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Nadia Aldunate Martín. Doctoranda en mediación y conflicto familiar en el grupo «Vínculos, creatividad y cultura» del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. Graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Navarra y Máster en Ciencia del Lenguaje y Lingüística Hispánica por la UNED.


Avance

Los conflictos son parte de la convivencia en familia, pero ¿cuál es su límite? Cuando los problemas familiares se vuelven difíciles de resolver, o cuando hay rupturas familiares, la armonía en el hogar puede verse gravemente vulnerada, afectando al bienestar de todos sus miembros. En estos casos, es común que las tensiones aumenten, llevando a las familias a buscar soluciones judiciales. Sin embargo, ¿son los juzgados la única alternativa para resolver nuestros problemas familiares o para llegar a un entendimiento en los casos de ruptura?

En este contexto, la mediación familiar surge como un recurso efectivo para solucionar o mitigar conflictos de manera pacífica y positiva, evitando la intervención legal. De esta forma, a través de un proceso estructurado y guiado por profesionales, las partes en conflicto tienen la oportunidad de llegar a acuerdos que respeten los intereses de todos los involucrados.


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La mediación familiar es un proceso de resolución o mitigación de conflictos en el que un profesional neutral, conocido como mediador, facilita la comunicación y la negociación entre las partes involucradas en una disputa familiar, con el objetivo de ayudar a alcanzar un acuerdo satisfactorio. A diferencia de lo que ocurre en un juicio, donde una autoridad externa toma decisiones que obligan a las partes, en la mediación son los participantes quienes, con la ayuda del mediador, encuentran soluciones a sus problemas. Se trata de un proceso basado en la cooperación, el diálogo abierto y el respeto mutuo que se propone no solo ayudar a resolver el conflicto inmediato, sino también a desarrollar habilidades útiles para prevenir o manejar futuras disputas.

De esta forma, la mediación familiar se convierte en una herramienta valiosa para solucionar desacuerdos, llegar a entendimientos y mejorar las relaciones familiares. En muchos casos, después de recurrir a la mediación, las familias desarrollan habilidades que mejoran la comunicación y la comprensión entre los miembros, lo que permite que encuentren formas constructivas de trabajar en la resolución de sus problemas.

¿Cuándo recurrir a la mediación familiar?

La mediación familiar puede ser adecuada en situaciones de diversa naturaleza que han llevado a un conflicto dentro del ámbito familiar. En todos los casos, la mediación ofrece una vía alternativa que puede evitar que las disputas se intensifiquen o que las decisiones se tomen de forma unilateral por un juez. ¿Cómo se consigue esto? A través de un proceso de diálogo guiado y adaptado a las necesidades y objetivos de cada situación familiar.

En casos de divorcio o separación, la mediación ayuda a resolver temas como la custodia de los hijos, distribución de bienes y régimen de visitas, y permite que las partes lleguen a acuerdos que reflejen mejor sus necesidades y deseos. Este proceso facilita que las decisiones sean más directas y personales, promoviendo un enfoque cooperativo y de menor confrontación.

En el contexto de las relaciones entre padres e hijos, especialmente durante la adolescencia, la mediación puede ser una herramienta eficaz para resolver conflictos que, de otro modo, podrían llevar a un enfrentamiento familiar constante. En lugar de recurrir a métodos punitivos o autoritarios, la mediación fomenta el diálogo y la comprensión mutua, ayudando a los padres a encontrar formas de manejar las dificultades, y a los hijos a sentirse escuchados.

Los conflictos entre hermanos, especialmente cuando se trata de cuidar a un familiar mayor o gestionar bienes familiares, también pueden beneficiarse de la mediación. Estos desacuerdos suelen implicar mucha carga emocional y, si no se manejan bien, pueden llevar a peleas y rencores familiares. La mediación permite que los miembros de la familia lleguen a acuerdos que respeten a todos, evitando que los conflictos crezcan o se conviertan en un problema irreparable.

Por otro lado, en las familias que comparten el mismo hogar, las tensiones diarias relacionadas con la convivencia también pueden ser motivo de disputas. Estos conflictos, aunque a menudo parecen menores, pueden tener un impacto significativo en la armonía familiar. Las diferencias en los estilos de vida, las personalidades incompatibles, la distribución desigual de las responsabilidades domésticas y el estrés derivado de las demandas cotidianas pueden generar roces constantes. En estos casos, la mediación se convierte en una herramienta eficaz para mejorar la comunicación y enseñar a los miembros de la familia a resolver los desacuerdos de manera constructiva.

Los canales e instituciones a los que se puede recurrir para solicitar un proceso de mediación familiar son diversos. Por un lado, cada vez más gobiernos regionales incluyen la mediación familiar en sus carteras de servicios sociales, públicos y gratuitos. Por ejemplo, el Gobierno de Navarra cuenta con un Servicio de Mediación Familiar (DIRIME) que atiende en torno a trescientos casos al año, con más de mil sesiones de mediación desarrolladas anualmente. Junto con esta vía, existen otras instituciones, públicas y privadas, que ofrecen servicios de mediación familiar: entre otros, colegios de abogacía, asociaciones de mediación y equipos privados de mediadores.

¿Cómo es el proceso?

Cuenta con varias fases, cada una de las cuales tiene el propósito de facilitar la resolución del conflicto de manera estructurada y progresiva. En primer lugar, se ofrece una sesión inicial clave en la que el mediador explica el funcionamiento del proceso que se llevará a cabo, señala las reglas de confidencialidad y destaca la importancia de la cooperación de todos los involucrados. ¿Por qué es tan crucial esta fase inicial? Porque en esta etapa se establece un ambiente de respeto y confianza que será fundamental para que el proceso de mediación se desarrolle con éxito.

Una vez que se han establecido las bases, es habitual que el mediador trabaje en sesiones individuales con cada una de las partes, para conocer a fondo su visión del conflicto y las motivaciones, las actitudes y los sentimientos con que hacen frente a las disputas. En las sesiones conjuntas del mediador con ambas partes, cada una tiene la oportunidad de exponer sus preocupaciones y versión de los hechos. El mediador es el encargado de asegurar que las partes se escuchen atentamente, sin interrupciones, lo que favorece una comunicación respetuosa. A lo largo de la mediación, el mediador también identifica los intereses de cada una de las partes, lo cual puede ayudar a descubrir áreas de coincidencia y posibles soluciones. Es fundamental señalar que el mediador no actúa como árbitro, no tiene un papel en el conflicto ni ofrece consejos legales. Su función es únicamente facilitar el diálogo y ayudar a encontrar soluciones de manera colaborativa. En otras palabras, es la mera presencia de este tercero, y su papel como facilitador neutral del diálogo, aquello que, en última instancia, permite a las partes transformar, mitigar o solucionar su conflicto familiar.

En algunos casos, si se logra un acuerdo satisfactorio, este se formaliza en un documento escrito que puede ser ratificado judicialmente si las partes lo desean. Si no se alcanza un acuerdo, el conflicto puede continuar a través de otros medios, como el proceso judicial, pero la mediación siempre debe ser vista como una opción valiosa para explorar nuevas soluciones.

Beneficios de la mediación familiar

A diferencia de los procesos judiciales, que pueden ser largos y emocionalmente agotadores, la mediación se lleva a cabo en un ambiente mucho más relajado y flexible. ¿Cómo impacta esto en las personas involucradas? Este enfoque disminuye el estrés y la tensión, lo que permite a las partes centrarse en la resolución del conflicto y en la mejora de sus relaciones.

Otro beneficio importante es que todo lo discutido en una sesión de mediación es confidencial, lo que hace que los participantes desarrollen una mayor confianza, ya que se les permite expresar sus puntos de vista sin temor a que la información compartida se utilice en su contra en un tribunal. La confidencialidad es fundamental en la mediación, ya que lleva a que las partes involucradas se sientan más seguras y dispuestas a llegar a un acuerdo.

Además, como los participantes son los que deciden el resultado del proceso, los acuerdos logrados suelen ser más satisfactorios y duraderos. Así, las soluciones se adaptan a las necesidades específicas de la familia, permitiendo que todos se sientan escuchados y respetados. Por el contrario, en un juicio, las decisiones impuestas por un juez pueden llegar a generar en los implicados una sensación de insatisfacción.

La mediación también suele ser más rápida y económica que un proceso judicial. Mientras que los juicios llegan a extenderse durante meses o incluso años, la mediación puede resolverse en pocas sesiones, ahorrando tiempo y costos. Al no requerir la intervención de abogados y tribunales, se presenta como una opción más asequible para muchas familias que buscan una solución sin la carga económica de un juicio. En este punto, es importante señalar que existe un buen número de instituciones —por ejemplo, gobiernos regionales y colegios de abogados— que ofrecen servicios de mediación familiar de modo gratuito o con un coste muy bajo.

El enfoque humano y colaborativo de la mediación familiar la convierte en una vía eficaz para afrontar los desacuerdos familiares. Mediante el fomento del diálogo y la cooperación, la mediación guía a las partes para que busquen soluciones que se adapten a sus necesidades, permitiendo que los lazos familiares se fortalezcan en el proceso. En tiempos de crisis y conflicto permanentes, la vuelta a la palabra, a la capacidad de hablar y escuchar al otro, se vuelven más importantes que nunca.

Doctoranda en mediación y conflicto familiar en el grupo «Vínculos, creatividad y cultura» del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. Graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Navarra y Máster en Ciencia del Lenguaje y Lingüística Hispánica por la UNED.