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Bogdan Piotrowski. Académico de la Academia Colombiana de la Lengua. Magíster en Literatura Hispanoamericana por el Instituto Caro y Cuervo de Colombia, y en Literatura Francesa por la Universidad Jaguelónica (Polonia). Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad de Varsovia.


Avance

El pasado 12 de noviembre, en una sesión del XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), celebrado en Quito del 11 al 13 de noviembre de 2024, el académico colombiano Bogdan Piotrowski habló del panhispanismo como un marco axiológico caracterizado por principios humanistas. En tanto que la literatura influye en nuestras vidas y nuestra percepción de la realidad, es necesario que la crítica literaria se ejerza con esa visión axiológica. Máxime, en tiempos como los actuales que ponen en duda la dignidad humana y la libertad de conciencia. Ofrecemos a continuación su ponencia.


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La aproximación axiológica a la cultura resulta algo sencillo y, al mismo tiempo, temerario. No obstante, hagamos el deber de nuestra incumbencia y de nuestro compromiso, aunque pueda despertar la polémica cuando nos acerquemos a reflexionar sobre los valores y los propósitos de estas reflexiones. La aspiración que nos guía corresponde al profundo convencimiento de que el diálogo es necesario y es la única vía que permite aproximarse entre las personas, garantizar una adecuada convivencia y fomentar el proyecto literario que una a esta gran familia panhispánica.

Hace más de medio milenio que España logró una hazaña sin parangón en la historia de la humanidad, acercando los continentes y fomentando una nueva cultura o nuevas culturas caracterizadas por su mestizaje, su sincretismo y la cimentación lingüística sumamente prolífera y que es garante de su vigencia. Después de tanto tiempo trascurrido, podemos hablar de la misma estirpe cultural. El universo panhispánico se fundamenta en la lengua española común y en la existencia de dos axiomas que son como dos vertientes culturales y, desde luego, literarias: la hispana y la aborigen, así como dos órdenes: el orden espacial relacionado con la geografía, naturaleza y los ecosistemas, y el orden temporal: desde los cambios sociales y las manifestaciones culturales y literarias españolas y precolombinas hasta la actualidad.  

La cultura de hoy se relaciona con el término de postmodernidad, que refleja la inconformidad social y desata permanentes discusiones cargadas de ideologías sobre el poder, la organización social, arte, religión, laicismo, ciencia y, sobre todo, la ética. Se pone en duda la dignidad humana, y la libertad de conciencia hasta puede ser judicializada. Hay fuerzas políticas que proclaman el Nuevo Orden Mundial que es retado por otra parte de la humanidad. La democracia se debilita y parecen fortalecerse los sistemas autoritarios. Se percibe una creciente tensión y una profunda y peligrosa división, reforzada por las superpotencias y sus estrategias.

Todos reconocemos que la cultura es el medioambiente exclusivamente humano. Y es el hombre quien la transmite a través de las sucesivas generaciones y así afianza su tradición y su identidad. Esta heredad lo reta y lo estimula a nivel de la familia, comunidad, nación. Al mismo tiempo, puede conocer otras culturas y aprender de ellas. Esta relación con el prójimo lo enaltece y le permite reconocer la igualdad del otro y construir conjuntamente el sentido de la humanidad. Es un proceso dinámico y selectivo que acrisola el tesoro de los valores universales.

No obstante, desde el enfoque axiológico, hay que subrayar también que no todo lo que hace el hombre es cultura. Hay actos que niegan la vida y el desarrollo del hombre. Son actos que se oponen a la cultura que debemos entender siempre como la dignificación de la persona humana y de la humanidad. Su negación la forman los actos anticulturales y que promueven la anticultura que existía en el pasado y que lamentablemente todavía está presente en la actualidad, para no decir que en algunos momentos se manifiesta con demasiada fuerza por medio de la guerra, todo tipo de violencia, secuestros, asesinatos, genocidios, etc., que anulan la vida. Es evidente que existen, igualmente, las guerras culturales. Hay muchos brotes de la anticultura o de la cultura de la muerte.

La cultura proviene del verbo latino colo, colere, es decir, cultivar. Desde el punto de vista axiológico queremos enfatizar que la cultura es el cultivo de los valores. El cultivo simbólico que construye el hombre, al hacer la malla o la red axiológica donde cada punto, cada nudo, representa un valor.

Sin embargo, huelga decir que el hombre participa de la naturaleza y forma parte de ella. El culto a la tierra es uno de los más antiguos y la arqueología confirma su presencia en todas las civilizaciones. En consecuencia, resulta válido que todo cultivo, tanto el agrícola como el cultural y simbólico, exige un permanente esfuerzo y empeño de parte del hombre y de la sociedad. Nuestra realidad lo confirma y recuerda insistentemente. Por esta razón, resultan muy cuestionables, si no alarmantes, las búsquedas woke o de transhumanismo, cuando olvidan los cimientos morales de la humanidad. Los experimentos sobre los seres humanos descartan su dignidad y su libertad, y hacen tambalear la ecología y sobre todo la ecología humana. Al negar la naturaleza, socavan peligrosamente sus fundamentos y desvirtúan la verdad de la realidad.

Los últimos decenios de la sociedad contemporánea están marcados fuertemente por los cambios exponenciales, fomentados por las nuevas tecnologías y el ciberespacio. La virtualidad compite con la realidad y aleja al hombre de la naturaleza y de la realidad humana. A raíz del giro digital, el mundo vive en la permanente contradicción entre las expectativas y las ilusiones, por un lado, y las angustias, por el otro. Paralelamente, se llevan a cabo los procesos globales: los de la globalización y los del globalismo. Interpretamos la globalización como la integración económica y cultural entre los países, y el globalismo como un movimiento ideológico-político que trata de imponer una sola visión a la sociedad contemporánea, sirviéndose de las instituciones y organizaciones internacionales y las no gubernamentales. Este último aspira a suprimir los estados y el concepto de naciones, así como promover, entre otros, las migraciones ilegales, justificando que la integración no admite límites ni fronteras. Las presiones globalistas causan comprensibles reacciones que despiertan los sentimientos del patriotismo y las actitudes de la resistencia. No faltan voces que sostienen que el globalismo, junto con el progresismo, tiende hacia el poder totalitario.

España y la primera globalización

Ahora bien, conviene recordar que en la historia se conocen dos globalizaciones: una, de hace más de cinco siglos y fomentada por España y relacionada con los viajes de Colón y las expediciones marinas posteriores, por ejemplo, la circunnavegación del globo terráqueo llevada a cabo por Magallanes. La globalización hispana fue la respuesta a los cambios introducidos por los vientos de la modernidad que se intensificó con el giro copernicano y sus consecuencias que despertaron el imaginario colectivo relacionado con el horror vacui. El impacto del miedo a caer en el vacío cuando la tierra cumple con sus revoluciones en el espacio dominó el arte barroco.

En la historia universal resulta muy divulgada la idea de que el Siglo de Oro en España brilló e irradiaba a otras culturas. La música, arquitectura, pintura, el teatro y las letras gozaban de una enorme acogida y dejaron la gran herencia que sigue despertando el entusiasmo. Los genios literarios en la Península y en el Nuevo Mundo se detenían en la reflexión sobre la existencia humana, y los motivos como la noche, la nada, la muerte, el abismo, el hueco, la oquedad, son muy frecuentes en las obras de Luis de Góngora, Gracián, Quevedo, Calderón de la Barca o Sor Juana de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón, Domínguez Camargo y muchos otros.

La globalización actual es la digital. Ha hecho que el mundo sea una aldea global. Ya en los años sesenta, Marshall McLuhan anunció la aldea global y la masificación de la información en la prensa y los medios audiovisuales y la creciente uniformización social. El paso del proceso de la globalización al globalismo resultó fácil. En su reciente libro Globalismo: ingeniería social y control total en el siglo XXI, Agustín Laje señala cómo las nuevas tecnologías y la Inteligencia Artificial legitiman la vigilancia social. El autor argentino despliega, además, sus diferentes consecuencias alienantes. Muy llamativa es la dedicatoria del libro: «A los patriotas que, a pesar de todo, jamás se rinden».  

Entre el globalismo y el panhispanismo hay diferencias cimentales. El globalismo fomenta el multiculturalismo que, a su vez, arranca las raíces tradicionales de los pueblos y de las personas. Masifica e insiste en anular la autonomía, despreciar la particularidad identitaria. El panhispanismo pregona todo lo contrario; es el movimiento opuesto y tiende a facilitar la comprensión del sentido de existencia del hombre, de uno mismo y de la realidad de cada uno. Es el camino trazado por el hombre desde el pasado, el que recorre en el presente y que dirige hacia el futuro.

Se puede afirmar que el panhispanismo es el resultado humanístico de las experiencias acumuladas de la convivencia y del deseo común de construir juntos. Si bien es cierto que el panhispanismo es un movimiento de integración, también es verdad que respeta la identidad nacional y el patriotismo. Evoca la antigua sentencia latina E pluribus unum; es la cultura de fusión de las culturas, de las etnias y de las sociedades. Es la práctica de lazos solidarios y de las acciones compartidas, de las manos tendidas entre la gente que se comunica en el mismo idioma y forma su mundo de valores comunes, reconociendo la libertad de diferencias.

Si la literatura tiene raíces milenarias, sus estudios son relativamente recientes; podemos hablar apenas de tres siglos y observar de qué manera se intensifican las investigaciones críticas en los últimos decenios y cómo se diversifican sus enfoques. Su tipología varía. Sin embargo, también debemos reconocer que sus manifestaciones mantienen interés desde los inicios y nos permiten justipreciar su diversidad y acercarnos a la jerarquía de los valores que reflejan.

La historia de la literatura nos permite entender mejor el desarrollo de la cultura y, sobre todo, de la humanidad, este rasgo tan enigmático como fascinante, por encima de las civilizaciones, culturas, lenguas, razas o naciones y que, a la vez, constituye el testimonio más elocuente de cada una de ellas. Los estudios filológicos panhispánicos avanzan y siguen descubriendo nuevos títulos y autores. Es preciso promover sus logros en muchos campos y replantear nuevas apreciaciones críticas. Por ejemplo, desde el siglo XIX se reconoce que la primera novela hispanoamericana es Periquillo Sarniento del año 1816. Aún está poco divulgado que se le anticipó un siglo y medio El Desierto prodigioso o el prodigio del desierto de Pedro de Solís y Valenzuela, olvidado hasta 1962 y publicado en 1977 por el Instituto Caro y Cuervo. Establecer unas nuevas cronologías, conforme a las investigaciones realizadas, es de sumo interés para la historia de la literatura y de la cultura panhispánica.

La literatura, expresión del espíritu

Reitero: aspirar a comprender la literatura desde una posición axiológica significa indudablemente incitar a la polémica. Este es también mi propósito, porque la controversia implica el diálogo y éste nos ayuda a buscar la verdad, replantear los puntos de vista, los enfoques y las apreciaciones y, de este modo, entendernos mejor. La literatura no es un mero hecho lingüístico o estético, es la expresión del espíritu de la persona humana y refleja la tradición social a través de la historia. Es un afianzamiento de los lazos humanos. La literatura es trascendental, emana del hombre.  La literatura es la comunicación entre personas y ejerce la cohesión de la función social que debe desempeñar todo arte o, lo contrario, la destruye. Su recorrido en la historia es sinuoso.  

Ahora bien, al comienzo se señaló la relevancia del orden espacial y del orden temporal en las investigaciones panhispánicas. Si bien es cierto que un texto artístico puede manifestarse por encima del tiempo y del espacio, también es verdad que puede anclarse en estas dimensiones de la realidad, sin perder su expresión universal. Lo permiten sus relaciones miméticas, metafóricas y simbólicas y no le quitan el arraigo espacio-temporal concreto.

Podríamos multiplicar los ejemplos, pero detengámonos en uno solo que nos permita valorar el significado del espacio en relación con la geografía. El amor al terruño, a la tierra donde vivimos, es un motivo literario de los más clásicos. Gabriela Mistral lo canta de modo personal:

«A la Patagonia llaman
sus hijos la Madre Blanca.
Dicen que Dios no la quiso
por lo yerta y lo lejana,
y la noche que es su aurora
y su grito en la venteada
por el grito de su viento,
por su hierba arrodillada
y porque la puebla un río
de gentes aforesteradas.»

Para la gente de otras latitudes, la Patagonia sugiere el fin del mundo, tierras muy alejadas, pero para los chilenos es la tierra más íntima, cercana, tierra de sus amores y de sus ancestros, es su tierra. De este modo lírico, la Nobel chilena logró una imagen icónica de la identidad de su nación y que resulta descifrable en cualquier cultura. Las extensiones sin límite evocan la libertad y esta imagen del espacio infinito y del deseo de dejarse llevar por el viento se traslada fácilmente a cualquier lector. Desde luego, es también uno de los espacios más representativos y apreciados en el imaginario panhispánico. Conviene, además, esclarecer el uso de la palabra «aforesterada» que indica el vínculo estrecho de los hombres con los bosques que permite apreciar la naturaleza nativa – por cierto, uno de los enfoques valorativos de mayor carga semántica para desarrollar – y refuerza la carga sentimental, tan importante en la lírica.

El tiempo sugiere, igualmente, diferentes opciones de los juicios valorativos en la interpretación de la literatura y con fuerte implicaciones culturales. Sus dinámicas resultan a veces inseparables de la dimensión del espacio. Hace más de medio milenio se extendió el conocimiento del globo terráqueo y su presencia dio inicio al mestizaje sin precedentes en la historia de la humanidad. España se extendió por las tierras que siempre alumbraba el sol. También es verdad que el mapa geopolítico actual refleja los esfuerzos de la organización administrativa de España y sus correspondientes virreinatos: Nueva España, Perú, Río de la Plata y Nueva Granada. Vale la pena recordar igualmente que, desde antes e independientemente del descubrimiento de América, había divisiones monárquicas administrativas relativamente independientes llamadas virreinatos que fueron gobernados por visorreyes o virreyes, ministros plenipotenciarios o presidentes y lugartenientes. Así, entonces, existían los virreinatos de Sicilia, Galicia, Aragón y Cataluña. Son aspectos históricos que se olvidan con frecuencia en los discursos o las discusiones. Recordarlo ofrece otras luces sobre el tan discutido concepto de colonia y el tiempo colonial.

Por ende, resulta interesante analizar el panhispanismo desde un enfoque histórico-social. No es legítimo aplicar los conceptos actuales al pasado, sino es menester interpretarlo teniendo en cuenta el transcurso de la historia y la evolución de la sociedad. Cambiar la realidad histórica y forzar su imagen a las exigencias o aspiraciones de hoy roza con el absurdo. La realidad no se niega, sino se interpreta y se puede aspirar a construir su futuro con nuevas soluciones, teniendo en cuenta las circunstancias socioeconómicas, los fundamentos culturales y religiosos, los principios morales, filosóficos y las categorías antropológicas.

Una dinámica histórica compleja

No podemos negar que hace más de doscientos años se implementó el sistema republicano, liderado por los ilustrados y que, si tuvo sus partidarios, también causó perplejidad y hasta oposición. En la clásica novela colombiana La marquesa de Yolombó de Tomás Carrasquilla hallamos todo tipo de turbulencias a favor y en contra de los cambios sociales. Leemos: «Desde el año precedente, casi a raíz del desastre de La Marquesa, se han recibido de la Metrópoli terribles nuevas. Entre los infaustos papeles, ha venido el manifiesto de su majestad Carlos IV, a todos sus súbditos americanos, en que cuenta el suceso claro y detallado. Los republicanos franceses han cortado la cabeza a su legítimo rey; pariente y aliado de su Majestad; y asesinado a casi toda la nobleza titulada y sin titular. Su Majestad ha declarado la guerra a esa República regicida, sin Dios y sin Ley». Más adelante, Carrasquilla consignó: «En tales circunstancias, llega la revolución del año 1810. Él, sus hijos, el Párroco y demás próceres del lugarón, abrazan con entusiasmo la causa de la Independencia y firman el acta. El archivo y cuanto recuerde al Gobierno Colonial es destruido. Don Vicente sale diputado a la Asamblea provincial del año 13, que declara la Independencia absoluta. Tan absoluta, que a esta sección de la Nueva Granada se le llama – y no por ironía seguramente – La República de Antioquia. (…) Arrojadas de España las huestes napoleónicas, por esa lidia de la nación entera; encadenado el brujo que esclavizaba a Europa, Fernando VII envía sus tercios pacificadores, a estas colonias que pretenden ser libres». Las dinámicas de la historia son complejas y sus estudiosos interpretan de diferentes maneras el proceso independentista en América. Unos hablan del vacío del poder en España, cuando Napoleón forzó a abdicar a Carlos IV y a su hijo Fernando VII, a favor del hermano del emperador de Francia, José, llamado popularmente por los españoles Pepe Botella. Algunos sostienen que fue un movimiento espontáneo de los criollos ávidos del poder. Otros hablan de la presión del Imperio británico. No faltan voces que insisten en las aspiraciones masónicas. Es obvio que también se deduce que fue la conflagración de todas las fuerzas mencionadas anteriormente.

Los procesos fueron intrincados y hasta había una decidida oposición en contra de los cambios sociopolíticos y una resistencia realista a favor de España. Sus testimonios están presentes en las literaturas nacionales. Una de las luchas más férreas contra los ejércitos bolivarianos (¡durante trece años!) fue la que encabezó el comandante indígena de los ejércitos realistas Juan Agustín Agualongo Cisneros. En una de las recientes novelas leemos: «Agualongo solicitó permiso para vestir su uniforme militar, el que usaba para grandes ceremonias. […] Sentado en el banquillo, sereno el rostro, intensa la mirada, contemplando el sol que aparecía tímidamente, cuando el encargado del oficio se aprestaba a vendar sus ojos, […] Las palabras, voces, ecos, retumbaron en los oídos de Agualongo: ¡disparen!». El aguerrido caudillo es considerado actualmente como símbolo de las ilusiones frustradas del pueblo.

La realidad histórica nos ofrece un mapa geopolítico de más de veinte países que a lo largo de los dos siglos sufrieron cambios extremos sociales y políticos, y hasta cambiaron sus configuraciones de fronteras. Siguen cuestionamientos acerca del futuro, y la literatura los ofrece en abundancia, hasta poniendo en duda a los reconocidos prohombres y Padres de la Patria. Gabriel García Márquez intentó desmitificar al primero y al más grande de los Libertadores, Simón Bolívar, quien en la novela El general en su laberinto, aparece como un frustrado y vencido moribundo y cuya gesta no respondió a las expectativas de sus émulos. Su proyección simbólica resulta muy diciente. Son frecuentes las manifestaciones de la desilusión social y política. No obstante, el hecho innegable es que la transformación del régimen ocurrió y que se crearon nuevos estados republicanos y nuevas naciones. Es la realidad que hay que sortear y la literatura consigna estos interminables juicios de valor y los enigmáticos vaivenes.

Si en el pasado había muchas críticas, divisiones y confrontaciones, también hay que recordar que existían ánimos de conciliación y del respeto por el otro. En la literatura se encuentran muchas páginas que atestiguan el afán de la unión y la comprensión. Traigamos a colación la obra del Príncipe de la poesía panhispánica que cantaba la unión hispana a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Rafael Pombo se solidarizaba con los pueblos de la lengua española y el país de su origen. En su obra, como en ninguna otra, se hallan los ecos de los tumultuosos acontecimientos históricos que atravesaba el mundo hispánico y sus juicios valorativos ponderados.

Tenemos que preguntarnos: ¿La literatura es una visión falaz de la vida o una permanente búsqueda de superación humana? Los recursos miméticos le permiten imitar la realidad y la ficción le ofrece opciones de soñar un mundo mejor. La literatura es una vieja y, simultáneamente, una nueva escuela de la conciencia. Como afirmó David Mejía Velilla en uno de sus poemas:

«La verdadera poesía no es evasión: es creación.
No es irrealidad, se afinca en la verdad».

Es preciso reconocer que la intencionalidad de la literatura no acopia un manojo de mentiras, se cimienta en la verdad, hasta en las páginas de la más suelta imaginación. Es una acción libertaria y en permanente construcción de la identidad individual de la persona y de la identidad cultural y social. Su papel es aún más significativo en el panhispanismo, cuando la mayoría de sus naciones es joven y sus literaturas asumen los objetivos de las fuerzas de consolidación identitaria.

Conclusiones

España ensanchó el mundo y desde entonces fomentó el acercamiento de las culturas que hoy se desarrollan gracias al español. Este mundo hispano se reconoce con el tiempo como el Occidente, pertenece a él y sigue aportando permanentemente a su evolución. Sus valores son emulados, cada vez más, por otros continentes porque en ninguna otra civilización se insiste y se perseveró tanto en la apreciación de la persona humana y el principio de amor como el mandamiento de la convivencia. Al establecer en el panhispanismo un marco axiológico claro, se pueden fomentar los estudios que reconozcan la prioridad de lo humano en la cultura y empeñarse en la promoción de las acciones que superen la crisis que afrontamos desde hace decenios, afianzar el bien común y construir una sociedad justa. Somos las personas que a través de nuestras acciones edificamos la cultura, y la literatura ejerce como un bumerang en su desarrollo. Los escritores, los críticos y sus lectores somos quienes cultivamos las ideas y los valores.

Las investigaciones panhispánicas sobre su literatura permiten ahondar en el conocimiento de las literaturas nacionales y acercar sus culturas entre todos los hispanohablantes, conservando su apertura a todas las demás. Aparecen nuevos nombres y títulos. Surgen nuevas cronologías de los hechos literarios, nuevas visiones de la evolución de los géneros, reveladoras interpretaciones de los temas y de los motivos literarios. La influencia de la literatura resulta inconmensurable en la percepción de la realidad y en nuestras vidas.

La cultura no se puede limitar a las ideas, tiene que radicarse con firmeza en la realidad (especialmente en esta época de la IA y del mundo virtual) y ser centrada aún más en la persona humana que es su protagonista. Tenemos que admitir que la cultura es, sin ninguna duda, la realización cotidiana de nuestra existencia. La cultura es el proceso de permanente selección y práctica de los valores y, al mismo tiempo, el enaltecimiento del hombre para el hombre. Lo confirma, igualmente, la literatura. El panhispanismo, en ambas, en la cultura y en la literatura, resulta ser la particular alabanza hispana en que la persona afirma la realidad de su trascendencia.

Hoy está de moda hablar de la inclusión de la persona y de sus derechos de decidir sobre su cuerpo, pero, en el fondo, se hace el descarte a los que no están de acuerdo y se discrimina a las personas que quieren defender su libertad y conservar su identidad. Se difuminan los límites entre la inclusión y la exclusión, pero surgen las imposiciones arbitrarias. Se desarrolla la guerra cultural en que los propósitos moldeables y la discriminación para unos parecen no garantizar los mismos derechos para otros. Corresponde a la literatura y a la crítica literaria concientizar a los lectores, desplegar la grandeza de la persona humana y de la humanidad.

No son pocos los escritores que asumen la literatura como los vuelos de las ideas y de los ideales que ayudan a liberarse de la opresión ideológica. Entre muchos, lo confesó M. Vargas Llosa: «Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia…»

La realidad histórica evoluciona y, a medida de la experiencia, no puede extrañarnos que también cambian las expectativas, las opiniones y las actitudes de la gente.

Ante tanta desorientación que se percibe en la cultura del hoy confrontada por tantas ideologías y dominada, entre otros, por el neolenguaje, la corrección política y culto a la posverdad, es apremiante desarrollar la crítica literaria con una visión axiológica que ayude a esclarecer el panorama del universo panhispánico. Hay principios humanísticos, criterios y valores en su tradición –señalados anteriormente y que también son deseables en la actualidad – que pueden consolidar el sentido de pertenencia y la unión hispana. La realidad existe y la historia no retrocede, pero es posible construirla conjuntamente. No olvidemos que la fuerza creadora de la palabra dio inicio a nuestra humanidad y es ella que rige el pensamiento y nuestras conciencias.


La foto de cabecera, de Nat_S, se puede encontrar aquí.

Académico de la Academia Colombiana de la Lengua. Magíster en Literatura Hispanoamericana por el Instituto Caro y Cuervo de Colombia, y en Literatura Francesa por la Universidad Jaguelónica (Polonia). Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad de Varsovia.