo, el espacio público de socialización de la escuela resulta imprescindible. En ese espacio, los sistemas altamente segregados son un riesgo para la cohesión y el sentido de pertenencia social; y el correctivo solo puede consistir en «despolitizar y desegregar el sistema educativo mediante, entre otras cosas, la profesionalización plena de los docentes».

Los docentes; he ahí una clave. Los autores insisten en ello una y otra vez: «Las políticas del profesorado son la piedra angular de los sistemas educativos que quieren pasar de la escolarización universal al aprendizaje para todos». «El continuo estado de reforma de la educación es en realidad una reflexión permanente sobre el papel de los profesores». O: «Colocar la profesión docente como prioridad número uno ha sido la constante detrás de todas las mejoras importantes y sostenibles en los resultados educativos de los últimos años».

En definitiva, el malestar que señala el subtítulo del libro se puede resumir en que el objetivo de desmantelar una sociedad basada en el privilegio (que era el del proyecto de la educación para todos) se ha visto sustituido, dos siglos después y pese a sus éxitos, por un sector educativo al que mueve el afán de distinguirse precisamente para conseguir justificar y mantener privilegios.


Foto: Aula de una colegio. Se puede consultar el archivo en Wikimedia Commons

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