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Amin Maalouf (Líbano, 1949) es escritor y periodista, miembro de la Academia Francesa, ganador del premio Goncourt (por La roca de Tanios) y del Príncipe de Asturias. Entre sus obras, alterna novela, ensayo e incluso ópera, con títulos como León el africano, Identidades asesinas, El naufragio de las civilizaciones y, la más reciente, El laberinto de las civilizaciones


Avance

Amin Maalouf es árabe, pero escribe en francés. Nació en Oriente y prosperó en Occidente. Su punto de vista es único y la amplitud de su mirada se descubrió al mundo con León el africano. En su último libro, El laberinto de los extraviados, repasa la historia de nuestra civilización desde dentro, aunque con unos ojos que conocen bien el exterior. Lejos de disimular su procedencia, Maalouf tiene el valor de practicar la autocrítica y de señalar que ninguna civilización ejerce ya una autoridad moral verdadera, en un mundo donde escasea la capacidad de liderazgo. El subtítulo, «Occidente y sus adversarios», acota en buena medida el enfoque de una obra clarificadora, de voluntarioso optimismo, aunque también admite que el futuro nos podría deparar enfrentamientos «colosales».  

En este artículo, se recogen las palabras que el escritor franco-libanés pronunció en la presentación de su libro en La Casa Árabe, el 3 de junio de 2024, en conversación con Enric González. El autor evalúa los peligros que aquejan al mundo y propone algunas recetas para mejorar la convivencia entre las naciones. En El laberinto de los extraviados, ofrece además un apasionante recorrido histórico de los pactos y tensiones entre las potencias dominantes. El texto ilumina las razones por las que algunas civilizaciones prosperaron, mientras otras menguaban o incluso desaparecían. En última instancia, Maalouf pretende algo tan sencillo sobre el papel como lograr que los seres humanos aprendan de su pasado.

El laberinto de los extraviados ha sido editado por Alianza Editorial, con traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amalia García Gallego.


Artículo

Amin Maalouf es un pensador con enormes conocimientos y el talento necesario para transmitirlos. En su charla con Enric González a propósito de El laberinto de los extraviados, empieza por aclarar por qué recurrió a la palabra «laberinto» para su título. «He elegido este término para marcar la complejidad de la actualidad en el mundo, en el que se repiten los conflictos territoriales. También hay otros conflictos más identitarios, presenciamos luchas entre las distintas potencias y todo esto sin que ninguna de ellas ejerza una verdadera autoridad moral. Nos encontramos en un mundo que no obedece a reglas claras. Podríamos decir incluso que estamos sometidos a la ley de la jungla. Lo que quiero plasmar es la idea de un mundo en el que nos sentimos completamente perdidos. Por ello menciono en el título a los extraviados. Creo que todos lo estamos en el mundo actual. Mi libro intenta dar algunas pistas de reflexión y quizás también de esperanza para el futuro. El problema es que no hay modelo».

Amin Maalouf, «El laberinto de los extraviados». Alianza Editorial, 2024
Amin Maalouf, «El laberinto de los extraviados». Alianza Editorial, 2024

El declive de Occidente podría parecer una obsesión personal del autor, sospechoso incluso de ser un intruso, pero en los últimos días han aparecido en Nueva Revista otros artículos sobre este asunto. Emmanuel Todd publicó La derrota de Occidente, obra reseñada por Alexandre Devecchio, The Economist planteaba en un artículo reciente que la política del odio está devorando Occidente y Rémi Brague se preguntaba por qué el hombre occidental se odia a sí mismo. Milan Kundera abunda en lo mismo en su ensayo Un Occidente secuestrado, también tratado en Nueva Revista. Maalouf no habla por tanto de un fenómeno avistado solo por él, sino que se preocupa por problemas que se comentan en la calle, aunque sea la calle de los pensadores.

¿De qué capitalismo hablamos?

«Cuando cayó el muro de Berlín, hace algo más de 30 años, pensamos que esta lucha entre capitalismo y socialismo se había acabado», expone Maalouf en La Casa Árabe. «Desde el punto de vista de la eficacia económica, efectivamente el problema se resolvió. Ya sabíamos cuál era el sistema económico más eficaz, el que podía llevarnos a la prosperidad. Un gran politólogo americano de origen japonés escribió incluso que con esto llegaba el fin del mundo, el final de la historia. Ya teníamos las respuesta a las preguntas de entonces y no había necesidad de seguir buscando. Luego, descubrimos que aceptar que el capitalismo funciona no resuelve todos los problemas y empezamos a preguntarnos de qué capitalismo hablamos».

«Hoy en día», prosigue el autor libanés, «tenemos un modelo en el que se da una concentración de la riqueza que no tiene precedentes en la historia. Hay un puñado de personas que amasan la fortuna de varias naciones y esta concentración no para de aumentar. En un momento dado, tuvimos la ilusión de que era algo positivo para el bien común, pero hoy sabemos que no es bueno. Eso no quiere decir que el sistema sea malo, sino que debemos modificar algo importante para que no nos lleve tan solo al enriquecimiento obsceno de un puñado de personas. También creo que tenemos que preguntarnos por el lugar de la especulación en el capitalismo de hoy. Es decir, la gran mayoría de las transacciones se realizan en bolsas mundiales, pero esto ya no tiene nada que ver con la actividad real. Se da una cierta desmaterialización de la economía. Muchas veces nos da la impresión de no estar en países en los que se construyen cosas, sino de encontrarnos en un casino mundial, global, en el que las personas, que además no son siempre honestas, practican un juego de azar».

«Diría incluso que el sistema de economía de mercado es obviamente el único posible, pero también que queda todo por hacer dentro de este sistema. Se trata de saber qué economía de mercado queremos de verdad. Durante la pandemia, descubrimos que prácticamente todo se fabrica actualmente en China, lo que le da un papel predominante en el mundo, por encima de las otras potencias. Descubrimos también que todos los sectores de la vida de un país no se pueden someter a las leyes económicas. Es decir, existen sectores necesariamente sometidos a la rentabilidad, pero hay otros fundamentales para el ser humano en los que hay que ir más allá. Hablamos de salud y educación. Es algo esencial para la vida de los seres humanos. No se trata solo de ser rentable; el objetivo final es el ser humano y, por lo tanto, habría que poner la ideología al servicio de las personas».

Donald Trump y la profecía cumplida

La charla entre Enric González y Amin Maalouf se celebró el pasado mes de junio, pero algunas de las respuestas de este último no han perdido vigencia: «Recuerdo un libro que apareció durante la pandemia, que contaba los primeros años de Donald Trump. Cuentan que Trump se puso nervioso con sus consejeros y les dijo: “Se están pasando los chinos y vamos a prohibir la importación de penicilina de China”. Un consejero miró a Trump y le dijo: “Pero si nosotros importamos el 98% de nuestras necesidades en penicilina, no podemos cortar esto”. Hay una lección que tenemos que aprender en Europa. No podemos externalizarlo todo, es imposible. Necesitamos contar con una serie de cosas esenciales. Tenemos que poder controlar todo lo que tiene que ver con la supervivencia de una sociedad y de una nación. Y para eso, necesitamos un líder político. ¿De dónde podría venir este liderazgo? ¿De la Unión Europea? ¿De Estados Unidos? ¿Quién? Es una pregunta fundamental. La paradoja de nuestra época es que hay una gran superpotencia que se supone que ejerce el liderazgo mundial, pero presenciamos y comprobamos que no es capaz. Ya no hay ninguna potencia actual capaz de ejercer ese liderazgo».

En la charla, Maalouf se anticipa incluso a lo que ya está ocurriendo tras el triunfo de Donald Trump: «Podría tener graves consecuencias, sobre todo en Europa. Creo que sería muy posible que vaya a hablar con Putin directamente, sin pedirle la opinión a Europa, que es su forma de funcionar. Se fue a ver a los norcoreanos sin preocuparse de consultar a Corea del Sur, que es su aliado desde hace 70 años y mucho me temo que pueda hacer lo mismo sin contar con Europa».

El papel de Europa

¿Debería Europa mirar también hacia Rusia Estados Unidos? «Europa lo que tiene que hacer es mirarse a sí misma y reflexionar para saber qué es lo que debe hacer y para constituirse política, militar y diplomáticamente, para tener verdadero peso en el mundo actual. Y además estoy convencido de que la influencia de Europa es muy positiva y que ayudará a otros países, empezando por Estados Unidos, a que vayan saliendo de sus problemas actuales».

«Si Europa se hace con los medios y además tiene la voluntad, podría hacerlo», prosigue Maalouf, quien cree incluso que el viejo continente «tiene el deber de desempeñar ese papel, porque tiene una larga experiencia de relaciones con el mundo que hacen que su conocimiento sea el más sabio y experto». «Europa también tiene una larga experiencia en conflictos internos, lo que le da aún mayor sabiduría. Además, el hecho de que Europa esté constituida por naciones con diferentes historias y experiencias, es otro punto fuerte. Si todas estas naciones consiguen poner en conjunto toda su experiencia, pueden desempeñar un papel importante. Si queremos imaginar un nuevo orden mundial que pueda funcionar, con unas nuevas reglas del juego, estas tendrán que ser puestas por Europa».

«Es verdad que Europa también está en crisis. Hay fuerzas opuestas. Lo vemos en Francia, España, Italia y en otros muchos países. Así que veo bastante difícil poner de acuerdo a Europa y encontrar esta fuerza común. Tampoco estoy seguro de que todos nuestros ciudadanos europeos tengan ganas o apetito para desempeñar este papel. Es una nueva paradoja, porque Europa podría resolver una parte de los problemas a nivel global, pero no lo hace o, como mínimo, no muestra entusiasmo para hacerlo».

Contener las guerras

¿Qué habría que hacer sobre el potencial conflicto entre China y Estados Unidos?, se pregunta asimismo Maalouf. «¿Qué podríamos hacer para no llegar a un conflicto, por no llamarlo una guerra? Es una de las grandes cuestiones de nuestra época y no estoy muy seguro de la respuesta. No creo que los americanos, sinceramente, tengan hoy ninguna. La política de contención funcionó tras la Segunda Guerra Mundial, pero eso no quiere esto decir que vaya a funcionar ahora con China».

Amin Maalouf prosigue con su lección de geopolítica: «Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos consiguió retener a la Unión Soviética. El primer informe de George Kennan, el gran especialista de la Unión Soviética de entonces, que estaba en la embajada de Estados Unidos en Moscú, dijo que sería una locura entrar en guerra contra la Unión Soviética y que sería otra locura considerar que podrán llegar a ser nuestros amigos verdaderos algún día. Él defendía la idea de contenerlos, estar presentes y esperar a que el sistema se cayera por sí mismo. Esto se escribió en los años 40 y, si vemos ahora lo que ha pasado 40 años más tarde, es exactamente igual. Pero con China las cosas son diferentes. Hay por lo menos una gran diferencia y es que la gran debilidad de la Unión Soviética era que su sistema económico no funcionaba, pero esto no es verdad ahora con China. El sistema económico chino funciona. Por lo tanto, una de las soluciones sería precisamente la contraria. Quizás deberíamos desarrollar tal interacción entre la economía americana y la china, aunque su choque político sea violento. Nuestras economías están vinculadas. Si hay un problema en uno de los países, el otro sufre. Estas interacciones nos darían cierta estabilización y nos ayudarían a evitar la confrontación».

Otra gran propuesta del autor de El laberinto de los extraviados es «empezar a aceptar la idea de que todo el mundo tiene su lugar en el mundo». «Los adversarios de Occidente sueñan con que se debilite, pero creo que se equivocan, porque Occidente aún tiene un papel importante que desempeñar y para esto basta con visitar los países asiáticos. Son los que han conocido el mayor éxito económico, pero para ellos es fundamental recibir todo aquello que llega de Occidente para liberar a las poblaciones. Necesitan a Occidente y las ideas de Occidente. Al mismo tiempo, es verdad que Occidente tiene que reconocer que no puede gobernar al mundo en solitario, como lo hacía antaño, que tiene que incluir en la gestión mundial a las nuevas potencias, en particular a China, pero también a otras potencias como India, Brasil y Sudáfrica. Creo que deberíamos pensar en un nuevo mundo que esté regido de verdad por un conjunto de naciones que reflexionen juntas sobre los peligros comunes que nos amenazan a todos, que estas naciones no se centren en luchar contra el otro para debilitarlo o reducir su influencia».

¿Funciona la ONU?

«En algún momento vamos a tener que celebrar un foro de organizaciones internacionales, quizá dentro del actual sistema de las Naciones Unidas, pero habrá que transformarlo teniendo en cuenta las nuevas realidades. Es necesario tener imaginación y poder dirigir al mundo de otra forma, porque lo que hacemos ahora no nos lleva a ninguna parte. Actualmente somos incapaces de hacer frente a los riesgos, como el climático, por ejemplo. Se habla muchísimo, se dice que hemos tomado conciencia de esto o del otro, pero no es verdad. No se hace nada parar el cambio climático. Nos limitamos a soluciones cosméticas. Todos los gobiernos hacen lo mínimo que creen necesario para que no se les critique, pero ¿alguien está haciendo algo de verdad para resolverlo? No. Y no es el único peligro».

Oriente Medio

En su repaso del laberinto mundial, al autor libanés no le faltan teorías para explicar los problemas que afectan de forma crónica a su zona de origen. «Oriente Medio es el ejemplo mismo que demuestra que la comunidad internacional es incapaz de resolver los problemas. Este existe desde hace más de 60 años. A esta población no le hemos dado la posibilidad de vivir en paz, tranquila y dignamente. Ha habido momentos en los que pensábamos que estábamos más cerca de una solución y luego, cada vez, siempre llegaba la decepción».

«Una vez más, nos enfrentamos a una guerra mortífera que, como todos sabemos, no va a acabar en paz. No sabemos qué ocurrirá, pero sabemos que no nos encontraremos con un Oriente Próximo pacificado, con todos los países y todo el mundo reconciliado. La guerra no hace más que alimentar y renovar odios y este es un momento de paroxismo del odio. El islamismo radical y la violencia islamista son un actor desde hace 20 años, un factor muy relevante de la política internacional. Después de esta guerra, cabe esperar violencia de nuevo. Entonces, ¿qué hacer? En la historia reciente, durante el fin de la Guerra Fría, asistimos a un cambio radical entre un mundo de divisiones ideológicas y otro de divisiones identitarias. Este gran desequilibrio se manifiesta en todos los ámbitos y, por desgracia, tengo la impresión de que seguirá manifestándose durante mucho más tiempo».

Este es uno de los fenómenos vinculados directamente a esta deriva hacia lo identitario y se acentúa aún más cuando vemos que son países con un largo pasado de conflictos, con potencias coloniales, con Francia en Argelia, los Países Bajos en Indonesia, los británicos en India. En todo el mundo musulmán existe una frustración o varias frustraciones acumuladas, vinculadas a la historia. Estas frustraciones han desencadenado esta situación, que está más presente ahora que hace 20 o 30 años, pero si se encuentran soluciones pacíficas, equitativas, se calmarán las derivas identitarias. Si consiguiéramos resolver el problema de Oriente Próximo, ayudaría mucho a calmar este fenómeno. No lo haría desaparecer, pero sí calmaría mucho las tensiones».


La imagen de arriba ha sido generada con la ayuda de la IA de Gemini y Adobe Firefly.